Kirishima caminaba a paso rápido hacia la casa de Midoriya. Estaba preocupado, su amigo no había salido de allí desde aquel día fatal en el que todo había cambiado y jamás volvería a ser como antes.
Se había encerrado en aquella casa, la cual había convertido en una fortaleza donde resguardarse del mundo y ahogarse en su propio dolor. No quería hablar, no quería escuchar, pero Kirishima estaba seguro de que él podría hacerlo entrar en razón.
No podía permitírselo. Como amigo, no podía permitir que se hundiera en la desesperación de aquella manera. Hablaría con él, y le haría entender que la vida continuaba, con o sin el amor de su vida, pero tenía que seguir adelante. Por muy doloroso que fuera, acabaría pasando, el tiempo tenía que curarlo...¿no?
Al fin llegó frente a la casa del peliverde. Vio las cortinas cerradas y las luces apagadas, pero supo que solo era el truco que su amigo usaba para que lo dejarán en paz. Subió un par de escalones hasta llegar a la puerta blanca de la vivienda. Llamó un par de veces, a sabiendas de que nadie abriría. Sacó la copia de las llaves que Midoriya le había dado un día para emergencias.
Y esto lo era.
Abrió la puerta, encontrándose con la oscuridad de la estancia. El olor a cerrado y a alcohol hacía que respirar fuera desagradable, el aire se sentía pesado.
Caminó un par de pasos adentro, golpeando en el proceso una botella de cristal vacía tirada en el suelo.
Se acercó a la ventana para abrirla y tener algo de luz. No tenía ni idea de donde estaban los interruptores para encender las lámparas.
-Ni se te ocurra abrir esa mierda. Va a estallarme la puta cabeza.
Se giró de golpe al oír la voz ajena, encontrándose con la silueta de Bakugo. Estaba sentado en el sillón de la sala, apoyado sobre sus rodillas y con la cabeza gacha.
-No puedes seguir así, Bro.- soltó con un suspiro.
Bakugo no respondió, se masajeó el puente de la nariz, agonizando por su dolor de cabeza. Se levantó a la cocina en busca de otra botella.
Aún no estaba suficientemente borracho.
-Bro, suelta eso.- dijo, pero el rubio no obedeció, solo se tambaleó hasta coger un vaso y llenarlo de algún otro brebaje que había en la casa.
Cuando Kirishima trató de quitarle la botella solo recibió una mirada fulminante que le hizo pensárselo dos veces. Su amigo no tenía buen autocontrol cuando estaba en sus plenas facultades, no quería pensar donde estaría ese autocontrol ahora.
-Tenemos que hablar.- sentenció, intentando razonar con él, antes de que volviera a desmayarse.
-Sí. Habéis venido uno por uno a tocarme las narices.- dijo mientras se sentaba en la mesa de la cocina y daba un trago a su vaso.- y ahora te toca a ti. ¿Cuál va a ser tu frase estrella? "No es para tanto", "el dolor pasará" o alguna otra mierda.
Kirishima caminó hasta la mesa, sentándose frente a Katsuki, que lo miró aburrido, aburrido y cansado. Sus ojos estaban apagados y su mirada parecía derrotada, apenas quedaba algo de aquella bestia imbatible que había sido no hacía mucho, pero Bakugo estaba librando una guerra mental en la que no podía haber ganadores. Solo un perdedor.
Miró al pelirrojo, esperando aquella frase que sabía que le entraría por un oído y le saldría por el otro. Porque daba igual lo que dijeran, porque ninguno podía entender cómo se sentía, ni cómo Izuku lo hacía sentir...y ahora ya no estaba. Nadie podía entender lo que había perdido, así que nadie tenía derecho a opinar al respecto.
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Agónico.
Fanfic-Mira, perder a alguien siempre es difícil, entiendo que duela, pero incluso eso pasa. Es normal sentirse mal, sentir el vacío, pero ese agujero que sientes ahora mismo se hará más pequeño y acabará desapareciendo, o al menos se volverá algo que pue...