Capítulo 4

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Lauren siguió el camino hacia el edificio en el que Camila vivía, había conducido tan rápido que le sorprendía que no la hubiesen detenido por pasarse todas las luces rojas que se le habían atravesado. Su corazón latía a una frecuencia descontrolada causándole un dolor agudo en el pecho, mientras que su mente repetía una y otra vez los momentos junto a Camila. Observaba la pista frente a ella y cómo lo autos comenzaban a congestionarse en medio de las calles del centro de la ciudad. Estaba a tan pocas cuadras y la ansiedad se hacía más cruel a cada metro que avanzaba, sus manos sudaban a tal punto en que, el volante ya estaba tan mojado, que resbalaban. Ella sentía el vacío de la incertidumbre en cada centímetro de su cuerpo, necesitaba saber de Camila, verla, saber que estaba bien. Tan solo 30 metros.
Fue ahí cuando vio el auto de la señorita Acosta en la esquina de la cuadra en la que el edificio se ubicaba, su corazón se aceleró aún más. 20 metros. Entonces, pudo observar con mayor claridad aquella escena que jamás olvidaría. Por delante, en frente de la gran puerta de entrada hacia los apartamentos, se encontraba una ambulancia mal estacionada, con las luces encendidas titilando y junto a ellas el sonido característico que siempre era el presagio de malas noticias.
Los latidos más fuertes y ensordecedores en sus oídos se detuvieron cuando sus pupilas captaron la imagen de los paramédicos saliendo en medio de un tumulto de personas en los que reconoció a la madre, el padre y la madrina de Camila abrazando a una asustada Sofi, todos llorando desconsoladamente. El terror invadió su cuerpo, y su mente en blanco le ordenó observar como los hombres de uniforme subían en la ambulancia una camilla con una pequeña joven envuelta con mantas blancas llenas de manchas rojas y un respirador en el rostro. No pudo observar mayor detalle, pero conocía ese cabello ondulado y ese cuerpo menudo. Era Camila.
Sintió un dolor en medio de sus costillas como si la hubiesen golpeado cincuenta caballos de fuerza hundiendo cada minúscula parte de su interior, dejándola completamente vacía. Fueron segundos, tan solo pocos segundos, unos segundos tan poderosos, capaces de romper en ella, cada cosa buena que podía albergar en su alma. El zumbido en sus oídos la abrumó y sintió como su cuerpo se descompensaba. Sus ojos verdes seguían clavados en el cuadro, viendo como el camión se encendía y comenzaba a andar. Tras de ellos el auto de la señorita Acosta, con la madre y la pequeña Sofi dentro. En ese momento salió de su trance adormecedor, percatándose de que estaba en medio de la calle con el sonido de una turba de autos tocando la bocina.
Sus pies aún débiles, en un acto casi reflejo, aceleraron y comenzó a seguir la ambulancia, intentando llegar hasta la respuesta que su corazón tanto buscaba. Camila.

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