ESCLAVO SOMETIDO: Quebrado y renacido

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Dieciséis horas. Cuarenta y ocho minutos, y veinticuatro segundos.

Ese era el tiempo exacto que él llevaba tendido allí así, en esa insoportable posición. Desnudo. Expuesto.

Castigado.

Él, tal y como si de un crío de cinco años tras una travesura se tratase, estaba en medio de su castigo, o parte de él.

Le incomodaba. Le avergonzaba.

Lo humillaba. Y sin embargo, en el fondo sabía que era fiel y completo merecedor de ello. Y el solo saber eso era lo que le detenía de levantarse y mandar a todo al diablo.

Porque sabía que ahora sí era libre de hacerlo... solo que, ya no quería. Así como tampoco quería la opción de poder hacerlo.

Sí, hasta ese punto había caído.

Oh no, no era que él solo se hubiera rendido y claudicado así como así. No. Él luchó. Vaya si lo hizo. Pero al final, él solo.. lo entendió...

Su amo le había hecho entender y por ello le estaría eternamente agradecido. Por él era por quién aún pasando cien horas más él se quedaría allí, aguardándole, sabiendo que él finalmente vendría y que con su toque calmo y delicado le quitaría sus temores y dolencias antes de dejarle firmemente marcado las consecuencias de haber hecho aquello sin su expresa orden. Sabía el proceso. Su amo lo calmaría y lo felicitaría por haber aguantado así por él y por recibir con honor su castigo mientras reflexionaba en él, para luego ponerle el ejemplo de lo que sucedía al mostrarle tal falta de respeto, de nuevo; seguido, o al menos eso esperaba, de una tranquila sesión de curación y unas caricias que a él le llegaban al alma y le borraban toda penuria recientemente pasada.

Ese era el eterno círculo que él amaba.

Su alma cansada y hastiada adoraba aquel proceso. Toda parte de ello. La tranquilidad de saber lo que viene.

La rutina.

Aquella rutina que había odiado. Odiándola tanto que terminó por amarla ya que, esa rutina que antes tanto detestaba, se había convertido ahora en su aire. En su mundo y razón de existir. No de ser porque él era lo que su amo quisiera pero sí del simple hecho de existir.

.

Él había sido bastante feroz al comienzo. Siempre pensando que sabría más, podría más, sería más. Pensando muy, muy erróneamente, que con su lengua dignamente viperina, sarcástica y cruel; que con sus desaires y desacatos, él pondría el punto final a esa locura -o lo que por aquel entonces creía locura-, y que finalmente se saldría con la suya para así poder... para así poder volver a la 'vida' que llevaba. Aún en esos momentos, allí, castigado. Él no podía entender que era lo que lo había poseído para tener tantas ganas, tantas ansias, incontrolables casi, de retornar por libre voluntad y de grato grado a todo aquello. El querer tanto así el volver a las humillaciones diarias, a las conspiraciones, a las manipulaciones ya ni siquiera veladas. No podía entender como él había estado tan desesperado por volver a ser aquel peón desechable cuando había tenido la indefectible prueba ante sus ojos de que la batalla, que con tanto ahínco había luchado, ya estaba dicha y terminada aún antes de empezar. No era necesaria una guerra cuando la principal 'arma' de uno de los lados estaba felizmente confabulando con el lado que todo el mundo suponía debía odiar, pelear e incluso derrotar. Pero, al margen de eso... Merlín... él había estado tan cansado de todo, tan hastiado que, sí, felizmente podía admitir -ahora al menos-, que había sido solo cuestión de tiempo para rendirse, para ceder.

.

Había sido horrible. Era horrible de solo recordarlo -pensó él casi con un repentino estremecimiento-.

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