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Después del paseo del día siguiente, llegaron muchos más. Pasear a Pizca era mucho más entretenido con Carlos y Whisper. Y aunque el perro guía, que a pesar de su juventud y que no llevaba tanto tiempo con el chico cumplía con su cometido y no dejaría a su dueño cruzar por un paso de cebra inseguro, Laura no podía evitar avisar a Carlos hasta del más mínimo escalón, al menos los primeros días. Al final terminó por aprender lo que le ayudaba y lo que no le hacía falta, aunque el chico se lo agradeciera de todos modos.

Ya desde el principio empezaron a construir una sólida confianza. Hablaron sobre los estudios: Laura estaba empeñada en estudiar Psicología y Carlos quería estudiar bioquímica, ya que afortunadamente cada vez había más salidas para las personas invidentes.

Carlos, entre muchas otras cosas, también le contó en los primeros paseos que él siempre pasaba los veranos en su pueblo, una pequeña localidad de la sierra al lado de un hayedo.

-Allí es donde mejor me lo he pasado en la vida. De pequeño me encantaba subirme a lo alto del monte con mis primos. Las vistas del hayedo desde ahí arriba eran tan preciosas...

Laura había fruncido el ceño. Había algo que no le cuadraba.

-Espera, ¿no siempre...? -empezó a preguntar, pero se calló de repente. No quería incomodarle.

Carlos sonrió.

-Puedes preguntarme lo que quieras, no te preocupes.- No parecía en absoluto molesto. -Y no. No siempre he sido ciego.

El chico le contó que se había quedado ciego a los 12 años, a raíz de un accidente de tráfico que le dañó irremediablemente el lóbulo occipital, además de dejarle un par de cicatrices no demasiado grandes.

-No se pudo hacer nada. Perdí totalmente la visión. Pero había sido un accidente grave, ya sabes. Podría haber muerto, pero me quedé ciego en cambio. -Esbozó una sonrisa forzada, y aunque tratara de ocultarlo, Laura supo que aún le costaba un poco hablar de ello.- Y es una putada, vale, pero ser consciente de que podría haber perdido mucho más me ayudó un tanto a seguir adelante, además de mis padres, claro. Lo sigue haciendo a día de hoy.

La primera vez que le había visto, Laura había dado por sentado que era ciego de nacimiento. En ese momento comenzó a admirarle. Le pareció que debía ser incluso más duro de este modo, sabiendo lo que te perdías, teniendo que aprender tantas cosas de nuevo... Estaba casi segura de que ella no hubiera sido capaz de soportar algo así.

El tercer día que pasearon, Carlos no llevaba gafas de sol. Aunque el chico ya le había dicho que su ceguera se debía a un daño en su cerebro y que sus ojos estaban intactos, no había podido evitar preguntarse cómo serían aquellos ojos que no veían.

Se sorprendió de lo bonitos que eran, a pesar de que parecían un apagados en cierto modo, o de que no se movieran tan inquietamente como los suyos.

Le parecía que en aquellos ojos, de un azul envidiable, se podían ver sensibilidad y serenidad, y curiosamente a ella también le hacían sentirse serena.

Iban pasando una semana tras otra, y cada vez se sentían más a gusto en la presencia del otro.

Empezaron a tomar como hábito verse más y más a menudo. Todos los días en los que le era posible, al terminar el instituto, Laura se pasaba por casa de Carlos, o viceversa, o simplemente paseaban, a menudo con Whisper y Pizca o sin ellos, cuando Laura hacía de guía para el que se había convertido en su mejor amigo.

Carlos había dejado que Laura saciara toda su curiosidad. Le había enseñado su regleta, para escribir en Braille, y el resto de su material para el instituto.

Al parecer, obtenía buenos resultados en su Bachiller, aunque le contó que, como era de esperar, después del accidente le había costado mucho esfuerzo llegar a adaptarse.

Aprender a leer con el tacto, por ejemplo, suponía una gran diferencia, pero al menos era una herramienta más que útil si no podías ver, una vez aprendías Braille.

Le había enseñado un poco a Laura con alguno de sus libros. A Carlos siempre le había gustado leer, y a pesar de su accidente su interés por la lectura no había menguado, sino al contrario. Decía que, ya que no podía ver su entorno, ya no podía ver películas, la imaginación y las realidades que pintaba gracias a un buen libro eran un alivio. Otra manera de "ver", entre comillas.

Laura le entendía en gran parte, pues compartía totalmente su afición. Pero adquirir libros en Braille era mucho más complicado y costoso, y obviamente, había infinitamente menos títulos entre los que elegir. Así que ella se había ofrecido a leerle de vez en cuando, y compartir historias aumentó aún más su complicidad y se fue transformando en una costumbre que ambos agradecían.

Nadie la escuchaba como Carlos, nadie la entendía como Carlos, nadie conseguía animarla en todo momento como él, se alegraba Laura, maravillada y agradecida porque la casualidad le hubiera brindado un amigo así.

Y para Carlos no era menos, definitivamente.

A través de tus ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora