{♥} capítulo 1: Reiko Minami.

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Joder. Sí, esa es la palabra con la que daba los buenos días al mundo. Cada mañana me despertaba, me sentaba al borde de la cama, miraba al infinito y suspiraba esa palabra; mientras me preguntaba por qué tenía que levantarme otra vez, otro día más.

Me llamo Reiko Minami, pero todo el mundo me llama Rei; así que ni te molestes en recordar mi nombre. Soy de origen japonés; de Kyoto más concretamente, pero mis padres y yo nos mudamos a la capital de Corea del Sur cuando yo tenía unos 6 años. Y de eso hacía ya 15 años. Habían pasado ya muchas cosas desde aquello.

No os voy a contar mucho más de mi pasado, a excepción de la historia del día en el que comenzó el fin de una niña de 8 años, una pobre niña llamada Rei.

" Un gélido viento se colaba hasta por el último poro de la piel, y un oscuro y amenazante cielo no daba esperanza a la salida del sol.

Akiko y Hideki Minami habían ilusionado a su hija Rei con una visita a la feria desde hacía días; y al fin había llegado el momento que la niña tanto ansiaba, sin saber que ese sería el momento que tanto ansiaría olvidar en el futuro.

Parejas enamoradas, familias felices y multitud de personas disfrutaban de los espectáculos, las atracciones o la comida.

{Súbete a la noria, Rei. Volveremos a por ti a la hora de comer.} Aquellas frías palabras, carentes de toda aprensión o sentimiento, fueron las últimas que Reiko Minami escuchó de su madre. La niña se subió a uno de los asientos de la noria, toda sonriente y entusiasmada.

La gente seguía sus vidas; caminaban, reían y comían todos juntos. Y Rei lo veía todo desde lo alto de la atracción. Observaba el gran reloj y veía como el tiempo pasaba rápido, y cómo iba atardeciendo, y cómo la gente iba saliendo de la feria, y cómo las atracciones iban cerrando, y cómo los limpiadores recogían la basura de todo el día, y cómo iba haciendo más frío, y cómo cada vez se hacía más oscuro y sus padres no venían a por ella. "

De la pobre Rei de 8 años sólo queda comentar que fue viviendo de casa en casa, con distintas familias de acogida hasta sus 19 años.

Para cuando cumplí los 21 años, trabajaba en un taller de reparaciones mecánicas, ayudando al señor Jung, que siempre se había ocupado de que yo estuviera bien. Él es el que reparaba los vehículos, pero yo llevaba todas las citas o las cuentas de los clientes.

Sé que hay trabajos peores, lo sé. Por supuesto que lo sé, pero trabajar en ese taller no era precisamente el trabajo que toda persona desea. Por las mañanas iba al taller, jugueteaba con los bolígrafos de mi mesa y atendía todas las llamadas de clientes; pero, al llegar a mi pequeño estudio...Oh, cuando ese momento llegaba, recordaba por qué seguía atada a este mundo.

El dibujo. Dibujar lo que sentía, lo que veía o lo que quería que otros vieran. Sentir como pasaban las horas y yo seguía creando, imaginando y dándome cuenta de que se me daba mucho mejor dibujar que respirar.

Seamos honestos, por aquella época yo era una persona borde, despreocupada, obsesiva, rencorosa, demasiado exigente y tenía muy mal humor por las mañanas. Pero había tres cosas en esta vida que me hacían sentirme mejor conmigo misma. El dibujo, el ron y el tabaco. Eso además de mi increíble confianza en mí misma cuando me rodeaba de gente. Sí, así es. Cuando era cuestión de socializar, salía al exterior una "yo" de lo más segura.

Volviendo al trabajo...¡OH, POR DIOS! Detestaba la rutina en la que mi vida se había convertido. Pero juro por mi vida que daría todo lo que fuera por que aquel día esa rutina no hubiera cambiado.


∞ * ∞


Cogí las llaves de mi apartamento rápidamente , agarré la primera chaqueta que alcancé del perchero y salí corriendo de allí, cerrando la puerta de un fuerte golpe. ¡Mierda! Otra vez llegaba tarde. ¡La cuarta vez en dos semanas! Joder, si seguía así, el señor Jung me mandaría a la mierda.

Llegaba tarde, sí. Pero, ¡EH! Eso no significaba que no pudiera ponerme los auriculares rápidamente y disfrutar ligeramente del ajetreado trayecto en autobús.

La gente en la estación andaba de allá para acá, chocándose unos con otros; pero sin dignarse a perder su tiempo en disculparse. Total, ¿para qué? Eran meros desconocidos a los que no volverían a ver nunca.

Esperaba a que llegara el autobús, moviendo continuamente mi pie derecho, ansiosa. A penas podía escuchar la música debido al continuo murmullo de la gente de allí; y encima hacía un calor de perros. Sinceramente, el cúmulo de personas no ayudaba a descargar el ambiente y mitigar la sensación de sofoco.

Por fin llegó el autobús y me subí rápidamente a él. Cogí asiento y esperé, nerviosa, a que el vehículo llegara al taller del señor Jung. Y cuando por fin lo hizo, me despedí rápidamente del conductor y bajé de allí a toda prisa. Corriendo por las abarrotadas calles de Seúl, con la respiración entrecortada y con Davichi aún sonando a través de mis auriculares llegué al fin al taller. A aquel taller que, aquel bochornoso 2 de junio, estaba cerrado.

Me quité los auriculares lentamente, con dificultad para respirar y el pelo todo revuelto. Me acerqué a paso ligero a la puerta y vi allí una nota pegada. Una nota que encerraba una sola emoción.

 Una nota que encerraba una sola emoción

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Y a raíz de esa nota, esa rutina que tanto aborrecía dijo adiós para no volver. Y se fue bien, bien lejos.


★★ ... ★★

¡bueno! Ese ha sido el primer capítulo, y era principalmente para conocer mejor a la protagonista: REI. Espero que os haya enamorado. A mí me gusta bastante cómo ha quedado. ❤



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