capítulo | 11

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DOS SEMANAS DESPUÉS DEL ajusticiamiento de Tomas hubo un runrún, un murmullo, como un susurro y secreteo con risitas de casa en casa y de casa a casa en todo Manzanillo. Porque, avisadas las autoridades, se reunieron el Juez y su secretario, el médico y un ayudante y un Cabo del ejército con tres soldados y comenzaron a caminar hacia el sitio indicado en una denuncia anónima.

Ese lugar estaba como a tres kilómetros del pueblo, en medio de un tupido bosque. Cuando los ocho hombres llegaron al "sitio indicado" todos a la vez comenzaron a reír con escandalosas carcajadas. Colgado por el cuello pendía de una soga amarrada a un gajo de una guácima, el verdugo, la lengua fuera de la boca y una cinta roja con un lazo en la cabeza. Sujeto con clavito al tronco del árbol había un papel escrito que decía:

"Aquí murió la 'Ministra'
Por su vicio resbalo.
Nadie le quite la cinta:
ella misma se adorno
por conquistar a un mancebo.
(Acaso si fueron dos
y se pusieron de acuerdo...
y así la nena quedo)"

Las más autoridades prohibieron al Juez y su secretario; al médico y su ayudante y al Cabo y sus soldados, que hablasen con alguien de este asunto.

—Está totalmente prohibido a ustedes hacer algún comentario referente a este hecho —les dijo el Jefe de la Plaza Militar— Ustedes deben comprender, señores, que si crimen trasciende, sería un mal y peligroso ejemplo para blancos y negros.

—Si señor, lo comprendemos —dijeron los ocho a la vez.

Por lo que nunca se supo, ni se sabe todavía, quien o quienes despacharon para el otro mundo al sádico mariquita.

La mala intención que hubo en el aparatoso ajusticiaiento de Tomas fracaso desde su principio. Porque aun en medio del espantable drama que presenciaba el pueblo, hubo gritos y frases de irónica burla, las que fueron calificadas por los altos personajes de la Ley y del Ejercito como muy irrespetuosas para ellos.

Además, el hecho de que el reo pudiera hablar a gritos con el público, y culpaban por esto al teniente Bermúdez, los tenia furiosos. Pero sucedió después, querido amigo Diego, que con la muerte burlesca del verdugo, quedaran al revés las intenciones de quienes mandaban, ya que no fueron negros y blancos los temerosos y amor dazados por el miedo. Sino los miembros del Tribunal, algunos guardias civiles y unos cuantos militares.

El Arquitecto "Extremamente Extremado" estaba lleno de terror. "Fui yo quien dirigí la construcción del cadalso y el pueblo e vio."

Para colmo y acrecentamiento del temor de muchos hubo quien se dedicó a dibujar, en cartoncitos, puñales ensangrentados o velas encendidas con llamas amarillas o ataúdes alumbrados por cuatro velas el nombre del destinatario, a quien le tocaba y los echaban por debajo de la puerta de las casas, a quienes les tocaba recibir el alarmante premio.

Y fueron premiados el Juez, el Fiscal, el alto Jefe Militar y unos más. También recibían esquelitas con avisos como estos: "Si no pagas tu crimen, asesino, porque huyas o te ocultas nuestra venganza justiciera caerá sobre tu familia" o "Estamos inspirados por el espíritu de Tomas y tu castigo será inevitable."

Ya podemos imaginarnos el afecto psíquico y mental que tales avisos tenían que producir en quienes recibían dichas advertencias amenazadoras.

Pablo Bueno, que como sabemos, de bueno lo único que tenía era su apellido, estaba siempre alerta y espiando por su lograba descubrir "algo" que pudiese comprometer a cualquier individuo y denunciarlo enseguida a las autoridades militares o civiles. El corre-corre, para salir de una casa y entrar en otra, sonriendo o con el escándalo de las carcajadas, lo tenia intrigado.

‹‹En esto hay gato encerrado›› —pensó— ‹‹porque no ha sido en una sola cuadra, sino en muchas la misma cuestión››.

A unas niñitas que salieron de una casa, entraron en otra y, jorobadas por la risa, iban para la primera, le pregunto— ¿Pasa algo, muchachitas?

Las dos niñas se le pararon delante, lo miraron con ojos alegres y le soltaron al unísono sus infantiles carcajadas, corriendo después para entrar en su casa. A dos muchachas, que casi no podían caminar por la risa, que las doblaba, también les hizo la pregunta.

—¿Sucede algo, muchachas, que ríen así las dos?

La respuesta a su pregunta fue atronar con dos sonoras carcajadas y apretar el paso...

A un hombre que venía, tabaco en la boca y humo en torno suyo, le dijo— Dígame, paisano, ¿qué pasa en el pueblo, que veo a la gente moviéndose inquieta como hormigas cuando va a llover?

—Nada tengo que ver con lo que hace la gente. A mi nada más me importa lo que me importa —le dijo el hombre con una sonrisa juguetona en los labios y siguió caminando.

Entonces Pablo decidió ir a la Alcaldía, tal vez si allí lograría saber que rayos era lo que pasaba. En la Oficina solo estaba el mozo de limpieza sacudiendo con un plumero el polvo de los muebles.

—No señor, don Pablo. Yo no sé nada.

—Bueno, pero tu vives acá en este pueblo ¿no?

—Si señor, don Pablo, pero de lo que usted dice, no sé nada...

En cuanto Pablo vio entrar al secretario del Alcalde se le acerco. Los dos hablaron en secreto.

—Como usted comprenderá, don Pablo, de tal asunto no se debe hablar con nadie.

—Claro, claro que lo comprendo —y, como las sillas estaban arrinconadas por la limpieza, el, aturdido y con las piernas flojas ahora, se dejó caer de nalgas sobre la mesa escritorio de la Oficina. El impacto de la noticia lo hizo sudar copiosamente, y tanto, que el sudor le corría desde la calva hasta los juanetes.

—¡Bendito Dio! —dijo con la boca medio cerrada— si al verdugo, que tenía el amparo de las autoridades, le hicieron esos. Con soguita y hasta con lacito de cinta en la cabeza, que resulta una burla para nosotros ¿qué me puede pasar a mí, con la ojeriza que me tienen en este pueblo? Acá no esperare la noche tan cierto como que me llamo Pablo Bueno.

A las diez de la noche subió Pablo a una goleta. Nunca supo nadie a donde fue a caer el tan pesado aerolito...

En cuanto al Arquitecto "Extremadamente Extremado" o "Alfredo Marisma" de su huida no dejo ni el rastro.

Diego y Liberio | ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora