CAPÍTULO DOS: ¿UN MAL SUEÑO?

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Me recosté sobre mi escritorio y me repetí innumerables veces que todo había sido un mal sueño. Un sueño que se sentía más que real.
Segundos después, otra visión inundó mi cabeza.
"-¿Nerviosa por tu exposición, Luna?- Preguntó Robert.
-Para nada.- Respondió Luna. (¿O respondí?) -Estoy ansiosa. Esperaba a que este día por fin llegara.- Había una sonrisa estática sobre mi rostro, o su rostro. Me confundía la manera en la que Robert y yo hablábamos, como si los años jamás hubiesen pasado.
-Me alegra verte sonreír.- Musitó. Me sonrojé de inmediato y prosiguió. -Estaré ahí a las seis. Espero ser de ayuda.
-Lo serás, siempre lo eres."
-¿Siempre lo es?- Pregunté en voz alta, olvidando por completo que me encontraba en la escuela y no en el maravilloso lugar al lado de Robert Presley.
-¿Dijo algo, señorita Libelle?- Indagó el señor Mananzala. -¿Sería tan amable de compartirlo con la clase?
-No, lo lamento. No volverá a suceder.- Dije apenas susurrando.
Me encogí en mi asiento y el profesor prosiguió con su clase.
No comprendía qué era lo que ocurría o por qué de la noche a la mañana podía ver algo que no creía que fuera cierto. Algo muy alejado de la realidad que yo conocía.
El tiempo pasó mientras pensaba en lo que había estado cruzando por mi mente. Debía hacer algo, o ignorar todo y seguir con mi vida.
La campana sonó y por inercia, me levanté de mi asiento y salí del aula, dirigiéndome directo a mi casillero.
-¡Luna! ¿Te sientes bien? Te veías algo...confundida en clase. Sí necesitas ayuda, puedes hablar conmigo.- Exclamó Andrew.
Lo miré sin alguna expresión en particular y asentí. Guardé mis libros y antes de que Andrew se fuera, me giré hacia él y obtuve su atención.
-Andrew. ¿Por qué me hablas?- Pregunté finalmente. Quería hacerme creer que realmente no me interesaba su opinión sobre mi, pero en el fondo, ese pensamiento me carcomia las entrañas.
-Creo que no es bueno fiarse por lo que otros dicen. Pienso que nunca sabrás cómo es algo o alguien hasta que lo tratas. No sabré quién eres si no trato de conocerte.- Contestó el joven. -Así que, planeo tratar de ser tu amigo. Puede que te moleste porque, he visto que disfrutas tener tu espacio.
-No me molesta.- Dije sin siquiera pensar. Cerré mi casillero y tomé mi mochila. -Debo irme.
-¿Qué harás hoy, Luna?- Cuestionó.
-Tengo que ayudar con una exposición de arte.- Respondí y di media vuelta.
-¡Nos veremos mañana!- Gritó Andrew.
Ondée mi mano, respondiendo a su despedida y seguí mi camino a la cafetería.
La comida era muy buena, pero muy pocos comían en ella por los comentarios de los chicos populares. Ellos eran como la monarquía escolar. La gente "normal" los alababa con gran fervor, adulándolos con halagos y elevando aún más su ego.
Como cada día, decidí sentarme en la mesa más vieja que había en el comedor. Una mesa a la cuál nadie se acercaba, sólo yo. Un lugar en donde podía observar todo sin ser molestada por nadie. Podía parecer lúgubre y quizás lo era, pero me daba tranquilidad.
Las chicas populares se sentaban en la mesa que se encontraba al centro, y justo a su lado estaban los chicos; aquellos jugadores de Football con bajas calificaciones. Todos excepto Andrew Ferguson. Sus calificaciones eran envidiables entre sus compañeros, por ello, todas las chicas estaban detrás de él. Aunque no era el único. De igual manera, Robert Presley era un rompecorazones para todas las chicas que se acercaban a él. Un chico atlético, con un hermoso cabello castaño con un par de rizos y una sonrisa encantadora. Cuando él entraba a la cafetería, solía ser el centro de atención de muchas. Pero él siempre las rechazaba a todas. O casi todas. Durante un largo tiempo, estuvo saliendo con Sarah, una "amiga" de Samantha, la líder de las populares. Tiempo después, su relación terminó y al poco tiempo, Sarah consiguió a otro jugador de Football.
Después de visualizar la jungla en la que estaba, me levanté por un poco de espagueti con salsa y carne. Tomé una botella de agua y regresé a mi solitario asiento.
Todos me miraban, o eso parecía. Bajé la vista hasta haber llegado a mi mesa y coloqué mi charola. Saqué un cuaderno de mi mochila y me dispuse a plasmar mi arte.
-¿Te escondes de alguien?- Preguntó una voz varonil. Elevé la mirada y me encontré con los ojos marrones de Robert. -¿Por qué sentarse tan lejos?
-Aquí puedo pintar.- Murmuré, agachando la cabeza.
-No creo que sea muy divertido estar aquí sola. ¿Por qué no vienes a mi mesa?- Sugirió con una enorme sonrisa.
-¿Esto es real?- Pregunté. -¿Por qué me invitas a tu mesa? Creo que eso es suicidio social, de alguna manera.
-¿Suicidio?- Rió. -Pues entonces estoy dispuesto a morir. Vamos, solíamos ser buenos amigos. Ambos crecimos y cambiamos, pero puedes confiar en que mis valores siguen intactos.- Robert extendió su mano y con una enorme sonrisa preguntó. -¿Aceptas mi invitación, o vas a rechazarme?
Por primera vez en mucho tiempo, sonreí y con algo de pena, asentí.
Tomé su mano y me levanté de mi solitario asiento. Él me ayudó a guardar todas mis cosas y caminamos entre la gente.
Podía escuchar murmullos mientras pasábamos al lado de todas esas mesas. Algunos se preguntaban el por qué Robert Presley me invitaría a sentarme con él. Otros sólo hablaban de lo rara que era. Sin embargo, no me importaba. Disfrutaba ver la cólera en el rostro de Samantha y su ejército rosado.
Cuando finalmente llegamos a la mesa, me quedé congelada. No sabía qué hacer o qué decir. Los nervios comenzaron a inundar mi cuerpo, provocándome náuseas. Mordí mi labio inferior y esperé a que Robert dijera algo, pero él sólo se sentó.
Permanecí en silencio mientras veía como todos hablaban. Era algo que había olvidado hacer.
Cuando era pequeña, solía hablar con todos. Siempre sonriente, siempre llena de alegría. Conocí a Robert en un viaje escolar. No solíamos hablar demasiado, pero éramos amables el uno con el otro. Tiempo después, me enfoqué en mi arte y dejé de salir con mis viejos amigos.
-¿Por qué no te sientas?- Exclamó una de las amigas de Robert. Era muy linda, tenía una larga cabellera negra y una blanca sonrisa. Usaba sombra negra sobre sus párpados y tenía un aspecto gótico. Algo muy raro para la gente que admiraba a Samantha. -Vamos, no te haremos daño.- Seguido de ello, me tomó del brazo y me sugirió un lugar frente a ella. Acepté su amabilidad y tomé asiento. -Soy Lenna. Me alegra que haya otra chica entre nosotros. Convivir con hombres es divertido, pero a veces necesitas alguien a quien contarle ciertas cosas.- Asentí y prosiguió. -Parece que seré yo quien te presente a todos. Bien, espero que seas buena recordando nombres y rostros.- Comentó y observó a sus amigos. -Creo que ya conoces a Robert. En realidad, todos lo conocen, o mueren por conocerlo. Así que, se podría decir que eres afortunada. Frente a Robbo está Falán; su familia proviene de la India y al igual que tú, es un chico de pocas palabras, al menos hasta que entra en confianza. Espero que también logres abrirte con nosotros.- Dijo entre risas. -Sigamos con las presentaciones. A mí izquierda tenemos a Ben, quien habla con Jack. Ambos se conocen desde la infancia, al igual que Robert y tú. Y yo pues, soy una chica cool.
-¿Por qué no nos dices qué te gusta hacer?- Preguntó Falán. -Cuéntanos sobre ti.
Permanecí en silencio sin siquiera saber qué decir. Temía que me juzgaran, tal como los demás.
De pronto, Robert me miró y sonrió, dándome a entender que estaría bien si hablaba.
-Me gusta el arte.- Dije al fin. -Es lo que hago todo el tiempo.
Todos me miraron asombrados y expresaron su emoción. Me pidieron que les mostrara lo que hacía pero, el miedo me lo impidió.
La campana sonó nuevamente, dando fin a nuestra charla.
Me despedí silenciosamente y caminé rápidamente a mi casillero. Saqué mis cuadernos y aún confundida, volví al aula.
Todo estaba pasando tan repentinamente que me hacía preguntarme si realmente estaba ocurriendo o simplemente estaba atrapada en un sueño.
Las visiones seguían llegando a mi cabeza, mostrándome relaciones con personas como Samantha y su ejército rosado, chicos de clubes, Robert y sus amigos y el equipo de Football. Hacía lo posible por ignorarlas, pero llegaban a mí como ráfagas de viento.
Al finalizar la clase, regresé a mi casillero, tomé mis llaves y me dirigí a la entrada. Ahí, mi bicicleta morada esperaba solitaria.
-¿Ya te vas?- Preguntó Robert. -Creí que podríamos irnos juntos, Luna. ¿Qué dices?
Mordí mi labio inferior y tomé un respiro antes de contestar.
-Debo ir a montar una exposición. No creo que sea algo muy divertido para la mayoría.- Musité.
Él tomó su bicicleta y sonrió despreocupadamente.
-Quizá sea divertido. ¿Te molesta si te acompaño?- Negué con la cabeza y sonrió. -Es un alivio, porque no tengo nada mejor que hacer.- monté mi bicicleta y sonrió nuevamente. -Tendrás que ser mí guía, Luna.
Asentí de nuevo y salimos de la escuela. Llegamos a la avenida principal, en donde había cientos de anuncios promoviendo la exposición de la señorita Margareth.
-¿Nos dirigimos a ese lugar? ¿En la tercera avenida?- Preguntó Robert.
-Mi profesora de arte me pidió ayuda para montar su exposición. Su arte es demasiado hermoso como para no ser reconocido o visto. Ella consiguió que su arte fuera promovido en la tercera avenida, una de las más recorridas de la ciudad.
-Entonces será mejor que nos apresuremos. Así tú profesora no te golpeará.
Solté una pequeña carcajada al escuchar su comentario y carraspée para recobrar la compostura.
Después de un veloz viaje, por fin llegamos. Mantas blancas cubrían las hermosas puertas de cristal, dejando a los demás intrigados.
Toqué la puerta un par de veces hasta que la señorita Margareth abrió. Tomó mi brazo y me introdujo al salón. Antes de que mi cuerpo pasará la puerta, tomé la muñeca de Robert para no dejarlo fuera.
-Al fin llegaste. Sé que fuiste demasiado puntual, pero todo se ha vuelto un caos. Las pinturas no tienen el orden que yo esperaba y...trajiste a un chico.- Exclamó la artista. Se acercó al rostro de Robert y pellizcó sus mejillas. -Es un chico real.
-Claro que es real.- Susurré. -Ahora dime, ¿Qué debo hacer?
Robert sólo nos observaba, esperando alguna orden.
-Quiero que las ordenes por objetos, colores y emociones. En cada conjunto debe haber una pintura con una de esas especificaciones. Es lo único que te pido, linda.- Comentó mientras tomaba mis manos. -Confío en que harás un gran trabajo. Yo iré a pegar algunos carteles y volveré para ayudarte con lo que falte.- Me soltó, corrió hacia la puerta y se despidió. -Mucha suerte, Luna. Cuento contigo.
Suspiré, miré las pinturas dentro de una caja y saqué una por una, tratando de seguir las indicaciones de la señorita Margareth.
Mientras tanto, Robert miraba lo que hacía y analizaba lo que hacía sin de ir una sola palabra. Después de unos minutos, terminé de colgar el último cuadro.
-Creo que no es lo que ella quería.- Dijo al fin mi compañero. -Puedes ver que algunas pinturas no encajan entre sí. Los colores y el estilo lo hacen, pero falta más. Necesitas observar lo que hizo y adentrarte a ello. Por ejemplo, está pintura de globos.- Exclamó mientras la movía de lugar. -Esto me transmite alegría, calma, paz. Algo que no encaja con los fuegos artificiales. Debería de ir con el árbol verde.
Me crucé de brazos y esperé a que Robert acomodara los cuadros. Estaba en desacuerdo con todas sus decisiones, pero de alguna manera me cautivaba su pasión.
Una nueva visión opacó mi mente, dejándome inmóvil en medio de la sala.
"-¿Te gusta cómo se ve aquí, cometa?- Preguntó el chico alto.
-Creo que ahí está perfecto. Siempre es buena idea pedirte ayuda para estás cosas, Robbo.- Respondí entre sonrisas."
-¿Luna?- Musitó él. -¿Te sientes bien?
-Lo estoy.- Respondí nerviosa. -Sólo pensaba.
Escuchamos la puerta abrirse y dirigimos la vista a la entrada. Ahí, la bella señorita Margareth nos miraba asombrada. Su cabello rizado y púrpura parecía flotar a causa del viento mientras que cada una de sus pecas se posicionaba, creando una bella constelaciones al ver dicha expresión en su rostro.
-Es hermoso.- Murmuró. Ajustó sus gafas y se acercó a sus pinturas. -Nunca se habían visto tan bellas.- Agradecida, tomó nuestras manos y continuó. -Ustedes le dieron vida a mis creaciones.
-Luna tiene una gran visión.- Musitó Robert. -Ella hizo la gran mayoría.
-Estás avanzando mucho, Luna.- Comentó la joven artista al borde del llanto. -Si sigues así, pronto tendrás tú propia exposición.
Abrí los ojos como platos y me sentí mareada. Todo sucedía tan rápido que me era difícil confiar en la realidad.
La gente comenzó a llegar, por lo tanto, la señorita Margareth nos dejó y fue directamente con los espectadores. Se mostraba dulce y elegante, algo muy raro en su comportamiento.
Más tarde, miré a la misma mujer de vestido rojo y ojos azules que había irrumpido en la clase del señor Mananzala. Sin pensarlo dos veces, corrí hacia ella y al mirarme, salió de inmediato. Me encontré sobre la acera, tratando de encontrarla en algún lugar.
Necesitaba llegar al fondo de todo.

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