El diario de Robin Ford.

Capítulo 2.

Mi mejor amigo del que os he hablado antes, se llama Lucas. Vamos juntos a clase desde que éramos unos críos. Es como mi hermano, siempre está en mi casa. Mi madre me contó que cuando mi padre se marchó hacia Estados Unidos, Lucas estuvo una semana entera viniendo a mi casa después del colegio con un paquete entero de mis chuches preferidas. Es el mejor del mundo, una de las pocas personas que me importa y que no quiero perder. Os dije que perder a gente al principio dolía pero luego era hasta mejor, pues bien, lo decía por eso. Desde que mi padre Alan se fue, apenas me duele perder a alguien. Simplemente, aprendes a no encariñarte demasiado y fin. La gente pasa por tu vida y se va de ella como si fueras un simple aeropuerto. Me acuerdo cuando tuve mi primer novio de verdad. Fue hace dos años. Se llama Eric y todavía va conmigo a clase. Empezamos siendo amigos, éramos él, Lucas y yo. Siempre íbamos juntos así que no fue muy difícil enamorarme de él. En realidad no lo hice, tan solo me llamaba la atención. Él un día me pidió para ser su novia y le dije que sí sin pensarlo. No hagáis eso jamás. Pocos meses después perdió la atención por mí y me dejó con una nota en el buzón de voz que oyó mi madre. Pasé tanta vergüenza que no pude perdonarle aquello. Podría haberme dejado, no me importaba pero mi madre casi me mata. 'Nada de ir con chicos, aún eres muy joven. Solo vas a conseguir perderles.', y qué razón tenías mamá. Desde entonces no volví a hablar con Eric. Desde aquel instante, me prometí que jamás me podía enamorar de mi mejor amigo. Era el único hombre prohibido en mi vida. Así que, Lucas, espero que jamás te enamores de mí. Aunque dudo que lo haga. Sirvo como amiga pero no como novia. Casi todos mis amigos son chicos, les caigo fenomenal y siempre hablan de mí como si fuera la mejor de este mundo pero a la hora de preguntarles si tendrían algo conmigo se echan hacia atrás. Tengo quince años y todavía no he dado mi primer beso. ¿Os parece triste? A mi psicólogo sí pero la verdad es que soy muy feliz. ¿De qué me sirve besar a tantos chicos como pueda? A la mitad no los volvería a ver o no volvería a hablar con ellos. Prefiero que sea como ahora. Soy muy joven todavía, el amor debe llegar en algún momento solo que todavía no es ese momento. Y lo comprendo. Cada uno tiene su destino marcado, ya descubriré el mío. Todavía no tengo pensando tan siquiera que quiero estudiar como para saber con que persona quiero estar el resto de mi adolescencia. Podría decir de mi vida pero eso es exagerar demasiado, nadie va a durar tanto ni de broma. Puede que me equivoque pero lo dudo bastante. Mi tía lo consiguió pero es un caso especial.

Empezó a salir con su actual marido cuando tenía catorce años, tiene veintiséis y están casados desde hace dos años. Mi tía me tiene muy mimada porque no puede tener hijos, cosa que es una pena porque sería muy buena madre. Ella y su marido lo han intentado por todos los medios pero no es posible. Es él que no puede tener hijos y mi tía, Carla, se niega a tener uno que no sea de su chico. Es algo muy bonito pero yo estoy a favor de la donación de semen y de la adopción. Estoy segura que él también tiene ansias por ser, no le veo el problema a que el hijo no pueda ser suyo. ¡Al menos será de la mujer de tus sueños! Pero todavía son muy jóvenes, ya se darán cuenta y tendré un primo. Estoy segura.

Mi madre dice que parezco una filósofa. Según ella, cada dos frases que hablo es para dar una lección de vida. Puede ser, me gusta aconsejar y creo que puedo ser buena en ello. Estoy segura de que llego a ayudar muchísimo más que mi psicólogo, siento si lees esto José. Haces bien tu trabajo, ¡pero no paras de poner tareas! Así no se ayuda. Voy a coger depresión de pensar que tengo una pila de encargos hechos por ti. Y sé que no voy a hacer la mitad pero eso no quita que pueda tener un trastorno mental a causa tuya. Me encargaré de que si muero de eso se apunte en mi lápida quién tuvo la culpa.