capitulo 1 parte 1

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Los tallos de las flores, retorcidos, crepitaban bajo mis pies. Estaba rodeada de árboles jorobados, cuyas ramas se extendían como los dedos de una anciana decrépita, dando la impresión de querer descender y atraparme. Escuché el galopeo de los caballos cada vez más cerca.

¿Ahora qué haría? No conocía ese lugar y los nervios me bloqueaban la mente.

― ¡No escaparás!―gritó alguien a lo lejos.

Eché a correr, esperando no toparme con el portador de aquella severa voz. Pero, de un momento a otro, el galopeo me rodeó. Elevé la mirada hacia el jinete, quien dirigió el filo de su espada hacia mi cara.

Iba a matarme.

Levantó la mano para tomar impulso, luego el metal descendió como una guillotina. Cerré los ojos y un conocido aleteo llegó a mis oídos, después de unos segundos los aleteos se volvieron chirridos y me obligaron a abrir los ojos.

Estaba dentro de un envejecido salón escolar, cuyas ventanas mostraban un inusual cielo rojizo.

―Por lo visto el caballero negro rompió el sello que Soul colocó...Que pena―Salté del susto al escuchar esa voz. ¿De dónde había salido?― ¿Qué? No me digas que me tienes miedo cuando tú y yo somos prácticamente la misma persona.

Era ese muchacho, ese que escalofriantemente se parecía a mí. Recostaba la espalda contra un montículo de pupitres, jugando con un cubo de rubick.

―¡Todo esto es tú culpa!―exploté.

―No tenemos mucho tiempo, el caballero negro logró pisar tus sueños. Cuando encuentre éste lugar y me mate, desaparecerás, por eso debes buscar a Soul Aldrich y pedirle que te ayude―respondió ignorando mi grito.

―¿Soul Aldrich?

―Él es quien te ayudó hace tiempo, el apuesto hombre con un ojo azul y otro café.

No tardé en saber de quién me hablaba.

Brush―El estruendo de un tren hizo temblar lo que me rodeaba.

Las luces artificiales, junto a una voz varonil, me sacaron del salón de clases. Estaba de vuelta en la realidad, dentro de la estación de trenes Breeders Mint. Parecía ser de noche.

Entonces lo escuché: Un galopar sospechoso resonando por los pasillos.

―Ayúdenme por favor―pidió alguien.

Me aproximé al cuerpo. Debajo de él había un charco escarlata, toda su piel lucía el mismo color. Era un hombre de ojos azules y cabello azabache.

Tuve que cubrirme la nariz para no vomitar. Olía a podrido.

El espanto desarmó mi cuerpo y grité cuando tocaron mi hombro.

―Niña ¿Se puede saber qué haces aquí a estas horas?―se trataba de una policía.

Pero, en lugar de esperar mi respuesta, pronto se concentró en su teléfono.

―Encontré el cuerpo en la estación de trenes Breeders Mint, no creo que sea suicidio, presenta las características de las demás víctimas―sus ojos volvieron a fijarse en mí y añadió―: Encontré a una niña en la escena...

Ella, mientras seguía con su llamada telefónica, me obligó a acompañarla. Llegamos hasta un edificio que no quedaba muy lejos de la estación.

―No es por ser maleducada pero ¿Por qué me trae a éste lugar?―pregunté frenando en seco.

―Tu nombre es Ángel Thompson, tienes diecisiete años, estudias en la secundaria Phoenix Talk, tu madre trabaja como enfermera en el hospital central, tu padre no biológico es gerente de una empresa, tu padre biológico murió cuando cumpliste tres años. Te traje hasta acá para que hablaras con alguien, toma―Me entregó una tarjeta de presentación donde se leía «La maldición lleva al síndrome», más abajo, escrito en letras pequeñas, decía «Soul Aldrich. Psicólogo-Detective-Investigador. Oficina ubicada en el edificio Willis».

¿Qué era todo eso? ¿Cómo sabía ella acerca de...? La interrogué con la mirada. El asombro no cabía en mi cara.

―Necesitas hablar con él. Tu perfil encaja con las anteriores víctimas―Señaló mis ojos―: Ojos grises o azules, cabello negro, edad entre los catorce y veintitrés―Su dedo apuntaba en dirección a lo que mencionaba―. Además de eso, todos sufrían algún tipo de maldición, como tú.

Esa explicación no me aclaraba nada.

―¿Maldición?―¿De cuándo acá yo tenía una maldición?

―Él te explicará todo―Empujó la puerta, mostrando el arruinado interior: Las paredes, sucias y agrietadas, desprendían ese olor a humedad propio de los lugares deshabitados.

Al fondo de la habitación, una pálida chica escribía sobre un escritorio. Cuando levantó la cara para verme, sentí el impulso de salir corriendo: Las cuencas donde deberían estar sus ojos estaban vacías.

―Bienvenidas. ¿Tienen cita?―preguntó cordial. Parpadeé aterrada, pero la policía parecía ignorar el espeluznante aspecto de la muchacha.

―Hola, Kako. Sí, ya tenemos cita―respondió tranquila. La muchacha pasó las páginas de su libreta para verificarlo.

―¡Ah! ¿Ángel Thompson?―La policía asintió. Yo era incapaz de mover un músculo ¿Qué había pasado con sus ojos? ¿Cómo podía leer la libreta si no tenía ojos?―Adelante, pueden pasar.

Una enorme puerta, ubicada cerca del escritorio, se abrió sin que nadie la moviera.

―Entren, el señor las está esperando.

El síndrome del ave.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora