capítulo | 13

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AHORA LE DIRÉ, AMIGO Diego, eso de que me llamen Liberio desde que don Fermín me dio la libertad la gente empezó a llamarme Liberio. Pero los hijitos de los esclavos no me decían Liberto sino Liberio ¡y Liberio me quede hasta hoy!

Tres meses después del fuego levantaron otra Case de Vivienda para los amos, yo me ofrecí a don Fermín para pintarla y la pinté. ¡Quedo linda, muy linda la casa! Después le dije al bueno de don Fermín que yo quería aprender un oficio y él me dijo— Aquí puedes aprender a ser carpintero, a ser talabartero. Hay otros oficios y tú dirás cuál es el que te gusta.

—Perdóneme su merce —le dije— pero el ofició que me gustaría aprender es el de herrero.

—Está bien, Jesús —me dijo— En Manzanillo tengo un amigo herrero, es el dueño de la herrería "La Herradura." Mañana hablare con él para que te tome como aprendiz.

Así lo hizo y yo comencé de ayudante del viejo español don Pepe Diego. A los tres meses ya yo trabajaba bastante y don Pepe quiso pagarme un sueldo o jornal. Entonces yo le dije— Yo tengo una mesada que me da don Fermín, son veinte pesos y no necesito que uste maestro don Pepe, me pague nada.

—Pero es, Liberio, que tú ya trabajas más que yo, porque soy bastante viejo, y debes tener ganancias por tu trabajo.

—Entonces, maestro don Pepe, lo que me vaya a pagar vaya guardándolo uste.

Como a los cuatro años de eso, un día el maestro me dijo— Liberio, quiero que mañana vayas conmigo a la Notaria.

—¿Por qué, maestro? ¿uste va a vender la herrería?

—No, muchacho —me dijo con una bondadosa sonrisa— Lo que pasa es que yo no tengo ningún miembro de familia en esta Isla de Cuba ni tampoco en España y todo cuanto tengo lo voy a poner a tu nombre. Porque algún día me tocara morir y ¡a saber quién, o quienes, se quedan con esto y con el dinero mío y tuyo! ¡Que no es poca cosa, muchacho!

A mí se me aguaron los ojos y le dije— Uste, don Pepe, vivirá muchos años más. Deje eso de pasar esas cosas a mi nombre.

Pero el, amigo Diego, no me hizo caso y fuimos a la Notaria. Veinte días después cuando fui a despertarlo por la mañana, mi bueno y noble maestro estaba muerto. Parece que el presintió su muerte. No solo me dio la herrería con esta casa propia, sino muchos miles de pesos que tenía guardaos en un baúl. Yo le pague al cura pa que le hicieran tres o cuatro isas, porque don Pepe era católico.

Y ahora voy a decirle otra cosa, mi querido amigo Diego. Porque ya estoy terminando de contarle toda esta triste historia, por eso, amigo mío, no deje de venir. ¡Sus visitas me sirven de alegría!

—No dejare de venir, Liberio, se lo aseguro.

—Ya me falta poco, Diego, para terminar de narrarle esta dura historia. Y, antes de acabarla, le voy a decir, algo de los momentos más tristes de mi vida. Cuando habían pasado ya veinte años de que don Fermín me diera la libertad, una mañana, serían las ocho nada más, vi que Armando llego montado en un caballo y con otro sujeto por el freno, a la puerta de aquí. Enseguida fui a recibirlo, pero no me gusto su cara.

—¿Pasa algo malo, Armando?

—Si, Liberio —me contesto— he venido porque la viuda y sus hijos te mandan a buscar. Don Fermín murió hace tres horas...

—La noticia, Diego, produjo en mi efecto que produce un trancazo en la cabeza. Y le dije a Armando: "Voy a bañarme enseguida y a vestirme de limpio para que vayamos."

—Muchas veces —me dijo Armando— a través de los anos, Liberio, he pensado en aquello que me dijiste el día que don Fermín me compro: "No temas, hermano, porque ahora has caído en buenas manos." Y te digo, Liberio, que nuestro amo es el hombre, perdón, Liberio, nuestro amo era el hombre más bueno del Mundo. Hoy, Liberio están llorando allá no solo su esposa y sus hijos, sino también las esclavas y todos los esclavos. Yo me fui para un rincón donde no me vieran llorar. Y aquí fueron a decirme que viniera a buscarte.

En cuanto me vieron llegar a la casa, la viuda y los tres hijos se abrazaron a mi llorando y gritando: "¡Tu amigo, Liberio! ¡Ha muerto tu amigo!" Yo también llore abrazando a ellos.

Había allá algunas personas blancas y me miraron con la boca abierta, seguro que pensaban: "¿Quién será este negro que lo abrazan todos los de la familia de don Fermín?"

La otra cosa dura, muy dura, que me paso fue diez años después de la muerte de don Fermín. Esta vez fue Min, el niñito que salve de entre las llamas el día del fuego en la casa. Min es ahora el Doctor Fermín de Dios, abogado. También llego el a esta herrería con dos caballos y yo presentí en seguida otra mala noticia. Lo alcance cuando se bajaba del caballo.

—¿Min, la noticia que me traes es mala o buena?

—Mala, muy mala, Liberio. Hace cuatro horas que murió mi madre.

Los dos, amigo Diego, lloramos abrazados.

Tres días después de eso Min fue otra vez a la herrería, vino aquí mismo.

—Vengo a buscarte, Liberio.

—¿Qué, Min?, ¿otra desgracia?

—No, Liberio, es para que el notario te entere ante mí de que mi madre deja otra mesada vitalicia de veinte pesos...

Así, estimado amigo Diego, eran Fermín y toda su familia. Usted comprenderá ahora que, con los miles de pesos que me dejo mi maestro herrero don Pepe y con cuarenta pesos mensuales para mientras yo viva, pues, amigo Diego, no necesito trabajar. Si hago algo es por la constumbre, ¿sabe?

 Si hago algo es por la constumbre, ¿sabe?

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Diego y Liberio | ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora