ESCLAVO REGALADO: El comienzo del fin

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—Bueno, bueno, bueno. Miren nada más lo que ha llegado a mis manos _canturreó la persona que en ese momento hacía su gran entrada.

Una risa siseante y baja llenó sin demora el lugar en respuesta.

—Oh, mi pequeña serpiente descarada. Era bien sabido por todos que estarías recibiendo uno de tus regalos hoy —la voz rica y profundamente fría resonó burlona. Haciendo eco en aquel espacio demasiado grande y demasiado carente de mobiliario para lo que era.

—Oh, Tom, ¡lo sé! Pero, ¡no puedes negarme este placer! —dijo el joven casi haciendo un pequeño mohín con sus labios en primera señal de berrinche. Allí era libre y disfrutaba de ser y mostrarse como había descubierto que realmente era—. Esto es tan pero tan, taaaan divertido —respondió entonces la voz jovial e infantilmente risueña, mientras se oía el leve golpeteo al chocar las palmas de sus manos.

El hombre frente al joven se encontró estirando de manera involuntaria por apenas un ápice la pobre parodia de labios casi existentes que tenía, al ver aquella sádica mirada en su joven pupilo y aprendiz.

Heredero.

Sí, él estaba seguro de que el joven sin dudas disfrutaría a lo grande de su tan valioso regalo... y obviamente, él disfrutaría entonces de ver las consecuencias del mismo sin dudarlo tampoco.

—Además, sabes que te lo agradezco Tom pero, pensé que aún necesitabas al murciélago traidor del lado del viejo por un tiempo más. No que me importe realmente, claro. Hace mucho que quería mi juguete —dijo para enseguida largar una corta risita.

El gran lord lo llegó a mirar casi diría uno con, ternura, una oscura, muy sádica y retorcida, pero ternura al fin y al cabo. Porque aquel joven roto y quebrado a veces le solía recordar tanto a él mismo que no podía evitar la empatía que le recorría al verle u oírle. Odiando aún mil veces más al viejo tras saber el calvario por el cual había puesto a pasar a aquel joven tan solo por el afán de acabar con él y lograr una mentira de gloria una vez más.

Voldemort nunca fue de tener piedad ni mucho menos misericordia. Eso era bastamente sabido. Pero resultaba obvio a la vista de que el chico ante él había logrado lo que nadie antes en él; derribar un par de defensas largamente creadas e instalarse allí, en su pecho, en sus sentidos. En aquel lugar que el 99% de las personas decían que él no debía tener.

Pero ahora eso no importaba, el joven, aunque ciertamente roto más allá del completo reparo, había comenzado a sanar desde hacía ya un tiempo bajo la atenta dedicación del mago oscuro y de su extremo cuidado.

Por eso se permitía dejarle hacer cosas por las que otros no serían capaces de sobrevivir.

Por eso él le dejaba comportarse como aquel chiquillo que nunca se le permitió ser.

Y por eso él, aunque intentara negarlo, hacía cuanto podía por cumplirle aquellos estúpidos caprichos que solía tener.

Increíblemente consiguiendo con ello sanar un poco de su propia fracturada alma también.

—Sí, lo sé, serpiente. Así fue. Pero gracias, una vez más, a toda aquella información que me has suministrado pude llegar a adelantarme a los estúpidos planes del maldito viejo loco entrometido. Con lo que me has dicho sobre aquello, pude actuar en consecuencia por adelantado. Me encuentro extremadamente feliz de decirte que el tan ansiado día del gran final está cerca... así que, respondiendo a tu pregunta, no, no consideré una gran pérdida el darte hoy tu regalo 'especial'. Después de todo, es debido a ti que la guerra ya fue ganada —dijo al final adulando un poco a su protegido el gran y tan temido lord, sabiendo de antemano cuan entretenidas eran las reacciones del chico ante aquello.

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