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El frío se colaba por mis huesos mientras caminaba provocando pequeños crujidos.
Las calles llenas de hojas secas y el cielo lleno de nubes, opacando a las estrellas.
Mis manos buscaban refugio en los pequeños bolsillos de mi campera, intentando llegar mas al fondo de lo permitido.
Mis pies se movían por inercia, aunque creo que ni ellos sabían donde nos dirigíamos.

Solo caminábamos.

Baje el cierre que me protegía de aquel llamado "fresco".
Del bolsillo interior saque rápidamente un cigarro y lo encendí.
Ya estaba a salvo de nuevo.

Y nadie andaba por aquellas calles.
Porque así era aquel lugar.
Porque así estaba escrito.

Pero había un problema, yo no sabia leer.

Y la idea de tener una ciudad entera para mi, me fascinaba.

Mis pies estaban algo cansados por lo que decidieron parar.

Así que me senté, en medio de aquella calle, rodeaba de álamos gigantes.

Recosté mi cuerpo sobre el cemento que la cubría, y me dediqué a buscarle forma a las nubes, mientras se consumía el palillo cilíndrico en mis manos cubiertas por una tela bordo.

Pero el silencio fue interrumpido por el ruido que provocaban sus pasos.
Mire hacia mi derecha y una chica se acostó a mi lado, no dijo nada.

No hacía falta.

Saco un cigarrillo y yo la imite.

Nos quedamos calladas, observando el cielo oscuro.

Quizás porque ninguna sabía que decir.

Quizás porque ninguna quería arruinar el momento.

Quizás porque ninguna quería que terminara.

Vi que su cigarro había terminado, mientras a mi aún me quedaban alrededor de 5 caladas.

- ¿Quieres? - Ofrecí tranquila.

Pero no respondió.

Se limitó a tomar lo que le ofrecía.

Me senté y la aprecie, desde el gorro de lana negro hasta las zapatillas marrones que camuflaban muy bien la suciedad, porque las oportunidades nunca pasan dos veces, y el miedo de jamás volver a ver algo tan hermoso me carcomia.

El cigarrillo ya llegaba a su fin, la vi observarlo al rededor de 10 segundos, y lo extendió hacia mí.

Lo tome y aspire, una larga pitada, que daría fin a la vida útil de aquel objeto.

- Pensé que podría ver las estrellas - Confesó por fin, aquella voz que deseaba conocer.

Observe el cielo, y cuando volví a la realidad, nuestros ojos se encontraron.

Ella me miraba.

Quizás no con el deseo que yo sentía.

Pero al fin y al cabo me miraba, a mi.

- Las nubes también son lindas.

Y me acosté a su lado nuevamente.

- Nunca lo negué - Dijo.

Conté segundos, quizás minutos, pero el tiempo parecía haberse detenido, solo para nosotras.

- ¿No te aburre? ¿No crees que son aburridas? - Pregunto de la nada.

- ¿A qué te refieres? - Pregunté alzando una ceja.

Se quedó callada un corto período. Pero no lo suficiente.

- A las nubes.

- No.

Y el silencio se apodero otra vez de nosotras.

Pero mis oídos necesitaban más y no resistieron.

- ¿No te aburre? ¿No te parecen aburridas?

- ¿A qué te refieres?

La única diferencia era que yo no permanecí callada, mi boca hablo sin mi consentimiento, sin esperar un momento más.

- A las estrellas.

- No.

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