CAPITULO TRES: ¿UNA COINCIDENCIA?

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Seguí corriendo, esperando poder encontrar a aquella hermosa y curiosa dama que había llegado a mi vida junto con las extrañas visiones.
Giré en varias calles, siguiendo el vestido rojizo que había captado el rabillo de mi ojo. No sabía qué haría o qué le preguntaría, pero estaba segura de que al encontrarla, tendría algunas respuestas para comprender todo lo que ocurría.
Corrí hasta que me encontré en medio del bosque, a unas cuántas cuadras de la exposición.
El frío viento hacía danzar a los árboles y me causaba escalofríos. Parecía que el aire susurraba, cantando las más aterradoras canciones de cuna.
Miré a mi alrededor, deleitándome de los exquisitos colores y formas que había presentes en el bosque. Todo era tan bello y a su vez, atemorizante. Una extraña pero placentera combinación de emociones. Mi corazón latía desbocado; sabía que ahí había encontrado algo tan mágico que le daría una nueva vida a mi arte. Los colores, las lúgubres sensaciones, todo era más que perfecto.
Me detuve a observar el paisaje a detalle, esperando que mi memoria lograra retener tan majestuoso arte.
Una vez terminado, di media vuelta, dispuesta a volver a la exhibición y fue entonces cuando otra visión me golpeó.
"-¿No te encanta este lugar?- Pregunté. -Es tan bello. Cientos de vivos colores, tan cálidos como el mismo amanecer. La manera en la que el sol atraviesa las copas de los árboles, acabando con toda oscuridad e inundando todo con un sentimiento de libertad.
-Parece que has encontrado tu inspiración.- Respondió Robert y seguidamente, me dio un cálido abrazo."
Volví a la realidad y dirigí mi mano a mi pecho sin borrar de mi rostro la impresión de aquello que había percibido. Mi respiración era acelerada y tantas visiones lograban que mi cabeza doliera. Trataba de resistir las náuseas con inhalaciones y exhalaciones mientras me repetía una y otra vez que debía controlar a mi cuerpo.
Cuando las náuseas cedieron, mi celular comenzó a vibrar con fervor, obligándome a responder rápidamente. Sin embargo, mis torpes y titubeantes manos hacían que dicha acción fuera más tardía. Cuando finalmente pude controlar mis nervios, contesté la llamada sin siquiera mirar el número.
-Luna.- Exclamó una voz femenina. -¿Por qué no puedes simplemente disfrutar el don que te he dado?- Abrí los ojos como platos y permanecí helada. Mi mente recordaba todas las preguntas que quería hacerle a la bella mujer de vestido rojo más sin embargo, mi boca no podía articular ni una sola palabra. -Permaneciste escéptica cuando te comenté la existencia de una Luna que disfrutaba de todo aquello de lo que te privabas. Ahora lo has visto con tus propios ojos y apuesto a que temes hacer algo con tu nuevo destino.- Soltó una pequeña carcajada y continuó. -Te daré un consejo que espero escuches con atención. Se responsable con cada acción que tomes de ahora en adelante.- Dictó con frialdad. -Te he dado un don, pero todo tiene un precio. Págalo de manera sabia, querida Luna. Contesta la llamada que entrará en un par de segundos, podría ser importante. Buen viaje.
La mujer colgó el teléfono y permanecí inmóvil en medio del bosque que tanto había llamado mi atención. Tragué saliva y una vez más, volví a mis ahora inservibles ejercicios de respiración. Fue entonces que mi teléfono volvió a sonar. Temía contestar la llamada de Robert, pero las palabras de la dama habían sido filtradas a mi cabeza, aterrandome aún más al solo pensar que algo malo podría suceder si no contestaba.
-¿Te encuentras bien?- Preguntó angustiado. -La señorita Margareth te está buscando por todas partes. Parece que quiere presentarte a gente importante.
-¿La señorita Margareth?- Pregunté con un nudo en la garganta.
-Estoy entre la calle Berthill y la calle Cellis.- Comentó el joven de cabello envidiable. -Dime en dónde estás, te llevaré de vuelta a la exposición.
Miré a mi alrededor, tratando de procesar el cómo había llegado hasta el bosque sin siquiera darme cuenta. No quería que el chico más deseado de la escuela creyera que era una idiota por perderme en medio del bosque, pero sabía que era el único que podía ayudarme a volver.
-Estoy en medio del bosque.- Respondí en casi un susurro. No escuchaba más la voz del chico que me atormentaba en mis visiones por lo que, solo le encogí de hombros y estaba dispuesta a colgar. Esperé un par de minutos más, jurándome que no volvería a mostrarle a nadie aquello que más me apasionaba y que no volvería a necesitar de nadie.
-Estoy llegando.- Comentó Robert. -Lamengo hacerte esperar en la línea pero, no creo que sea correcto conducir y hablar al mismo tiempo.- Dijo entre carcajadas.
Colgó el teléfono, dejándome desconcertada. No hacía más que mirar el teléfono, observando con detenimiento esa última llamada y preguntándome porqué la otra Luna había llegado tan lejos con Robert Presley.
De pronto, una helada y grande mano me sacó de mis pensamientos y me erizó la piel. Di un grito ahogado y lo miré con rencor.
-Te dije que te encontraría.- Exclamó con una enorme y blanca sonrisa. -Será mejor que te lleve de vuelta, la señorita Margareth estará aliviada al verte. Dijo que esta sería una gran oportunidad para ti, Luna.
Asentí y traté de no mirar los ojos que enloquecían al ejército rosa de Samantha. No obstante, podía sentir su mirada sobre mi, como si esperase algo.
Él tomó su bicicleta y antes de subirse a ella, me otorgó un casco color vino.
-No dejaré que camines.- Comentó Robert. -Sube, no te haré daño.
Tomó mi muñeca con suavidad y de inmediato, una visión entró a mi cabeza.
"-Es tu gran día, cometa.- Anunció Presley. -Has llegado lejos, me enorgullece tenerte conmigo en este momento. Tal vez mañana esté con la artista más famosa del mundo.
Sonreí ante aquel gesto y le solté un suave golpe en el hombro.
-Tú eres parte de este logro.- Susurré. -Si mañana soy famosa, será gracias a que estás a mi lado.
-Eso será mañana.- Expresó Robert con una mirada dulce y acarició mi cabello con sutileza. -Pero hoy estoy con mi cometa, y no hay nada que me haga más feliz."
El regreso a la realidad me provocó un terrible dolor de cabeza, tan terrible que había afectado mi equilibrio, haciendo que cayera en los brazos de Robert Presley.
-Si tanto querías un abrazo, pudiste pedírmelo.- Mencionó entre risas. -Pero, debo decir que es una buena estrategia.- Permanecí en silencio, tratando de recuperarme y fue ahí cuando Robert comprendió que ya no era la clase de chica que hacía bromas. -Luna, ¿Te sientes bien? ¿Sucede algo?- Negué con la cabeza y cerré los ojos con fuerza, tratando de ordenar a lo cuerpo no sentir dolor ni fatiga. Robert me colocó el casco y me sentó en la parte trasera de la bicicleta. -Sujétate.- Señaló. -Voy a llevarte a la galería y te buscaré algo dulce. Mi madre siempre me da un poco de azúcar cuando llegó a perder el equilibrio.
No dije una sola palabra y esperé hasta que finalmente llegamos de vuelta a la galería. Bajé de la bicicleta roja de Presley y con pasos lentos, entré sigilosamente.
-¡Luna!- Gritó la señorita Margareth al otro extremo de la sala. -¡Ven, acércate!- Exclamó, extendiendo sus brazos hacia mí. Una vez a su lado, me rodeó con su brazo y me presentó ante los famosos e importantes hombres que admiraban su trabajo. -Luna será la próxima gran artista que pisará está galería.- Dijo con fervor. -Sé que sus creaciones los dejarán boquiabiertos.
Los hombres soltaron carcajadas, siguiendo la actitud de mi extravagante mentora y, a pesar de la incomodidad que sentía, fingí comprender el comentario de la señorita Margareth.
Nuevamente, sentí una mirada sobre mi, así que observé con detenimiento a todos los lugares posibles hasta que encontré a Robert Presley haciendo un par de señas a lo lejos.
-¿Podrían disculparme?- Musité. -Volveré en un momento.
-No tardes demasiado, linda.- Comentó la señorita Margareth con una voz aguda y vivaz, tanto que hería un poco mis tímpanos. -Si demoras, podríamos convertirnos en parte de la galería.
Una vez más, todos soltaron fuertes carcajadas, asustando a aquellos que solo iban a observar el auténtico arte de la señorita Margareth.
Avancé con pasos rápidos sin saber qué era aquello que Robert deseaba y sin poder borrar la visión de mi mente. Aquel simple pensamientos humedecía mis palmas y me hacía sentir náuseas una vez más.
-Te traje un chocolate.- Declaró él. -No estoy seguro de si aún te gustan con menta así que, traje otro por si acaso.
-Gracias.- Dije apenas susurrando y sin levantar la mirada.
-Deberías volver.- Sugirió Robert. -Creo que esta podría se una gran oportunidad para ti, Luna.
Abrí el chocolate con menta y lo miré, tratando de descifrar varios cuestionamientos que inundaban mi mente y fue entonces que dejé que mis palabras fluyeran.
-¿Por qué me hablas?- Cuestioné, observando con firmeza al joven de ojos marrones. -¿Por qué decidiste hacerlo el día de hoy? No es un día distinto al de ayer, o la semana pasada.
Robert permaneció en silencio, miraba de un lado a otro, tratando de encontrar las palabras correctas más sin embargo, cualquiera contestación podría sonar hostil.
-¿Por qué me dejaste acompañarte?- Preguntó él. Lo miré con algo de furia, pero él me ignoró. -¿Nunca has sentido la necesidad de hacer algo? Como si el destino te orillara a hacerlo.- Asentí boquiabierta y prosiguió. -Entonces tienes tú respuesta.- Carraspeó y tocó mi hombro con suavidad. -Solíamos ser amigos y a decir verdad, no comprendo aún cuando fue que todo eso terminó.
Bajé la mirada y le di un mordisco al chocolate con menta que tenía entre mis manos.
Desvié la mirada y de nuevo, me quedé estática pues, ahí se encontraba la mujer del vestido rojo, saludándome con seducción y riendo con la señorita Margareth.
-No puede ser.- Dije a mis adentros, dejando caer el aluminio que cubría mi golosina.
Esa mujer había sido clara en algo, había una responsabilidad sobre mis hombros, una que aún desconocida y temía conocer.

Al Otro Lado Del UniversoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora