Capítulo 2

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A los minutos Amanda visualizó el Jardín Infantil, una pequeña casa inserta en un sector residencial. Caminó a paso apresurado por el lado de los niños que ya llegaban a esa hora. Los dibujos animados pintados en las paredes del exterior, le anunciaban que debía cambiar con rapidez, de modo ataque por modo maestra.

En la puerta se encontró a la directora, su cara no era de la felicidad en persona. Maldijo. Los días anteriores se presentaba con media hora de antelación y justo ese día, cuando ingresaban los niños, que era un momento crucial, llegaba tarde.

—Bueno días Amanda, recuerda que el personal docente ingresa quince minutos antes que los alumnos —la recorrió con mirada de reproche.

—Lo siento Alicia, no volverá a ocurrir —desechó justificar su atraso. Era más creíble decir que murió un pariente, que una maestra infantil agarrada a golpes con delincuentes.

Al ingresar, pasó por la sala de maestros y recogió su libro de clases. Su nivel era Transición Mayor. Cuando postuló al puesto, agradeció que fueran los niños de cinco años. Tenía muchas posibilidades de avanzar de forma más rápida en los aprendizajes. Adoraba a los niños, pero no se imaginó encerrada en una sala con nueve bebés que no supieran caminar.

El Jardín era pequeño, dándole una atmósfera familiar. Contaba con la oficina de la directora, sala de maestros y tres aulas de clases. La suya era la del final del pasillo, frente al patio interior. En el camino se encontró con las otras maestras y sus asistentes. La saludaron de forma animada.

Entró a su sala y se encontró con Celeste, su propia asistente. La conoció una semana atrás, cuando comenzó el trabajo administrativo. Desde el primer día lograron una buena afinidad. Celeste era una mujer de treinta años y llevaba muchos años trabajando en el área de la educación.

De sus compañeras de universidad comentaban que las asistentes, en muchas ocasiones, las trataban con desprecio, por la falta de práctica y experiencia. No era su caso, Celeste la recibió de forma afable y respetuosa. Ese gesto lo agradeció, consciente que ella era una de las personas que la podía ayudar con su experiencia.

Examinó la sala y se sintió muy confiada en su organización. Los días anteriores se había quedado hasta muy tarde preparando la decoración y preocupándose de colocar hasta el último lápiz en su lugar.

Sacó de su bolso el computador, el estuche y los puso encima del escritorio. De forma ordenada colocó el libro de clases y con cinta adhesiva arregló el cartel que se había destrozado en el metro. Situó sobre otra mesa los distintivos para los nombres de los niños; mariposas para las niñas, escarabajos para los varones.

Estaba todo listo, tomó su delantal, se arregló el maquillaje en un pequeño espejo de su bolso y se amarró el pelo en una cola.

Su motivación a cada momento crecía. Hacía un par de meses había dejado la universidad y ahora se enfrentaba a su vida laboral. El momento que todo profesional espera y estaba decidida a salir exitosa. Repitió como un mantra por un minuto: "Soy la mejor, soy la mejor, para esto me preparé cinco años, lo haré excelente". Era una metodología de reforzamiento positivo que había leído en algún libro de autoayuda.

—Amanda, los niños están llegando —Celeste habló desde la puerta.

Salió de su concentración, se vistió con su mejor sonrisa y se dirigió a recibir a sus alumnos.

Alicia se encontraba en la puerta de entrada con una sonrisa que Amanda le pareció poco natural, además del aire arrogante que emanaba. Su vestido ajustado, sobre la rodilla, sus tacos de diez centímetros y su escote pronunciado dejaba poco a la imaginación. Su maquillaje y peinado exagerado acusaban largas horas frente al espejo. No era exactamente un perfil educativo para Amanda, pero no era de su interés cuestionar sus gustos en moda.

¿Es Broma? (Disponible en Amazon)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora