Suena el despertador, me cuesta levantarme, me duele todo, me duele desde que se fue; pero no es el cuerpo lo que realmente me duele, no, es por dentro, soy yo misma lo que me duelo, yo misma y mis sentimientos, mis ideas, mis pensamientos.
Me levanto con lágrimas cayendo por mis ojos, las que ya se conocen el recorrido de mi cara.
¿Por qué una persona puede dejarme así, rota y sin pegamento?
Voy a trabajar con esa media sonrisa que me enseñó mi madre a sacar para causar buena impresión.
En realidad, mi camino al trabajo es bonito y relajante, es por el paseo de la playa, el agua, la arena, las calles vacías; este lugar parecía bonito cuando era pequeña, pero la "pequeña yo" desapareció hace mucho. Tonta de mí...
Llego a mi pequeña oficina, la que a mi me parece demasiado grande para una persona, pero me acostumbro a ella, qué remedio.
- ¡Señorita Priston! ¡Llega 5 minutos tarde y creo que en su contrato venía especificadamente que esta empresa requiere puntualidad! ¡Debería bajarte el sueldo! - exclama mi tan "adorado" jefe.
¡Qué pesadez de hombre!
+ Lo siento señor Montainer, no volverá a pasar.
- ¡Más le vale señorita! Si no quiere perder su trabajo, siga a raja tabla su contrato. ¡Y tú, novato!
- Sí, señor, dígame. - dice el "novato", el chico de los recados podríamos decir.
- Ahora va a trabajar para la señorita Priston, así que haga todo lo que le ordene. Buen día.
+ ¿Qué? ¡No! -exclamo- ¡yo no necesito a nadie que me haga las cosas! -lo que me faltaba, encima otro pedante más todas las horas de trabajo. ¡Con lo a gusto que estoy yo sola!
- Lo que ha oído, y ahora si me lo permiten, tengo mucho trabajo. -y se marcha mi taan agradable jefe por la puerta.
¡Qué le den!
- Bueno, parece que ahora tengo que hacer lo que me diga.
+ Lo primero deja de llamarme de usted porque tenemos la misma edad y me sacas al menos una cabeza.
- Está bien. -suspira.
En verdad, nunca me había fijado en él, no sé ni cómo se llama, bueno, tampoco me importaba. Yo vengo a hacer mi trabajo y no a conocer a gente, demasiado llevo encima.
Empiezo a hacer mi trabajo, el papeleo de siempre, las cuentas, en fin, nada interesante.
Cuando acaba mi turno, veo una silueta en frente de mí.
- ¿Quiere que la acompañe a comer?
+ ¿Qué? - tengo la vista borrosa debido a tanto papeleo.
- Solo digo que si quiere que la acompañe a comer.
Le reconozco, es el pesado éste que tiene que trabaja para mí.
+ ¿A comer? Mira novato, sé ir sola, y tu deber no es comer conmigo, pero ¿qué te crees?
- Lo siento, tiene razón, no quería molestarla. Pensé que a lo mejor quería compañía después de tantas horas.
+ Lo que menos necesito yo es compañía así que si me lo permites me iré a comer sola, sin nadie, ¿me entiendes?
Encima viene este ahora con las confianzas, lo que me faltaba ya.
Me voy a comer, tan sola, tan triste como siempre, pero, supongo que es lo que necesito, después de aquello me he hecho insociable.
Vuelvo a la oficina y cómo no, está ahí esperando el niñato pesado.
+ ¿Qué haces aquí?
- Esperarla, quería saber cuándo venía.
¡Pero bueno! ¿Y éste?
+ Gracias pero con una madre me basta, y deja de llamarme de usted. -digo yo- por cierto, ¿cómo has dicho que te llamas?- en verdad, poco me importa, pero si tiene que trabajar para mí, al menos tendré que saber eso.
- No quería agobiarla, y, lo siento, pero no puedo tutearla, usted es un cargo mayor que yo. Y me llamo Brandon.
+ Bueno, pues lo ha hecho, y seré un cargo mayor, pero no soy mayor que tú, así que llámame de tú, Brandon.
- ¿Y su nombre? - será maleducado, sigue llamándome de usted. Éste tío me pone enferma.
+ Megan, me llamo Megan. Y ahora, te voy a encomendar el primer recado, llévale éstos papeles al señor Montainer.
- Está bien, se lo llevaré.
Hoy me marcho antes, ya que tengo que estudiar para la uni.
Esto de trabajar y estudiar a la vez lo llevo muy mal, aunque por lo menos tengo la mente puesta en otro sitio que no sea en el gilipollas aquel.
Llego a casa y me doy una ducha, siempre me viene bien antes de ponerme a estudiar.
Miro mi móvil y veo 5 llamadas perdidas de la misma persona y le devuelvo la llamada.
- Señorita Priston, por fin, estaba preocupado por usted.
No puede ser, este chico es el infierno.
+ ¿Qué coño quieres ahora, Brandon?
- Sólo quería saber si había llegado bien a casa.
+ Sí, sí, ahora déjame, tengo mucho que estudiar. Adiós. - Cuelgo el teléfono y lo apago. Como me vuelva a llamar, le denuncio, y necesito concentrarme, mañana Lunes madrugo para ir a la uni y no quiero que nadie me moleste.