Acomodando mi economía

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Cuando llegué a casa empecé a acomodar mi cuarto de casados, lo pisé por primera vez desde que él murió, hasta ese momento había preferido dormir en el dormitorio contiguo. Guardé todas sus cosas en cajas, y decidí regalar mucha de sus ropas. Sólo me quedé con su uniforme de gala, ese que muchas veces tuve que lavar a mano y pegarle algunos botones. No sé el porqué no pude regalarlo.
Apenas terminé con la ropa, me llegó la hora de lo que estaba debajo de la cama, antes tuve que tomar una píldora para enfrentarme a esa caja negra en donde él guardaba los juguetes sexuales que le gustaba utilizar en mí, y sobre todo las esposas no las de fantasía, sino las reglamentarias unas que me quedaban apretadas y me cortaban la circulación de la sangre.  Gracias a ellas tengo un hueso de la muñeca dislocado y mal soldado. Para colmo, que no soy muy bello mi mano derecha se ve grotesca. La verdad, ese fue el celo de Marcos más largo y de mayor sufrimiento para mí. Había empezado como cualquier celo de él: llegó de su trabajo más temprano y sin decirme nada ni importarle lo que estaba yo haciendo antes, ponía su mano sobre mi cabeza, ejercía la fuerza suficiente para hacerme arrodillar, y con la otra mano se bajaba la cremallera de su pantalón del uniforme policial. Sin saludar y ni siquiera preguntar por mi día, sacaba su órgano que estaba ya erecto y tanteaba mis labios y me ordenaba: “Chúpalo hasta secarme”. Inmediatamente supe que estaba caliente y en su celo, y por ende yo no debía de hacer nada que lo incomode o molestará, cualquier gesto que viera negativo era inmediatamente corregido con golpes violentos y hasta lesiones de las cuales me hacían quedarme en la cama con dolores durante días. Tome su pene y empecé a lamerlo desde la base hasta la punta, con docilidad mis labios rodearon toda su circunferencia, vi su cara placer y por eso profundice aún más, sentí como su órgano llegaba hasta mi garganta, y antes de que él llegará me tomó de los cabellos, para que no apartará mi boca y me dio su carga e hizo que yo me la tragará. No terminó ahí, ese día me empujo sobre la mesada de la cocina, haciendo que todos los alimentos terminaran bajo la mesa, y sin mucha contemplación ni estimulación de mí parte, me penetro moviendo sus caderas de manera violenta. Se segundo orgasmo llego, pero no le fue suficiente, esa noche me arrastro al cuarto, y allí sin ni siquiera observarme hizo que mí frente colapsara sobre el colchón, mi cuerpo estaba acostumbrado a sus violentas invasiones, sin embargo, está vez él nunca busco mi placer ni siquiera parecía preocuparle la lubricación. El dictaminó la velocidad que debía de yo moverme, también la profundidad con que mi culo era penetrado, cuando se me escapó un grito de dolor, Marcos no si inmuto sólo tapo mi rostro con la almohada, colocando su mano sobre esta para mitigar mis gritos.  Mis manos intentaron retirar esa mano porque ya el aire se me estaba acabando, temía por mi vida, y como él lo estaba disfrutando no iba a hacer que nada ni nadie lo detuviera hasta que estuviera feliz. Sin piedad sacó las esposas que estaban aún en su pantalón, me las colocó haciendo que mi cuerpo se contorsionará en una posición casi inhumana. Me siguió montando, tapando mi rostro y asfixiándome, sin control de mi cuerpo me desmaye apenas sentí como mi trasero terminaba húmedo con su semen.  Cuando desperté él me estaba entablillando, antes tuvo tiempo de haberse tomado un baño y cambiado de ropas. Sin mostrar cariño apretó aún más mi muñeca con cinta de embalar, al mismo tiempo me dijo: “No hace falta ir al hospital, podrían hacer preguntas que no pienso responder”. Y así me quedo la mano utilizable pero torcida.
Miré con odio esa puta caja, volví a meter las esposas y fui al patio para quemar todo. Me gratifique al ver que el acero quedó negro, y me sentí satisfecho que nadie nunca más me obligaría a humillarse así. El humo con olor a plástico me dio una razón para que las lágrimas fluyeran sin control alguno.
Después de la limpieza sentí que la sombra de ese monstruo se había achicado, y pude ahora sí llamarlo mi hogar.
La pensión que recibía como viudo no era la gran cosa,  y por eso había conseguido hace dos meses un trabajo los fines de semana a tiempo parcial en un restaurante familiar. Pero, entre mi comida, los servicios y los impuestos de la casa apenas si me alcanzaba para los medicamentos.
Y por eso tuve que buscar otro medio alternativo para poder subsistir todos los meses. Sabía que mi casa era grande, de dos plantas, dos baños, uno unido al dormitorio principal que es justamente el que voy a alquilar a algún extraño. La ubicación no era tan mala, a ocho cuadras de la zona universitaria y a metros del casco céntrico. 
Por eso baje la escalera bien decidido, tome la computadora portátil propiedad de Marcos, y publiqué varios avisos. Me sorprendí de mí mismo, por la valentía que ahora sentía al agarrar algo suyo, ya que cuando él estaba vivo eso era un gesto impensable. Siempre tuve la sospecha de que él me estuvo engañando, en esa máquina seguro que encontraría rastros de uno de sus pasatiempos el de tomar fotos y videos. Ahora tenía la oportunidad de llegar a la verdad y dejar las sospechas que antes anidaban en mente. En la memoria de la computadora había fotos con sus compañeros de trabajo, varios vídeos y fotos de nosotros teniendo sexo en mis posiciones más vergonzosas. Esas fotos eran parte de mis castigos cuándo algo no se había hecho como él quería. Aparte de la amenaza de venderme a los carteles de drogas, los cual me aterrorizaba tanto que solía terminar suplicándole perdón de rodillas, aunque sólo haya roto una taza. Abrí y rebusqué en todas las carpetas que estaban en el disco duro, hasta que al final lo encontré, mi corazón supo que esa persona era con la que me estuvo engañando, ella su compañera de trabajo, una beta, que en la foto estaba desnuda y con una sonrisa de felicidad, el brillo de sus ojos me dio la posibilidad de hasta también observar que Marcos estaba devolviéndole el gesto. Veía esas fotos y recordé que, en el entierro, ella lloraba más que yo.  La verdad en este momento no sé qué debía de sentir como correcto, sí él pudo ser feliz con ella y dejarme en paz a mí ¿por qué no me dejó? Hubo un tiempo que ella lo dejaba en la puerta de casa, después de las guardias y se reflejaba claramente su decepción y tristeza por tener que compartirlo conmigo. Desde la ventana siempre los observaba. Las fotos que ahora miraban reflejaban felicidad, seguramente él era gentil y dulce con ella cosa que conmigo no podía. Ese último pensamiento me hizo tomar valor y formateé todo ese puto disco duro. No me importaba si la máquina no anduviera más, ya veré cómo me las arreglo. Siempre supe arreglármelas.
Me tomé la pastilla para dormir y rogué no encontrarlos en mis sueños. Mi último pensamiento fue sí también ella debía de estar tomando pastillas o quizás alcohol para poder descansar.  Grite con dolor sobre la almohada, intentando ensordecer mis lamentos, porque ahora debía de hacer lo mismo que hice con la computadora… borrar todo y no pensar en las implicaciones. Esa mujer no era parte de mis responsabilidades.

Omega + Omega - AlfaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora