Cap 5 "Alucinaciones"

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A medida que fui adentrándome al bosque los faros de luz del pueblo dejaban de iluminar mi camino, la claridad que se filtraba entre los árboles era brindada por la luna que se encontraba en lo alto, más luminosa que otras noches. Más luminosa que nunca.

Roedores y reptiles vagaban por allí siendo ajenos e indiferentes a mi presencia. Hasta ese momento no me había encontrado con ningún animal salvaje como dijo Jack o con lo que sea que haya asustado al niño de los rizos.

El aleteo de varios pájaros y el sonido que provocaba el correr del curso del arroyuelo llamó mi atención de forma instantánea. Utilizando una de las navajas que tenía guardadas en las botas fui haciéndome camino entre las malezas para poder llegar hasta allí y observar plenamente el agua y las piedras que formaban la cascada. El tronco de árbol que en un principio había ubicado estratégicamente allí, dos años atrás, seguía en el mismo lugar.

Tomé asiento disfrutando de la combinación majestuosa de brisa, silencio, vegetación y agua que yacía frente a mí. Todo un deleite para mis sentidos. Decidí cambiar de posición y tomar asiento directamente en el suelo recostando la espalda por el tronco y doblando las rodillas. Analizando todo a mi alrededor.

Varios minutos transcurrieron hasta que el recuerdo de los aleteos volvieron a mi mente. Iba a aplazar por algunas horas mi visita al hogar de la chica del libro para buscar al ser que atemorizaba a los pobladores. Bastante estúpido de mi parte, sí, pero donde otro depredador se encontraba, yo también debía estarlo. Entonces, tenía que permanecer en el bosque en su espera y si debía hacerlo al menos me divertiría cazando y desangrando algún ave nocturna.
Logré levantarme y me dejé guiar por el aleteo. Mi audición pudo llevarme unos diez metros más adelanté, prácticamente al borde del arroyuelo.

No fue una sorpresa encontrarme con unos murciélagos a esas horas de la noche. Encontrarlos devorándose el cráneo ensangrentado de un canino sin ojos, si lo fue. Me coloqué en cuclillas cerca del cráneo y los murciélagos tomaron vuelo uno por uno alejándose de donde me encontraba para posarse en la rama del árbol más cercano, esperando mi partida para poder seguir con su festín.

Tal parece que tendría compañía durante los meses que llevaría cazando por allí. Por que el canino definitivamente no había sido atacado por otro de su especie. Un ser humano lo había hecho. Conocía perfectamente la manera en la cual quedaba un cráneo luego de ser cortado. En mi preferencia escogía navajas minúsculas pero con mucho filo para despellejar o decapitar animales, con lentitud y precisión. Pero al parecer quién había hecho tal obra maestra disfrutaba de la muerte instantánea. El corte había sido hecho por un objeto de gran filo y tamaño, de una sola vez.
Un solo y certero corte.

Fascinante en realidad, pero no estaba dispuesto a compartir territorio de caza, ese lugar era mío, había llegado primero. Quien tenía derecho de atemorizar a los pobladores y causar estragos en los animales y la vegetación era yo, únicamente yo.
Jamás había pensado en la idea de alguien más allí afuera compartiendo mi mismo placer y fascinación por la sangre, tal vez quien había hecho eso no era más que otro poblador furioso, debido al ataque de los caninos en sus gallineros y por eso fue que decidió asesinarlo.

Dispuesto a volver a mi destino premeditado; el hogar de la chica Darwin, me repetí una y otra vez la teoría del poblador asesino. Varias veces había oído que envenenaban o asesinaban de otra forma a aquellos caninos o felinos callejeros por causar estragos en los corrales o los gallineros.

Fui a por mi navaja y en el momento en el cual me dispuse a tomarla el estruendo de algo cayendo en el agua me tomó por sorpresa. Volteé buscando al causante y divisé el resto del cuerpo del canino que se encontraba metros más adelante de la cascada, llenando de sangre la superficie celestina. Con sigilo conseguí ubicarme detrás del tronco entre un par de ramas caídas. Debía observar al cazador y su modus operandi.

Una figura intimidante en cierto sentido dejó verse en la parte de arriba de la cascada, sobre las rocas de la superficie. Había notado que llevaba arrastrando una gran bolsa sucia de la cual escurría un líquido rojizo que yo conocía perfectamente bien; sangre, fresca y maravillosa. El ser humano de grandes proporciones vestía una gabardina negra, al igual que los pantalones y el gorro, pero unos tenis del color dorado más brillante no hacía juego con su atuendo.

Parte de su boca y la totalidad del cuello estaba cubierto por la gabardina perfectamente abotonada y una vez que empezó a sacar cuerpos ensangrentados de animales pude fijarme que también llevaba guantes. Del blanco más limpio pero con manchas de sangre salpicadas en ellos.
El cuerpo de un par de felinos, grises, blancos, negros, más cráneos de cachorros de todos los tamaños separados de sus cuerpos y cuatro o cinco pollos totalmente desplumados fueron arrojados al agua.

Con profunda admiración el asesino se puso en cuclillas a observar maravillado su trabajo. Metió una de sus manos en el bolsillo derecho de la gabardina y sacó un cigarro, hizo lo correspondiente y lo encendió, expulsaba una y otra vez el humo de forma lenta. Cinco minutos más adelante volvió a introducir sus manos en el bolsillo, sacó una marchita flor de girasol, la colocó entre las ramas del árbol más cercano y expulsando humo por última vez, se alejó.

Dejé pasar varios minutos hasta que consideré prudente salir. Me había quedado fascinado con todo lo ocurrido, de algún modo resultaba excitante la idea de sacar a colación todos los secretos del asesino para luego acabar con él con mis propias manos. Como había hecho media década atrás.

Había decidido ir a por la chica del libro el día siguiente, debía ordenar la mente y los cuchillos por que estaba más que dispuesto a volver a aquel bosque y enfrentar al cazador, asesino, o lo que sea que fuese.

Diez minutos más adelante volvía a caminar por los senderos rocosos del pueblo, a lo lejos la figura del niño de cabello rizado fue apareciendo en mi campo de vista. Iba siendo arrastrado por un par de adultos que, por las apariencias, debían ser sus padres. El chico trataba de librarse y se sacudía continuamente. Una vez que nos habíamos acercado a solo escasos metros, la pareja paró en seco aún sosteniendo al chico, de la capucha del suéter.

- Deben ser los padres del chico - espeté observándolos seriamente.

- Así es muchacho, ella es Mildred y yo soy Salomón. ¿De dónde conoces a Collin? - habló el hombre.

- Ya suéltame papá. No volveré allí - siseaba y susurraba.

- Quédate quieto niño del demonio - lo reprendió la tal Mildred, tomándolo con aún más fuerza del brazo. Todo esto ante mi atenta mirada.

- Lo conocí hace un par de horas - dejé saber - justo aquí, o tal vez unos metros más adelante. Ha dicho que no debo entrar al bosque, que alguien o algo me mataría - ambos adultos fijaron la mirada en el chico, como si éste hubiese cometido algún delito - se lo veía bastante asustado.

- Mira chico, se ve que no eres de por aquí así que no debes meterte donde no has sido llamado - la mujer asintió ante las palabras de su esposo - no hagas caso a lo que este niño diga. Son alucinaciones suyas, sufre de problemas mentales, ve cosas donde no las hay - asentí en respuesta fingiendo creer toda esa absurda palabrería.

- Cuídate chico - volvió a hablar la mujer que tendría unos cuarenta o cincuenta años, luego de caminar junto a su esposo arrastrando al niño y pasar al lado mío - y no te acerques al bosque, uno nunca sabe que animales... O depredadores pueda ser encontrado allí..

Volteé y la pareja ya no miraba en mi dirección, caminaban arrastrando a su hijo. En cambio el chico seguía luchando por escapar. En un momento fijó la vista en mí y artículo un claro"Ayuda".

Vacaciones en la casa del lagoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora