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   Park JiMin tenía una pena inmensa en su pecho el día que dejó atrás a su bellas crías de conejo, con los ojos lánguidos y sus dedos temblorosos debido a la incesante lluvia que le mojaba los hombros y la cabeza. La cual, por cierto, le dolía de una manera increíble. Sentía que estaría a punto de explotar, y eso que no creía estar resfriado o enfermo aún. Simplemente le dolía la cabeza al punto de marearse y perder un poco el sentido de la vista.

   La caja de cartón, cubierta de su manta de lana sintética favorita, ahora era deshecha por el llanto de la grises nubes de invierno, sus estrellas de tristeza se mezclaban con las de JiMin, a medida que sus pasos se dirigían de vuelta a su casa. Amaba a sus conejitos... ¡pero en serio no podía seguir en aquel plano de vida! Se le hacía tan difícil, poco llevador, poco soportable: no, de hecho, insoportable.

   No aguantaba un segundo más, los días eran cada vez más agobiantes, con sus personajes de siempre y la rutina cambiante: se sentía inseguro fuera de la rutina que él mismo se establecía. No aguantaba más en un lugar donde la desigualdad de ajenos conseguía afectarle tanto o más de lo que debería, o donde la violencia y la intolerancia reinaban por sobre las cosas. El miedo le tenía el corazón apelmazado, pesado, intrincado.

   Apenas llegó al baño de su casa, se encerró y arrodilló frente al váter, esperando vomitar de una vez. Pero no lo consiguió: bilis le salió desde lo más profundo de la garganta, a falta de comida que devolver ('¿por qué comer si vas a morir luego?', pensaba de manera peligrosa). Le ardió el interior de la boca y la lengua le comenzó a doler de lo mucho que ardía. No tenía idea de cómo mierda había llegado hasta aquel punto, pero definitivamente no hallaba otra manera de salir de él que... precisamente... queriendo hacer lo que estaba a punto de hacer, la desesperanza corriendo por sus venas.

    Cerró sus ojos, la cabeza le pesaba y sentía un increíble dolor en la misma. Estaba más mareado de lo que estaba unos minutos antes, al dejar atrás a su JeongGuk y a HoSeok, su mascota favorita y su mejor amigo. Ah, cómo admiraba a su mejor amigo... Era tan alegre, positivo, se movía con la energía de miles de gacelas, tenía pareja, era guapo...

   Todo lo que JiMin jamás se creyó capaz de alcanzar, porque nunca en su vida pudo tragarse que había gente que le quería realmente. Siempre pensó en lo mucho que le odiaban, que le detestaban, al punto de crearle un peligroso agujero negro en el centro de su fuerte pecho, ejercitado por las ansias de distraerse con algo y sin lograrlo, todo inútilmente.

   Se sentía helado desde hacía unas semanas atrás, por la falta de comida. Sin embargo, no había sido lo suficientemente fuerte como para dejarla hasta hacía unos días, ya iban tres jornadas en las que no consumía nada.

   No se atrevía a hablar de aquello, de su tristeza y sufrimiento constantes, porque no se sentía válido. No se sentía escuchado. Sentía que su deber era ahogarse en la miseria y no volver a pisar jamás el plano terrenal del planeta. Aquel pensamiento le quitó un sollozo y un temblor más en la pared baja del baño, donde se mantenía arrodillado y mirando hacia la nada, pensando en tantas cosas como para causarle un dolor de cabeza inexplicable. Mordió el interior de su mejilla izquierda varias veces, sin querer levantarse a buscar las pequeñas dosis de solución aún.

   La melancólica luz amarillenta y falsa de la ampolleta barata le ofrecía una vista poco agraciada de su piel, de su figura, de las baldosas cuadradas y pequeñas, pero sin embargo brillantes.

   Pensó nuevamente en sus mascotas: en las manos en las cuales habían caído, uno por uno los conejitos desesperados por volver a él. Qué cruel dejarlos ir tan jóvenes y delicados, pero ¿no era más cruel dejarlos con él, una persona tan autodestructiva? Tarde o temprano, aquello terminaría de pasar y sus brillantes y débiles pelajes dejarían de evolucionar, y se mantendrían siendo débiles, delgados, como poco convincentes.

   Dolía, especialmente, tener que dejar atrás a JeongGuk, su conejito favorito. Le había puesto el nombre de aquel chico que vio en sus sueños, porque era ridículo, pero en sus pequeños ojitos veía la curiosidad y la perseverancia que vio en el joven. Nunca supo la razón de aquel sueño, pero siempre lo tuvo presente como el chico ideal, del cual se enamoraría.

   A pesar de que incluso él no le aceptara, porque era así: depresivo, amante de la música que nadie escuchaba, solitario. Poco menos que un intento de hikkikomori. Ante aquello, otro sollozo le siguió, y su cuerpo tomó las últimas fuerzas que le quedaban.

   Tosió para poder levantarse, lentamente mientras sus piernas temblaban más de la cuenta: había salido de casa y caminado durante más rato del que hubiera querido. Sin embargo, pudo tomar el frasco de fármacos que de repente tenía ganas de tomar. lo abrió y dejó la tapa caer sobre el lavamanos.

   Sus ojos, ojerosos, se comprararon con los del chico al otro lado del espejo. Él... era un desastre. La mirada vacía y perdida, el cabello opaco, débil como sus extremidades y sus ganas de vivir. El pecho de repente se alborotaba, causando que sus mejillas se tornaran rojizas, más no por los agradables nervios de enamorado, si no que por la vergüenza de estar haciendo ésto. De terminar de aquella manera tan deplorable porque simplemente él no se sintió ni válido ni escuchado por los demás.

   'Tú me haces sentir bonito'.

   El frasco se vertió completo al interior de su boca, y antes de poder darse cuenta de lo que estaba haciendo realmente, tragó de a cinco las pastillas diminutas pero mortales. Dos, cinco, siete, ocho, dieciséis. Dieciséis veces su garganta quiso echar dentro de su estómago la verdad de sus hechos.

   Y lo hizo así.

   Se sentó en el mismo sitio de antes, recordando las gentiles palabras del chico de sus sueños, a quien jamás podría ver, porque, ¿qué chico tiene orejas de conejo en su cabeza? 'Fue cosa del destino, el universo nos ama y nos arrulla con su luna menguante'.

   JeongGuk era real, en su cabeza. Jamás podría existir. Y entonces, no había razón por la cual sentirse completo y bello al lado de un producto de su imaginación. Cerró los ojos y se dejó llevar por la verdad de las pastillas.

ya no más 🐇💜.

BUN . GGUKMIN.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora