Los humanos son graciosos. Me gusta observarlos, escuchar sus conversaciones, fisgonear y a veces causar un poco de alboroto.
No me culpen, es lo único que hago para divertirme. Duh.
Las cosas siguen su curso desde que aquello sucedió; el sol sale cada mañana y se esconde al atardecer, las estrellas siguen brillando como siempre y, curiosamente, cada vez que echo un vistazo al cielo creo ver muchas más que el día anterior.
En el día divago por los lugares que se me antojan y en la noche, también. Es curioso cuantas cosas puedes ver y hacer cuando la oscuridad y el silencio se unen, como dos cómplices sigilosos antes de repartirse el botín. Aún recuerdo la expresión del hombre al que le arrebaté su bebida hace unos días; caminaba tranquilo con un cigarrillo en la mano y una botella en la otra cuando su compañera se le escapó y empezó a flotar sin razón aparente, sus ojos se abrieron como platos y sus piernas empezaron a temblar antes de salir corriendo del lugar en medio de rezos y palabras en un idioma extraño. Tsk. Patrañas.
Oh, esperen. Fue ayer.
Descanso mi cabeza contra el tronco del árbol, cierro los ojos y respiro hondo dejando que mis pulmones se llenen con el aroma de la corteza húmeda. El parque en el que suelo descansar siempre está lleno de niños y parejas enamoradas, sin embargo hoy reina un misterioso vacío acompañado de un incesante llanto que insiste en romper la paz de mis pensamientos.
—Calma Mehiel, siempre pasa, ya se callará —digo entre dientes. El ruido aumenta con fuerza y se adentra en lo más profundo de mí ser como si se tratara de un escalofrío recorriendo mi espalda con desdén. Un mal presagio. Nah.
—¡Oh, por favor! ¡Alguien que le dé una de esas bonitas y brillantes cosas comestibles! —Me levanto, camino entre los árboles guiado solo por el sonido hasta que una pequeña canasta cubierta de tela aparece frente a mí. El molesto escándalo provenía de ahí.
Mehiel sabía sin duda que una vez que alzara el cesto, aquel molesto espécimen se convertiría en uno más de sus dolores de cabeza y aun así lo hizo.
Tonto Mehiel, le gustan tanto los problemas que va por ahí sin invitación alguna, recogiendo y llenándose los bolsillos de pleitos ajenos.
Pobre Mehiel, después de tanto nada ha cambiado. Su dulce corazón y bondad, aunque teñidos de negro, son y siempre serán los causantes de sus crueles tormentos.
N/a: Cuando cambiarás, tonto Mehiel.
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Pequeño Andrew©
Short StorySe dice que todo ser humano tiene un ángel de la guarda; un espíritu celeste de alma pura que siempre está dispuesto a escucharte, te protege y pase lo que pase jamás te abandona. Pero muchas cosas se dicen y muy pocas son ciertas. Esta es la histor...