Capítulo Uno

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Desperté sobresaltada, con sudor frío en mi frente. Escucho a Lashk cantar una canción que no reconozco (posiblemente es de la Tierra) desde la planta baja. Me levanto rápidamente viendo manchas de colores en mi vista, pero a pesar de eso continuo avanzando hacia el baño a darme una ducha. Ese día veríamos los resultados de un entrenamiento que tuvo lugar en ese año que habíamos estado en la Tierra. El agua fría logra quitarme todos los malos pensamientos de mi mente, dejándome disfrutar un poco de la frescura que me brindaba. Vivir en un desierto es extraño; el sol calienta bastante y cuando caigo sobre la arena puedo sentir el calor que irradia quemando levemente las partes en las que mi piel se encuentra desnuda. Los días en Lorien eran intranquilos, no sabíamos que podría sucedernos en cualquier momento (como que nos encontrarán, por ejemplo). Tenía mi libertad de jugar, claro, pero estar totalmente sola no es recomendable si te gusta conservar tu cordura.
Guardo recuerdos de cuando era muy pequeña, cuando aún Lorien estaba... bien. Mi abuela y yo vivíamos muy arriba en una montaña. Recuerdo cuando vi al que sería mi cêpan por primera vez, estaba muy nervioso. Era chistoso verlo así; se llamaba Guido. Yo aún no decía mi primera palabra, así que fue complicado que me comunicara con él las primeras semanas. No recuerdo exactamente que edad tenía, aunque era seguro que le preocupaba a mi cêpan que yo no hablara. Al contrario de él, mi abuela no le preocupaba: ella también era una garde y uno de sus legados era leer la mente. Cuando yo necesitaba algo o me dolía algo, podía saberlo. Solo éramos ella y yo, puesto que mi abuelo murió a causa de uno de sus legados. Jamás conocí a mis padres, ellos aún debían entrenar. Estaban convencidos de que atacarían, por lo que querían estar bien preparados para protegerme tanto a mi como a mi abuela.
Es triste no recordarlos.
Mi cêpan, mi verdadero cêpan, murió por una explosión; una explosión que causó un arma mogadoriana. Recuerdo el rostro desesperado de Lashk cuando despertó y me vio. También recuerdo ver el cuerpo de Guido inmóvil: sin vida. Esos no son ni de cerca mis primeros recuerdos, si bien son los de mis primeros años de vida. El más temprano quizá sea el rostro de mi abuela lleno de alegría al verme por primera vez, a su única nieta. Ella era mi abuela materna, así que era básicamente como mi madre. Ella murió en Ciudad Capital, lejos de mí, protegiendo al resto pensando en dar todo; pensando que a la niña a la que más quiso en su vida estaba muerta. El collar que me reconoce como heredera lo tiene Lashk, pero tengo uno de loralita que le pertenecía a ella. Tiene tallado un signo que no reconozco, aunque según ella es un signo del que debería sentirme orgullosa por cierta razón que no sé y jamás lo haré. Cuando tenía unos nueve o diez años llegamos aquí, a la Tierra. Lashk vino unas veces antes del ataque. Vivimos aislados, muy lejos de cualquier casa a la redonda así que es sencillo entrenar sin preocuparnos porqué alguien nos descubra. Tengo tres legados sin contar la telekinesia: una especie de variación de precognición (el cual me permite ver hechos presentes o futuros), cambiar la composición de un objeto para que cambie a otro (no se realmente el nombre) y traspasar cosas y personas, ya sea acompañada de otra o con objetos que no estén en contacto más que con mis manos. Acostumbro a entrenar con Lashk cuando él sol no es tan fuerte como para causarme quemaduras tan graves. Mi piel es algo sensible al sol y al calor pues de pequeña pasaba nublado donde vivía además de que no me asome al sol luego de quedar encerrados por el ataque. En Lorien solo habían nueve ancianos en ese momento (hacia bastante tiempo habían diez, y según lo que dicen gran parte de los libros de historia que he leído solamente murió o algo por el estilo) pero por algún a extraña razón que desconozco, eligieron una décima heredera. Parecían saber que atacarían, pero viniendo de ellos no me sorprende. Contrario a lo que se piensa, cuando yo deje Lorien aún quedaba oxígeno y agua (ciertamente donde yo me encontraba). Donde vivía era una especie de búnker situado relativa cerca de Deloon, el cual los mogadorianos no lograron encontrar. Dentro había una especie de bosque (río incluido) y unas casas, pero solo vivíamos allí Lashk y yo. Lorien seguía vivo (si, es un planeta pero prefiero pensar que es un ser vivo) y de alguna forma sabía que nosotros seguíamos allí. La tierra allí era muy fértil y el agua era potable sin necesidad de hacerle nada. Conocía la cultura (incluso allí había una biblioteca, era una especie de pueblo) pero no podría decir realmente que eso era conocer en todas sus formas a Lorien. Unos sonidos del exterior hacen que salga de mis pensamientos, y vea hacia la ventana. Me causan escalofríos, y me recuerdan a algo aunque no sé qué es con exactitud. Tiemblo levemente, y toco la cicatriz que tengo en el abdomen suspirando temblorosamente. Esa cicatriz es un terrible recordatorio de la razón por la cual me encuentro en este planeta. Siempre he pensando lo mismo, un pensamiento recurrente: «Yo hubiera tenido casi cinco años si hubiera llegado con el resto. Pero no lo hice.»
Pocos minutos después, ya estoy afuera junto con Lashk. Acostumbramos a comer luego del entrenamiento e incluso hay veces que no almorzamos por terminar.
— ¿Escuchaste lo de hace rato, cierto? –me pregunta Lashk mirando al horizonte.
— Si, me recuerda a algo desagradable aunque no sé qué es. Siento que lo escuche una vez hace años, en Lorien. –me acerco a él para ver lo que sea que estuviera viendo, cuando recuerdo– Una criatura de los mogadorianos...
— Solo esperemos que no nos hayan encontrado. –me mira, preocupado– No me perdonaría si algo te sucede.
Besa mi frente. Es como el padre que siempre quise tener; es lo único que tengo. Suspira caminando hacia el porche de la casa. Vivimos en una casa que se conecta por un camino de tierra que se extiende cerca de tres kilómetro hasta una carretera que se trifurca (una de esas entradas lleva a donde nosotros vivimos) que lleva hacia un pueblo a unos siete kilómetros de donde inicia el camino de cemento (un kilómetro para llegar a la trifurcación). En las otras dos entradas hay varias casas, deshabitadas todas. Es una casa sencilla, de dos plantas pintada de un tono marrón tirando a beige. Esta en un buen estado, aunque sea vieja. Es nuestra, la compramos dos meses después de que llegamos junto a una camioneta. Lashk va al pueblo una vez cada mes para conseguir comida y cualquier otra cosa que necesitemos.
— ¡Drinni, entra! ¡El sol está muy fuerte para ti! –exclama Lashk asomándose por la ventana de la sala.
Asiento y comienzo a caminar hacia la sombra del porche, viendo el suelo. Lashk me sobre protege, pero no me molesta. Es agradable saber que le preocupo, no tengo a nadie más que él.
Jamás lo he acompañado al pueblo.
Cuando llego al porche, observo mi reflejo en una de las ventanas. Soy "de tamaño promedio" para tener doce años, tengo cabello rubio rizado, ojos negros, además de piel algo pálida. Hay dos cicatrices paralelas en el rostro del lado izquierdo. Veo como poco a poco mis ojos van aclarándose hasta ser grises con las betas negras que los caracterizan; que me caracterizan.
Cuando entro, veo a Lashk sirviendo el desayuno algo apurado con una tostada entre los dientes. Cuando termina, agarra una chaqueta con una bolsa que estaban allí cerca. Me acerco a la mesa, viéndolo revisar algo dentro de la bolsa. Cuando termina, de acerca a darme un abrazo.
— ¿Vas al pueblo? –pregunto correspondiendo al abrazo.
— Así es, pero esta vez Drinni no vayas a salir de la casa. Volveré al anochecer. –se separo de mi, dándome y beso en la frente– El almuerzo queda guardado.
Va hacia la cochera, por lo que me siento a desayunar. En el año que hemos estado aquí, entrenamos cinco veces por semana ya que los otros dos días (generalmente) es muy fuerte el sol. Cuando el clima se refresca un poco, entrenamos todos los días. Cierro los ojos y toco mi tobillo izquierdo; donde debería tener la cicatriz de Uno y Dos. Según lo que sé gracias a mis visiones, los otros tienen una cicatriz como el amuleto que tienen en el tobillo derecho. Yo no tengo el hechizo, así que no la tengo. Me causa escalofríos pensar en la reacción de los otros al saber que yo no tengo esa cicatriz. Cuando tenía... ¿nueve años, quizá? Bueno, cerca de los nueve supe que Uno había muerto. Y hace poco, supe que mataron a Dos. Mi legado de precognición despertó cuando asesinaron a la primera, pero no lo supe hasta la noche en la que llegamos a la Tierra. Esa noche le revele a Lashk todo. Abro los ojos para seguir comiendo, recordando todo el entrenamiento para pasar el rato. Mi entrenamiento consiste más que nada en la telekinesis, aunque también mi legado de cambiar la composición de las cosas (si, el cuento de los átomos y tal). Generalmente entreno el otro por mí misma, pero no sirve de mucho. No sé realmente cómo funciona y si estoy nerviosa no funciona. Al terminar de comer, me levanto para dejar el plato en el fregadero para intentar entrenar un poco y no perder aquel día. Lashk me había explicado que una de mis ventajas era lo que creían sobre mí: que yo había muerto años atrás. Aveces desearía que aquello no sea mentira, y no deber participar en una guerra en la cual nos involucraron unos ancianos sin que nosotros apenas pudieron tener sentido del bien y el mal. Les guardo un sentimiento de rencor por habernos involucrado en esa guerra sin sentido. Es... aterrador, no quiero morir. Sé que esto es la guerra, y en la guerra la gente muere. No importa qué tan precavida sea, por un pequeño error todo podría acabar para mí. No importa si no estoy con el resto de la Garde, yo no tengo aquel hechizo que me protegería hasta que llegaran a mi número. Subo las escaleras de la casa para ir a mi habitación e intentar... entrenar, supongo. Tengo que tener la cabeza fría, como dice Lashk. Los sentimientos interfieren con dos de mis legados, por lo que no me sirve de mucho el miedo, o la desesperación, incluso el de querer proteger algo o alguien interfiere. Supe hace un tiempo que interfiere con no solo mis legados, también con muchos otros. Eso fue cerca de dos años atrás, y desde ese momento intenté cerrarme.
Siento algo de arrepentimiento por eso.

El día transcurre con bastante tranquilidad, como usualmente siempre pasa. Al menos hasta que sonido como el de la mañana me saca de mis pensamientos, pero este se escucha mucho más cerca. Mi mirada se dirige instintivamente hacia la ventana de mi habitación, podría jurar que estaría en el kilómetro a la redonda. Me levanto lentamente, buscando con la mirada algún objeto con el cual protegerme. Recuerdo la daga que Lashk me había comprado en caso de algo como esto. Me acercó lentamente a la cajonera donde guardo mi ropa para sacar la daga, en lo que escucho sonidos provenientes de la primera planta. Agarro la daga escondiéndola en uno de mis bolsillos, comenzando a bajar peldaño por peldaño lentamente sin hacer ni un solo ruido. Excepto por el penúltimo escalón, siempre olvido que ese suena sin importar las circunstancias. Los sonidos vienen de la puerta, y justo en ese momento se detienen completamente. ¿Intentan entrar? No sé, pero lo más seguro que ahora mismo puedo hacer es ir lo más arriba posible para escapar. Subo corriendo la escalera hasta llegar a mi habitación, donde abro completamente la ventana para llegar hasta el techo. No había sótano, ni lugares donde esconderse. Me agarro con algo de dificultad del borde del tejado, sujetándome fuertemente para no caer. Escucho los pasos firmes subiendo a la segunda planta. El pánico se apodera de mi, impidiendo que piense con claridad. Recurro a la telekinesis para cerrar la puerta suavemente, dándome un poco de ventaja para subir al techo sin ser vista. Una vez en el techo, me asomo por los bordes para revisar quién ha sido el visitante inesperado. Escucho como la puerta de mi habitación se rompe. Corro hacia el otro extremo del techo tratando de encontrar una forma de salir de allí. No la hay, solo saltar. Sin pensarlo ni un momento más, salto.

El Legado Desaparecido (Lorien Legacies)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora