La alarma resonó en mis oídos, haciendo que odiara aún más las mañanas.
Un par de minutos más tarde, me dispuse a levantarme de mi cama y buscar algo de ropa para dirigirme a la preparatoria. Ansiaba porque el colegio terminara de una buena vez. No soportaba la idea de pasar un día más en clases, escuchando clases que no me servirían en la vida; teniendo que convivir con personas detestables. Soñaba con el día en el cuál podría estar vendiendo mi arte e inspirar a otros artistas.
Después de repetirme el mismo monólogo interno, proseguí a quitarme el pijama y ponerme una camiseta azul cielo y un overol. Me dirigí al espejo para observar mi cabello grisáceo y lo alboroté un poco.
De inmediato, corrí a la ventana para deleitarme con el clima nublado. Eran días en los que podía explotar mi talento al máximo.
Me coloqué mis converse rojos, tomé mi mochila negra con manchas de pintura y decidí bajar a la cocina.
Mi casa siempre se encontraba vacía. Mi madre trabajaba por horas como directora en el área de compras de una empresa especializada en comunicación, mientras que mi padre era el Gerente ejecutivo de una de las empresas más influyentes, según la revista Forbes.
Sí, tenía una vida con lujos. Pero no creía que eso era un beneficio cuando pasabas tu vida, aislada de la gente que supuestamente era tu familia.
Abrí la nevera y saqué los waffles congelados que compraba mi madre. Encendí la lujosa estufa y proseguí a colocar el sartén. Seguido de ello, puse los waffles y esperé a que se calentaran.
-Mi teléfono.- Murmuré disgustada.
Bajé la flama y subí rápidamente a desconectar mi celular.
Me miré en el espejo y un día más, me sentí abrumada por todas las pecas que había en mi rostro.
-Parece que estamos listas para otro asqueroso día.- Exclamé a mi reflejo y me senté en la orilla de la cama. Encendí mi teléfono y decidí entrar a las redes sociales.
Todos publicaban fotos con amigos, presumían sus "perfectas" relaciones y expresaban cuán felices eran con sus vidas. Mientras tanto, yo sólo tenía el recordatorio para la exposición de arte de la señorita Margareth. Mi profesora de arte y la única amiga que creía tener.
Suspiré con frustración y metí el celular a uno de mis bolsillos traseros. Tras observarme en el espejo, recordé aquello que trataba de recordar.
-Los waffles.
Bajé las escaleras cuán rápido pude y llegué a la cocina para rescatar mi desayuno, aunque ya era demasiado tarde para ello. Un waffle quemado yacía sobre el sartén.
-No pudo pasarme esto a mí.- Me dije de nuevo y aparté el sartén de la estufa.
Con cuidado, tiré mi desayuno a la basura y proseguí a calentar otro, esta vez sin quitarle la vista.
Abrí el refrigerador y saqué el jugo de naranja orgánico que compraba mi madre día con día. Ella creía que al comprarlo cada día, mantendría su frescura. Aunque claramente, era lo mismo si compraba tres en un día pues, eran los mismos que había en el supermercado. El hecho de que mi madre fuera cada día, no significaba que éstos habían sido elaborados esa mañana.
Tomé el vaso azul que usaba cada mañana y lo coloqué en el comedor.
Una vez listo mi desayuno, lo coloqué en el plato floreado que usaba todos los días y saqué el jarabe de chocolate y la crema batida. Tomé mis cubiertos y me senté en el vacío comedor.
Comí un par de bocados y como era de costumbre, saqué una hoja de una de mis libretas y comencé a dibujar.
Desde niña, había soñado con convertirme en una famosa pintora o ilustradora. Podía pasar horas trabajando en una sola pintura sin perder la emoción.
Sonreí torpemente al recordar mi sueño y di otro gran bocado a mi desayuno.
De pronto, sentí como mi teléfono vibraba.
Dejé lo que estaba haciendo y lo saqué de mi bolsillo. Con un simple movimiento, lo desbloquée y contesté la llamada.
-¿Luna? Soy Andrew. ¿Me recuerdas? Vamos a la misma clase. Me preguntaba si vendrías a la escuela. Ya es algo tarde y, quería recordarte que hoy es la exposición de historia en la que hemos trabajado desde hace semanas.
Permanecí en silencio por un momento y de inmediato, miré el reloj.
-¡7:30!- Grité alarmada. -¡No puedo volver a llegar tarde!
Guardé la libreta en mi mochila, coloqué el móvil en mi bolsillo y tomé una cazadora marrón que colgaba en el perchero.
Tomé la memoria USB que había dejado sobre la mesa y salí de casa.
Busqué mis llaves dentro de mi desordenada mochila y cerré. Bajé a la cochera y tomé mi bicicleta.
Subí a ella con prisa y salí lo más rápido que pude.
El viento golpeaba sobre mí rostro y mis piernas se esforzaban en ir cada vez más rápido.
-¡Corre, Luna! No vuelvas a llegar tarde.- Exclamó la Señora Presley desde su acera.
Sonreí torpemente y seguí mi camino.
No paraba de ver el reloj que tenía en mi muñeca, esperando que el tiempo se detuviese.
Después de diez minutos de fuerte pedaleo, llegué a la entrada en donde mostré mi identificación y me dejaron entrar.
Corrí a toda velocidad, esperando llegar antes del señor Mananzala.
El señor Mananzala era un hombre alto, de piel morena y con una pequeña panza que lo hacía lucir gracioso. Sin embargo, a pesar de su cálida apariencia, él era un hombre bastante estricto. Se decía que había dejado a sus tres esposas por pequeños errores que cometieron. Errores tan insignificantes como no poner suavizante a su ropa, haber dejado un pequeño trozo de ajo en su comida o servirle agua con saborizantes artificiales.
Para mí mala suerte, el señor Mananzala me tenía en la mira. Había tenido retrasos por estar ocupada, montando la exposición de la señorita Margareth. Mi estricto profesor había sido claro, sí volvía a llegar tarde, me expulsaría de su clase.
Llegué a la puerta de mi salón y justo antes de entrar, sentí una mano sobre mi hombro.
-¿Otra vez tarde, señorita Libelle?- Preguntó irónicamente el señor Mananzala. -Creí que había sido claro.
Cerré los ojos y di media vuelta, esperando un milagro.
-Profesor, ¿Tiene un segundo?- Dijo una alumna. Ella me miró y guiñó un ojo.
Confundida, acepté su gesto y tomé la perilla de la puerta.
-¿Va a algún lado?- Preguntó el profesor antes de que pudiera entrar. La chica con la que hablaba tomó su brazo y entonces, el profesor prosiguió. -Puedes pasar, pero esta será la última vez.
Asentí y con la cabeza baja, entré al aula donde todos mis compañeros me miraron con desagrado.
Para la mayoría yo era una desquiciada. La clase de persona a la que no le hablarías por miedo. Todos murmuraban lo rara que era por preferir mi arte antes que fiestas o amigos.
Sentía como las miradas estaban sobre mí.
Con nerviosismo, me dirigí a mi asiento y saqué mi dibujo de arte. Planeaba terminar lo que había iniciado aquella mañana, así que me coloqué los audífonos y me dejé llevar por la música.
Escuché una voz lejana, levanté la mirada para ver si el señor Mananzala había vuelto al aula, pero no vi a nadie. No fue hasta que tocaron mi hombro, que me quité los audífonos y miré a mi lado.
-Creí que no vendrías.- Dijo Andrew.
-Pues, aquí estoy.- Musité y volví a mi dibujo.
-Es muy hermoso lo que haces.- Susurró Andrew con una sonrisa en el rostro.
Furiosa, dejé mis utencilios de pintura y lo miré molesta.
-¿¡Qué es lo que quieres!?- Vociferé. -¿¡Quién te pagó para que me halagaras!? ¡Dímelo!
Él se encogió de hombros y respondió con la cabeza baja:
-Nadie me pagó, Luna. Cómo sabes, este es mi primer año en esta escuela. Todos son amables pero... Me preguntaba por qué nadie...
-¿Por qué nadie me hablaba? ¿Acaso no lo sabes ya?- Exclamé con furia.
-Sé lo que dicen. Pero...yo no creo que seas así.- Musitó.
-Pues quizá sí soy una loca.
-Si lo fueras, no te alejarías de todos.- Murmuró Andrew y seguido de ello, se levantó y salió del aula.
Todos los compañeros me miraban con repele. Sabía que les era desagradable, y quizá pensaba lo mismo que ellos.
Pasaron los minutos y el señor Mananzala jamás volvió. En cambio, una bella mujer de mediana edad, vestido rojo y ojos azules entró al aula.
-Disculpen, temo que el señor Mananzala no podrá volver el día de hoy. De igual manera, todas sus clases serán pospuesta hasta el día de mañana. Pueden ir a casa.- Comentó la bella dama con una enorme sonrisa.
Levanté la mano pues, todo me parecía bastante confuso.
-Disculpe.- Dije en voz baja. La mujer me dio la palabra y proseguí. -Quisiera saber por qué no tendremos clase.
La mujer sonrió y caminó sensualmente hasta mi asiento.
-¿Cuál es tu nombre?- Preguntó.
-Mi nombre es Luna, Luna Libelle.
-Luna Libelle.- Repito, llevando su dedo índice a su boca, como si estuviera guardando un secreto. Pintó su dedo con su labial rojo. -Una jovencita con un gran sueño, ¿O me equivoco?
Permanecí en silencio mientras trataba de analizar su rostro.
-Sin amigos, sin familia. Sólo una solitaria esperando a ser encontrada, ¿No es así?- Abrí los ojos como platos y me aferré a mi silla. La bella mujer ondeó su cabello y se acercó aún más. -¿Qué pensarías si te dijera que eso puede cambiar? ¿Qué pensarías si te digo que hay una Luna Libelle teniendo una vida muy distinta a la tuya? ¿Me creerías?
-Por supuesto que no.- Respondí con voz temblorosa. -Soy la única Luna Libelle de esta aula, incluso de la escuela, o de la ciudad. Eso es imposible.
-Entonces tendrás que creer en ello con tus propios ojos.
La mujer me miró directo a los ojos y tocó mi cabeza con el dedo que tenía la marca de sus labios.
-Suerte con tu nueva responsabilidad, Luna.- Comentó y seguido de ello, sentí una inmensa pesadez sobre mis párpados. Trataba de mantener mis ojos abiertos, pero me era imposible.
De pronto, sentí como mi cuerpo flotaba sobre algún lugar del universo.
Ventanas a mi alrededor flotaban y se quebraban al mínimo contacto con ellas.
Después de un buen tiempo, finalmente me detuve. Estaba frente a un enorme espejo. Me moví un par de veces y todo parecía normal, o eso creía. Había algo extraño con mi reflejo, algo diferente. Mi expresión permanecía sería, mientras que mi reflejo sonreía eufóricamente.
-¿En dónde estoy?- Me pregunté y de inmediato, toqué el espejo. Éste empezó a crear ondas y en un parpadeo, se quebró.
Cuando todos los pedazos cayeron al suelo, desperté de un raro y confuso sueño.
Había despertado en mi habitación, el despertador sonaba como en un día cualquiera y al gritar, no obtuve respuesta de mis padres.
Todo parecía normal, demasiado normal. Aunque tenía una sensación extraña.
Salí de mi habitación, tomé la misma ropa que me había puesto y sin desayunar, salí de casa con todas mis pertenencias.
Me monté en mi bicicleta y me dirigí a la escuela.
-¿Te despertaste temprano, Luna? Me alegra que vayas a llegar a tiempo.- Exclamó la señora Presley. -¿Recuerdas a mi hijo, Robert? Él está a punto de salir. Creo que sería maravilloso que fueran juntos a la escuela.
-¿Juntos?- Pregunté confundida. Ella asintió y segundos más tarde, el hijo de los Presley salió con una sonrisa en el rostro como era de costumbre y me miró confundido. Sin decirle una palabra, asentí hacia la señora Presley y seguí caminando hacia la escuela.
De repente, una fuerte escena se cruzó por mi mente, haciendo que me cuestionara sobre la realidad.
En ella, yo caminaba y reía al lado de Robert Presley. Él hacía chistes y reíamos a carcajadas.
De pronto, un suave golpe de despertó.
-Disculpa.- Musitó Robert. -Creí que necesitabas despertar de tu trance.
Lo miré con asombro y asentí.
Permanecimos en silencio hasta que llegué a la escuela.
Con las piernas temblorosas, caminé hacia el baño y respiré por un largo tiempo. Segundos después, otra escena inundó mi mente.
Esta vez, las chicas populares me sonreían y me saludaban. Yo les devolvía la sonrisa y salía.
Más tarde, ocurrió lo mismo. Sólo que en mi realidad, las chicas me miraban con desprecio.
Me mojé el rostro y proseguí a salir del baño.
Ahí, encontré a Andrew quien, estaba preguntando a Robert sobre mi número telefónico.
Miró su celular y prosiguió a llamarme.
Miré mi celular y contesté a su llamada.
-¿Luna? Soy Andrew. ¿Me recuerdas? Vamos a la misma clase. Me preguntaba si vendrías a la escuela. Ya es algo tarde y, quería recordarte que hoy es la exposición de historia en la que hemos trabajado desde hace semanas.
Miré el reloj que llevaba en mi muñeca y sorprendida, colgué de inmediato. Caminé hasta donde él se encontraba y sonrió.
-¿Qué ocurrió ayer?- Pregunté sin rodeos.
-¿Ayer? Tuvimos clases, fui a jugar videojuegos y tuve práctica de Football. ¿Por qué la pregunta?
Trataba de encontrar respuestas, pero nada me las daba.
-¿Qué pasó con el señor Mananzala? Creí que se había ido y volvería hoy.
Andrew me miró extrañado y llevó su mano a mi frente.
-No tienes fiebre.- Murmuró. -¿Estás bromeando?- Preguntó con una gran sonrisa en el rostro. Permanecí en silencio y fue entonces que su rostro tomó una expresión seria. -No, no estás bromeando. El señor Mananzala no se ha ausentado ni un sólo día.
-Tuve un sueño bastante realista, creo que eso fue lo que ocurrió. Necesito ir a sentarme.
Dicho esto, caminé a mi lugar. Trataba de conectar todo lo que me estaba ocurriendo. Nada parecía tener ningún sentido.
De alguna forma, debía llegar al fondo de esto.
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Al Otro Lado Del Universo
General FictionTodos tenemos una vida, la cuál debe ser maravillosa en todas sus formas. Pero qué pasaría si un día despiertas observando tu vida, o lo que parece serlo pero de una forma completamente distinta. Luna Libelle ha adquirido la habilidad de poder ver s...