Falta de compasión

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Aún estaba oscuro cuando Candy despertó, la luz del baño estaba encendida, se sentó y vio a Terry salir del baño, ¡estaba desnudo! Le arrojo la almohada que él atrapo en el aire y se tapó la cara con la manta.

- ¿Enserio, Candy? – dijo, con una sonrisa de autosuficiencia – creo que tendré que darte una lección – la rubia se aferró más a su barrera de algodón. Sonriendo como una niña pequeña.

Intentó jalar la cobija con un movimiento rápido, tomándola desprevenida, pero falló, Candy se esperaba aquello, pero él volvió al ataque, jalando más fuerte, ella se aferraba a esa manta. A pesar de haber pasado la noche con él, de permitirle llegar más lejos que lo permitido por la sociedad, su desnudez la avergonzaba, después de todo aún era una chiquilla de 16 años.

Terry no desistió en su intento y ella comenzó a patalear, hasta que le dio en el estómago, tirándolo de la cama, no se levantó de inmediato y Candy pensó que lo había lastimado en serio.

- Terry – se sentó de nuevo y acto seguido él la tomó del brazo y ella terminó en el suelo, a su lado, él rió, con esa risa que adoraba ella, tan musical, tan autentica, sabía que estaba feliz. Ella misma sentía que no cabía de felicidad. Pero el tiempo seguía avanzando, hasta marcar una nueva hora – Tengo que irme – dijo con melancolía.

- Lo sé – la atrajo más a su cuerpo – quisiera que nos quedáramos así.

- Yo también, pero debemos seguir luchando por nuestros sueños. Soy tuya y tú eres mío, siempre será así.

- Te amo, Candy

- Yo también te amo, Terry.

Se vistieron lentamente, eran las 5 de la mañana, llegarían a la mansión en una hora, Candy rogaba al cielo que la tía abuela durmiera hasta las 7 como siempre hacía y que nada perturbara su sueño.

Salieron del hotel con cuidado y tomaron un taxi, en todo el trayecto permanecieron abrazados, con los ojos cerrados, tratando de estirar lo más posible el tiempo en brazos del otro.

Terry besó a Candy como si en ello se le fuera la vida y luego la ayudo a trepar por la reja.

- Adiós, pecas.

- Hasta pronto, Terry – y avanzó, sus manos se soltaban a cada paso que daba hasta que solo sintieron las puntas de sus dedos.

- Candy – la llamó, pero se ocultó porque vio un movimiento en la casa, ella volvió sobre sus pasos y en la reja encontró una cajita en cuyo interior descansaba un solitario con un diamante en color azul con forma de corazón. Aquella joya hacía juego con el collar que él le diera cuando se fue del Hogar de Pony.

- Esto es... - dijo tapándose la boca por la sorpresa y levantó la vista para buscarlo.

- ¡Señorita Candy! – le gritó uno de los trabajadores de la mansión - ¿se encuentra bien, señorita? – el hombre se asustó al verla llorar.

- Sí, no se preocupe señor Gordon, es solo que me desperté temprano.

- Será mejor que entre a la casa, su tía esta por despertar y no creo que le de mucha alegría que usted se paseé vestida así por el jardín.

Candy avanzó a la mansión con el corazón henchido de alegría. Subió sin ser descubierta y entró a su habitación. Al momento en que la puerta se cerró detrás suyo, se colocó el anillo.

- Sí – le dijo a la nada.

/o.O/

La vida de Candy no era la única que había cambiado durante el mes que estuvieron en la cuidad, Archie comenzaría su primer año en la universidad de Harvard el próximo otoño. Lo que había llevado a Annie a inscribirse en colegio Wellesley para estar cerca de su novio y estudiar para ser escritora de cuentos. Neil y Elisa empezaría clases en la universidad de Chicago al mismo tiempo que le menor de los Cornwell. Patricia O'Brian había vuelto de Londres y sus padres decidieron que estudiaría en el colegio Barnard, Stear había anunciado sus intenciones de estudiar en el MIT.

LA MELODÍA QUE GUÍA TU CORAZÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora