Capítulo 2 - La luz

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Viernes once de octubre de mil novecientos noventa y uno, mientras jugábamos como ya de costumbre con los muchachos a la pelota en la cancha del barrio sucedió algo relativamente extraño.

Eran aproximadamente las seis de la tarde y para esa época del año, aparentemente el sol se oculta más temprano. Aunque la cancha no tenía iluminación y la tarde se desvanecía más y más, nosotros respetábamos el compromiso de ganar y eso nos obligaba a hacer partidos de entrenamiento hasta horas cercanas a la noche.

En esa ocasión Mario y Pelusa se habían ido desde temprano con su familia a visitar a la abuela por todo el fin de semana y para ese tiempo ellos gozaban de vacaciones en el colegio. Nosotros, los que quedamos, teníamos arduo entrenamiento hasta tarde.

Mientras transcurría el entrenamiento perdíamos la noción del tiempo, ya estábamos sobre pasada las siete y treinta de la noche, con las pupilas completamente dilatadas para mejorar las visibilidad que se volvía cada vez más escasa. Alberto mete un cabezazo al balón con dirección a mí, el cual pude divisar hasta que golpeó mi hombro derecho y con la potencia que llevaba rebotó y se salió del campo de juego.

Renegando por la situación y porque ahora era mi responsabilidad ir por el balón, camine hacia uno de los costados de la cancha para adentrarme en una zona un poco boscosa a buscarlo. Había avanzado no más de 4 metros y escuchaba a los muchachos entre aliento y regaños por no apresurarme en la búsqueda.

Seguía buscando mientras Alberto y Gerson seguían gritando, ya me sentía molesto de no encontrarlo. Pero mientras daba un paso sentí como rebotó en el empeine de mi pie derecho y de un agachón recogí la bola y me dirigí a mostrarle a los chicos que lo había encontrado.

Como no sabían que ya estaba en mi poder seguían renegando e insinuando mi torpeza por no apresurarme en la búsqueda. De pronto Alberto grita: "Si queres voy yo a..." Y fue ahí cuando pasó. Empecé a sentir mi cuerpo pesado, con dificultades para caminar, estaba a escasos cuatro metros del campo, con un par de líneas de árboles que bordeaban la cancha para que la pelota no se escapara, los chicos esperando mi regreso con ansias y yo paralizado frente a los árboles sin poderme mover.

Quería gritar, pedir ayuda a mis amigos, pero los músculos de mi cara y mis cuerdas bucales no respondían a la orden, estaba ahí nada más, parado con la pelota en la mano, con los ojos abiertos y la mirada fija frente a los árboles.

De pronto siento a lo lejos en mi espalda una luz que viene bajando, lo sabía porque veía el resplandor en los árboles, además de ver cómo crecía mi sombra en el suelo. Ahora pienso que la distancia a la que eso pasó fue relativamente lejos del lugar en que yo estaba, pero de alguna forma me estaba afectando a mí.

Para ese momento, calculando que había transcurrido aproximadamente un minuto, yo estaba completamente seguro que era ese extraño reflejo el que había hecho que mis habilidades motrices se comportarán de esa manera, como mi mente no estaba siendo afectada, lo primero que pensé fue si los chicos estaban sufriendo la misma experiencia o si mis padres en casa también estaban pasando esa situación. Pensaba en mi padre que para ese tiempo viajaba de su trabajo a casa y dentro de mí también hubo preocupación que mi padre pudiera chocar el carro o causar un accidente si se quedaba inmóvil como estaba yo.

"¡Puta pendejo! Te dije que yo venia" -- escuché una voz al fondo cuando logré reaccionar. Era Alberto que venía molesto y con premura a arrebatarme el balón de las manos. Estaba muy confundido, primero pensé que a ellos los había liberado primero la fuerza, pero al reaccionar y pensar un poco mientras daba pasos leves de vuelta al campo de juego, me di cuenta al escuchar sus comentarios que para ellos todo había transcurrido con normalidad y que la fuerza de la luz me había afectado a mí únicamente.

No quise hacer ningún comentario esa noche, a pesar de las insistentes interrogantes que me atacaron al volver a la cancha.

Después de esa noche pasé varias semanas cuestionándome sobre que había sido esa experiencia, ¿porqué me había pasado a mí? Y si alguien más habría vivido lo mismo. Jamás lo comente con nadie, ni siquiera con mis amigos más cercanos ni familiares, hasta que por fin, con el pasar del tiempo se me olvidó.

Me abdujeronDonde viven las historias. Descúbrelo ahora