Al igual que para los otros niños con la fortuna de nacer en el Capitolio, la vida para Phichit Chulanont era tranquila, libre de preocupaciones y donde recibía a manos llenas. Nunca conoció el hambre verdadera, esa que quema las entrañas e incapacita la mente y el cuerpo de concentrarse en otra cosa que no sea ese vacío. El miedo de pararse junto a otros chicos durante la cosecha y rezar porque ni su nombre o el de sus seres queridos fuera seleccionado, aún si eso significaba condenar a otro inocente... le era completamente ajeno.
Su existencia era pacífica, muy diferente a la de aquellas almas desafortunadas de los distritos, aunque eso no tenía manera de saberlo entonces.
Con motivo de los próximos Juegos del Hambre, un joven Phichit, de once años, participaba en una discusión en su salón de clases, encabezada por su maestra, acerca de la finalidad de los mismos.
-Son un castigo por los crímenes que los distritos cometieron contra el Capitolio. Es una forma de hacerlos pagar por su estúpida... -la profesora carraspeó- Por su rebelión-rectificó el jovencito, cuyo cabello peinado en punta lo hacía verse más alto e imponente de lo que realmente era.
La maestra, una mujer con marcos tatuados en torno a los ojos, emulando unos lentes y piel de tono violeta, asiente complacida. El resto de los alumnos aplauden para demostrar su aprobación por lo dicho por su compañero. Phichit frunce el ceño y alza la mano.
-Yo no estoy de acuerdo.
La algarabía cesó y a pesar de que todas las miradas se clavaron en él, Phichit se mantuvo firme.
-¿Podría explicarnos por qué, señor Chulanont?-pide la profesora con prudencia. Phichit se pone de pie.
-Es cierto, puede ser que los Juegos iniciaran como un castigo, pero... creo que han avanzado a ser mucho más que eso-pronunció confiado y la maestra le indicó con un ademán que continuara- Son motivo de unión y celebración. Para los tributos, representar a sus distritos es el máximo honor y nosotros a cambio reconocemos y celebramos su sacrificio. Hemos tenido éxito al convertir una tragedia, como lo fue la rebelión en los Días Obscuros, en algo bueno para todos.
Se permite echar un vistazo a su alrededor antes de tomar asiento, muy satisfecho por su contribución.
-¡Bravo!-aplaude la maestra, conmovida, y hasta se limpia una lágrima-¡Excelente, muy bien! Es un bellísimo punto de vista, señor Chulanont. En verdad, tiene toda la razón.
Phichit sonríe sin ocultar su orgullo, aunque no por ello pasa por alto la expresión irritada del chico que habló antes que él, e igualmente, es capaz de notar que otro de sus compañeros, un jovencito de cabello negro con un lunar bajo su ojo izquierdo, alza la mano.
-¿Podría contarnos sobre los Sinsajos?-cuestiona, antes de que la maestra le dé la palabra, haciéndose oír por encima de los murmullos y los cuchicheos del resto de la clase.
La mujer parpadea confundida, como si no hubiera comprendido la pregunta. Phichit alterna entre verla a ella y a su compañero, Cao Bin.
-Por supuesto, los sinsajos son aves cantoras con la capacidad de repetir todo tipo de melodías. Son poco comunes aquí, ya que suelen habitar en los bosques.
Cao Bin luce poco satisfecho, pero parece intuir que es la única respuesta que obtendrá, así que agradece cortésmente y guarda silencio. Para bien o para mal, una melodía en los altavoces indica que el fin de la jornada escolar ha llegado y al despedirse, la maestra les recuerda que vean la Cosecha, celebrada al día siguiente, para poder discutirla durante la lección correspondiente. Phichit se apresura a guardar sus cosas, ansioso por regresar a su casa para presenciar tan especial ocasión con su familia, pero no bien da unos cuantos pasos fuera del salón y alguien lo detiene.
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Más allá del reflejo
FanfictionLos Juegos del Hambre son motivo de unión y celebración. Para los tributos, representar a su distrito y luchar por la gloria eterna o morir en el intento, es el máximo honor. O al menos, eso fue lo que Phichit pensó toda su vida, hasta que... Parte...