Parte 3: Rompemos Promesas

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"A mamá la dejaron salir del hospital un día después. No tiene nada, eso fue lo que dijeron los doctores. Tenía baja la presión, debía cuidar su alimentación y nosotros debíamos ayudar en los deberes del hogar. Eso fue todo lo que los doctores dijeron además de preguntar si había alguien mayor de edad media hora antes de que mis abuelos llegaran.

Eso fue todo. Y lo recuerdo porque no era cierto. No es que los doctores fueran mentirosos, no, nada de eso, es que eran incompetentes de todas las maneras posibles.

Mis abuelos empezaron a visitarnos dos veces a la semana, se preocupaban mucho por mi madre. En ese tiempo creía que eran un poco paranoicos al respecto, lo cierto es que tuvieron que pasar diez años para comprender que al ser padre, tu mayor miedo es ver morir a un hijo.

La historia de mis abuelos era un poco más complicada que eso. Mi mamá tenía una hermana que murió en un accidente de tráfico cuando yo apenas tenía dos años. No la recuerdo, pero por lo que he visto en fotos, ella y mamá eran muy parecidas. Mi tía tuvo tres hijos, y todos tenían menos de 6 años cuando murió. Mi tío político decidió cederles la patria potestad a mis abuelos, creo que no estaba preparado para hacerse cargo de ellos. A él sí que lo recuerdo, iba seguido a las fiestas familiares a pesar de que mi tía ya no estaba con nosotros, y era bueno con la baraja y hacía trucos de magia para entretenernos. Con el paso de los años verlo en las reuniones familiares se volvió menos frecuente.

Cuando tenía diecisiete años, lo único que sabía de él es que se había vuelto a casar y que mis primos tenían medios hermanos.

Los días en verano pasaban volando. Recuerdo que todo lo que pasaba por mi cabeza en esos tiempos eran preguntas sobre la vida y el Universo. Tenía problemas existenciales y mamá creía que estaba loca. Tal vez si lo estaba. Pero que levante la mano aquél que crea que no lo está.

Desde que recuerdo he sido de aquellas personas que se queda observando demasiado tiempo a otras, sé que suena aterrador, pero es que algunos humanos me resultan un enigma. Otros, un insulto.

Lucas, sé que hablamos sobre el tema en demasiadas ocasiones, pero es que nunca he sido buena al expresarme en voz alta. Cuando tenía diecisiete años existían muchas razones por las que no quería enamorarme, casarme o tener hijos. Me bastaba con ver a mi alrededor para tener una buena razón. Me bastaba con ver a todos nuestros compañeros en la preparatoria para tener otras mil razones.

Cada que alguien se abría conmigo, cada que alguien compartía conmigo sus miedos más profundos o aquel sufrimiento que lo marcó, más me daba cuenta de que el origen de todo eso siempre era la familia. Los padres."

Recuerdo perfecto cuando hablábamos sobre eso. Mis padres. Tus padres. Nuestros padres. ¿Quién iba a decir que terminaríamos juntos por culpa de lo jodidos que estábamos a causa de los errores de nuestros padres?

"Pero amo a mi madre, aunque ya hayan pasado años sin poder abrazarla. Y amo a mi padre... aunque en ese tiempo creía odiarlo.

Unos de los días en el que más odio sentí hacía mi padre fue el tercer lunes que asistí a clases de alemán.

Gary York llegó alterado y no llevaba puesto un moño o una corbata extravagante. Sí, estaba alterado, pero eufórico al mismo tiempo. Era como si hubiera descubierto el invento del siglo.

Recuerdo que estabas sentado en frente de mí y que volteaste a verme sólo para preguntar:

— ¿Qué le pasa?

No te respondí, estaba encismada viendo lo que Gary hacía.

Lucas, no habíamos hablado desde la primaria, y ahora que estábamos juntos en clases de alemán nuestras conversaciones se basaban en preguntas. ¿Cuánto tiempo perdimos en ellas?

EfímeraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora