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-<<James empezó a subir corriendo los interminables peldaños, haciendo caso omiso a la herida de su hombro, que seguía sangrando. Conforme subía, pudo escuchar las voces que le llegaban dede lo alto de la torreta con mayor claridad, y aceleró aún más la marcha. Finalmente llegó arriba, pero una vez allí no se detuvo, sino que se lanzó, espada en mano, contra el hombre que había acorralado a Christine. Ésta observaba desde el suelo, como un sueño, el intenso duelo entre su salvador y su enemigo...>>

La voz de Laura se deslizaba delicadamente por la estancia al mismo tiempo que sus ojos lo hacían a través de las líneas del libro que sostenía abierto sobre el regazo.

Sus palabras, que hacían imaginar de una manera casi mágica todo lo que leían, llenaban la habitación suave y dulcemente, hasta llegar a los oídos de Carlos.

El chico estaba tumbado sobre la cama. El sol de aquella tarde de domingo se colaba por la ventana iluminando sus párpados cerrados, aunque a él no le molestaba.

Escuchaba atentamente a la voz de su amiga, que se había callado de improviso para preguntar desde el sillón:

-Carlos, ¿te has dormido?

Él sonrió sin moverse ni abrir los ojos.

-No, estoy bien despierto. Mientras tú tengas ganas, yo te escucho, con lo interesante que está.

Ella le correspondió con una sonrisa que él no vio, y siguió leyendo.

Le contaba con emoción la pelea que narraba el tomo, cómo el caballero luchaba con tesón por salvar a su dama.

-<<Al fin, el enemigo cayó al suelo con un golpe sordo, y James corrió hacia donde estaba Christine, tomando su cara entre las manos. Él se mojaba con las lágrimas de ella, ella, con la sangre de él, pero a ninguno pareció importarle. James se sumergió en la mirada de ojos claros de la joven, memorizó por enésima vez los rasgos de su amada, aliviado por poder hacerlo de nuevo. Era tan hermosa... James se inclinó y la besó delicadamente, y ella sonrió bajo sus labios.>> ¡Fin del capítulo!

Carlos había fruncido el ceño levemente, y hubiera sido casi imperceptible si no fuera porque Laura le conocía demasiado bien.

-¿Pasa algo? ¿Es demasiado cursi para ti? -preguntó, comprensiva.

Carlos abrió los ojos, aunque su "visión", si podía llamarse así, no cambió.

-No, no, qué va, si me está gustando mucho.

No era ese el motivo por el que había hecho ese gesto de amargura malinterpretado por Laura, sino otro bien distinto.

Él nunca iba a poder mirar el rostro de ninguna mujer a la que amara.

Tampoco a ella.

Y dadas las circunstancias, dadas sus limitaciones, quizá tampoco sería justo que besara a ninguna chica, que tratara de atarla a él.

No obstante, no pudo evitar una pregunta que llevaba tiempo deseando y temiendo responder a partes iguales.

No supo por qué, pero ni el miedo pudo detener las palabras esta vez.

-Laura, ¿tú te has enamorado alguna vez? ¿Lo estás ahora?

Ella tardó un poco en responder, así que Carlos sospechó que la había sorprendido, como era normal, pero ya no había vuelta atrás.

De todos modos su voz al responderle no parecía alterada, ni enfadada, sino un tanto divertida.

-¿Quién sabe? -dijo, animada y enigmática.- ¿Y tú, Carlos?

Él no se esperaba esa contestación, y mucho menos que le devolvieran la pregunta.

Era algo que no podía responder.

-Eso no vale, Laura, te lo he preguntado yo antes. ¿No confías en mí?

Oyó cómo la chica cerraba el libro con un golpe seco.

-Claro que confío en ti, y lo sabes -le tranquilizó. -Pero tampoco tú has querido decírmelo, ¿cierto? -Carlos no respondió a la pregunta retórica y Laura siguió hablando. -Bueno, Carlos, me tengo que ir. Tengo un montón de apuntes que revisar. Volveré mañana, por supuesto.

El chico se incorporó en la cama, sentándose con las piernas cruzadas.

-No te preocupes si tienes mucho que hacer y no puedes venir, o no te apetece, o lo que sea -dijo, aunque en realidad su parte favorita del día era el rato que pasaba con su amiga.

De todos modos, él también tenía que avanzar cosas de sus estudios.

Supo que Laura se había levantado y se acercaba a él por el sonido de sus pasos, amortiguados por la alfombra, y el roce contra las colchas cuando la chica se inclinó y le dio un beso en la mejilla, a modo de despedida. Carlos sonrió al sentir en su piel, aun por un instante, la cálida respiración de ella, la suavidad de sus labios.

-A estas alturas deberías saber que vengo porque me gusta estar con mi mejor amigo. De mí no te libras. -le recriminó con afecto, y se levantó de nuevo.

Carlos también escuchó que ella se agachaba para revolverle el pelo a Whisper, su perro, que por los jadeos y gruñidos alegres debía de estar mordisqueando algo, seguramente aquel juguete que le había comprado y tanto le gustaba.

Laura abrió la puerta, intercambiaron un último "hasta mañana" y se desearon suerte con los deberes, y la chica cerró la habitación tras ella.

Cuando se hubo ido, Carlos se dejó caer de nuevo sobre la cama, llevándose las manos a la nuca. Su propio pelo le hacía cosquillas. Llevaba el pelo rubio oscuro un tanto largo, porque a él no me molestaba. Aun así, suponía que en poco su madre le daría un repaso. No sabía qué peinado le quedaba mejor, así que tampoco le importaba.

Suspiró. Laura tenía razón: sabía que su amiga confiaba en él.

Sin embargo...

Aunque su misteriosa respuesta no aportara nada concluyente, también dejaba claro que no se trataba de una negativa.

Carlos y Laura hablaban de muchas cosas, y sin exceptuar el amor, pero hasta ese momento, no habían pasado del significado del concepto en sí y opiniones basadas en situaciones hipotéticas, nunca habían hablado sobre las vivencias propias de ese sentimiento.

Tampoco había habido nunca ninguna razón aparente para no hacerlo, simplemente era así.

Quizá ninguno de los dos lo había considerado necesario hasta ahora.

Carlos decidió no comerse más la cabeza. Creyó que le vendría bien un poco de música, y al pulsar una de las teclas con relieve de su reproductor empezó a sonar un tema de Oasis.

No consiguió distraerle del todo de sus pensamientos.

Lo que sí tenía claro, efectivamente, era que no se trataba de falta de confianza.

Conocía a Laura desde hacía sólo dos años, pero era como si se conocieran de toda la vida.

Su mente se asomó a aquella tarde, cuando se conocieron.

Y Laura, ya en su casa, con pocas ganas de enfrentarse a los kilométricos apuntes que se desperdigaban por el escritorio de su habitación, y aún curiosa por la falta de motivo aparente para una pregunta como la que su mejor amigo había hecho aquella tarde, hizo lo mismo.

A través de tus ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora