Laura paseaba con Pizca, su perrita de apenas un año, distraída pensando en las ganas que tenía de que llegara el verano y las vacaciones. Pizca, mientras, correteaba de acá para allá, inagotable.
Laura, sin previo aviso, terminó viéndose arrastrada por la fuerza de su mascota, que corría hacia un gran labrador de aspecto apacible. A su lado, sentado en un banco, había un chico, probablemente su dueño.
Agarró con fuerza la correa, para separar a Pizca del perro. Pero supuso que él ya la habría visto y no le parecía educado largarse sin decir nada.
-Vaya, perdona, es que Pizca es muy pequeña y me cuesta un poco controlarla aún.
El chico volvió la cabeza hacia ella, y Laura sintió curiosidad. En la urbanización en la que se encontraban tanto su casa como ellos en aquel preciso instante todo el mundo se conocía, pero era la primera vez que le veía. También le llamó la atención que llevara gafas de sol, pues el cielo estaba totalmente nublado.
-No te preocupes, antes Whisper también era así -dijo él con una sonrisa, y sin mirar, bajó la mano para acariciar la cabeza de su perro, que sacudió la cola alegremente.
Parecía simpático. Laura supuso que tendría más o menos su edad. ¿Había dejado de ser la única en toda la urba?
-¿Vives por aquí? Es la primera vez que te veo.
-Sí, aunque nos mudamos aquí hace sólo semana y media. El trabajo de mi padre y eso -respondió él sin perder la sonrisa.
-¡Anda! ¿Y qué tal la adaptación? -se interesó Laura. Al fin, alguien con quien entablar amistad aparte de los matrimonios, los niños pequeños y sus simpáticos vecinos mayores...
-Bueno, ahí vamos. Me toca memorizarlo todo otra vez: las farolas, los pasos de cebra... Tengo que familiarizarme todavía. Y mi perro Whisper también.
A la chica le extrañó la respuesta. ¿"Memorizar"?
Fue entonces cuando vio el bastón en la mano del chico, una vara más o menos gruesa de aspecto metálico y color oscuro.
No había reparado antes en él.
Laura sonrió al hablar, aunque todo indicaba a que no hacía verdadera falta.
-Pues espero que lo encuentres fácil. Al menos, al ser las calles paralelas y haber pocos coches, pues supongo que será un poco menos difícil...
Pizca se había acercado al perro del chico y se olisqueaban mutuamente.
-Yo me llamo Laura -siguió diciendo. -¿Y tú?
-Carlos. Encantado, Laura -se presentó. Laura nunca había hablado con nadie que pudiera permanecer tanto tiempo sonriente sin que terminara pareciendo forzado.
-¿Y en qué portal vives, Carlos? -preguntó, curiosa.
-El segundo a la derecha desde aquí -dijo automáticamente. -Es decir, el 22 -aclaró el chico señalando en esa dirección. -En el bajo A.
-Yo vivo en el 24, que está justo enfrente. Justo volvía para allá. A propósito... ¿Cuántos años tienes?
-Cumplo 17 en Junio - respondió él, que no parecía incómodo a pesar de la horda de preguntas.
-Pues tenía razón, somos de la misma edad. Yo los hago en Octubre. Al parecer, voy a dejar de ser la única por aquí, qué alivio...
Laura por un momento se preguntó si no habría sonado raro, pero el chico le estaba cayendo bien. Además, y no sólo por lo obvio, no conocía a nadie como él... empezando porque la mayoría de los chicos de su clase, excepto uno o dos, se comportaban como unos estúpidos la mayor parte del tiempo.
-Pues sí. También es un alivio para mí. Ya empezaba a preguntarme a qué clase de sitio aburrido me habían traído mis padres...
Carlos sonrió de nuevo, y Laura se preguntó tontamente si tendría dificultades, por ejemplo, para lavarse los dientes, al ver lo blancos que eran.
<<Por supuesto que no. Podrá incluso echar la pasta sin problemas. No es tonto, ni un extraterrestre...>> se recriminó ella. Pero es que era la primera vez que hablaba durante tanto tiempo con una persona ciega, y le costaba imaginarse cómo harían todo para lo que ella necesitaba los ojos.
-Si quieres, podría acompañarte alguna vez a pasear. Ya sabes, para ayudarte a "memorizar el terreno" y todo eso. Y para hablar un poco, que ya que vamos a ser vecinos...-se ofreció. Estaba segura de que ella y aquel chico podrían llegar a llevarse muy bien.
-Vaya, pues te lo agradecería muchísimo -sonrió Carlos. ¿Es que dejaba alguna vez de sonreír? De todos modos, pensó Laura, tenía una sonrisa contagiosa.
-¿Te viene bien mañana por la tarde? Mejor que vayas aprendiendo cuanto antes... -como el chico dijo que sí, añadió - Vivías en el 22, bajo A, ¿no? Llamaré al telefonillo sobre las seis, ¿vale?
-Perfecto -corroboró el chico amistosamente.
-Bueno, yo me voy a ir yendo... -se despidió Laura, y Carlos se puso de pie.
-Yo creo que también, a ver si se van a preocupar mis padres. Vamos para el mismo lado, ¿verdad?
Mientras se dirigían al portal, y suponiendo que no se daría cuenta, Laura observó al chico. Aunque el labrador tenía toda la pinta de ser un perro guía, sólo llevaba una correa como la de cualquier otra mascota, y Carlos se guiaba tanteando los adoquines con el bastón. De todos modos, aun en esa especie de descanso, Whisper se mostraba muy bien educado: apenas se desviaba y avanzaba en línea recta, a pesar de que Pizca estuviera revoloteando a su alrededor con leves ladridos felices. Laura terminó por cogerla en brazos, no fuera a ser que Carlos tropezara con la correa.
Al llegar a la altura de su portal, Carlos se detuvo. Ella se preguntó cómo sabría cuándo tenía que girarse, porque aunque Whisper ya había girado a su vez, la correa ni siquiera iba tensa.
Quizá se hicieran amigos y el chico se lo explicaría algún día. ¿Contaría los pasos? ¿O usaba otro tipo de truco?
-¿Hasta mañana entonces, Laura?
-Sí, hasta mañana. ¡Buenas tardes, Carlos, o lo que queda de ellas!
-Muchas gracias, e igualmente -se despidió con su eterna sonrisa.
<<Quizá este barrio deje de ser tan aburrido como siempre>> se dijo la chica mientras subía las escaleras y entraba en casa.
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A través de tus ojos
Romance"Ojos que no ven, corazón que no siente." Carlos sabía que el refrán se refería a otro tipo de ceguera, pero lo encontraba casi irónico. Porque su corazón sentía.