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Ya había pasado un día después de aquél momento incómodo en su entrenamiento.
El día de hoy no debía entrenar, ya que solo iba tres días a la semana.

Pip tomaba rumbo hacia su salón, a pesar de que aún no era la hora de clases.

A él le gustaba estar solo desde temprano en el salón, era satisfactorio y además, así podía terminar su libro con tranquilidad.

Aunque cuando llegó no se encontró con algo grato, vió a Damien sentado en uno de los últimos mesabancos cercanos a la ventana.
El británico solo lo ignoró y tomó un lugar alejado para ponerse a leer y oír algo de música en lo que llegaba la hora de clases.

-¡Oye Pip! -el pelinegro lo llamó mientras hacía ademanes con la mano para que le hiciera caso-.

Pirrup solo se quitó un audífono y miró al anticristo, para al final saludarlo.

-Perdón por lo de ayer, yo sólo quería llamar tú atención y ver tu rostro sonrojado.

-¿En serio?

-Si, es que tus mejillas me recuerdan a muchos campos de rosas. -sonrió-.

-Que cursi eres...

-¿Cursi? Cursi la luz de la luna que ilumina el camino que guía hacia su destino a ese perro culazo que te cargas, mi amor.
-después de decir aquello, le tiró un beso y al final sonrió-.

El rubio solo rodó los ojos y suspiró algo irritado.

-Admítelo, estuvo bueno. -rió-.

Él sólo lo siguió ignorando hasta que vió que la mayoría de compañeros del grupo estaban llegando.
También se dió cuenta de que varios lo miraban y se reían, principalmente por lo sucedido ayer.

Vió que el anticristo salió sin importarle que haya llegado el profesor Garrison y guardó su libro.

-Buenos días mocosos, saquen su libro de biología.

Solamente algunos alumnos obedecieron aquella orden y a otros simplemente no les importó.

Pasó un buen rato hasta que el maestro escribió algunas cosas sin sentido en el pizarrón y alguien tocó la puerta.

-Alguien vaya a abrir la maldita puerta, por favor. -dijo molesto-.

Phillip se levantó y se dirigió a abrirla, solo para recibir a Damien y a Clyde, que por primera vez llegaba tarde.

-En vez de abrirme las puertas, deberías de abrirme tus piernas.

Por segunda vez, rodó los ojos por su pequeño enojo e incomodidad, mientras que Clyde reía y escuchaba que el castaño susurró para sí mismo: "se lo voy a decir a Bebe".

Otros alumnos también escucharon aquello que el pelinegro dijo y comenzaron a reír.

-¡Carajo, cállense! -exclamó el profesor-. Si no cierran sus malditas bocas, les pondré el examen que tengo ahí, y no sacarán copias, ¡lo harán a mano!

El resto del salón guardó silencio, excepto Cartman, que intentaba callarse pero no podía, por contener sus carcajadas.

Piropos [Dip-South Park] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora