Exquisita Tortura

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(* Imagen de la portada dibujada por mí)


Se enamoró de él antes de las capas, antes de la noche más oscura, antes de la leyenda. Lo hizo cuando era solo un hombre a sus ojos, aunque nunca lo fue. Bruce Wayne nunca fue solo eso.

Para Dick, Bruce fue un mito, una kimera, desde el principio. Desde el mismo instante en el que sus ojos almendrados se cruzaron con los de él en un fútil intento por buscar un consuelo. Alguien en quien apoyarse y Wayne fue ese muro de piedra inquebrantable.

Desde el primer día que pisó sus dominios lo supo. Que él era algo más. Que escondía grandes secretos que no quería revelar. Con el tiempo, el carácter receloso y esquivo dio paso a algo más amigable y menos hostil.

No podía pedir más.

Pronto los ojos temerosos del muchacho lo observaron con admiración y respeto, algo que con los años se volvió mutuo.

Un día, el joven Dick le siguió hasta las mazmorras de su castillo. Entonces se sintió culpable pero no ahora. Ahora ya sabía que él se lo permitió, porque no había nada que escapara al control del murciélago salvo quizás los sentimientos de los demás. Le gustaría pensar que también los propios.

Él quería que supiera lo que era.

Lo que era realmente.

Lo vio, inmóvil ante él, con su traje de murciélago como segunda piel. Intimidante y peligroso.

Letal.

Todo cobró sentido en la vida del niño que clamaba por vengar a sus padres. Otro huérfano le devolvía la mirada, una que se perdía en el abismo de la rabia y la tristeza.

Y así, con su permiso, se unió a la noble causa. Una que se llevaría su vida, como se llevó la de su mentor, arrebatándole una parte de su alma, que quedó sacrificada en las alcantarillas de la tediosa ciudad. Un precio demasiado alto a ojos de la verdad.

Así pasaron los años, pues que no hay nada ni nadie que los ataje, y las luchas colmaron la confianza entre ambos mientras la sangre acabó de forjar los lazos.

El día de su dieciocho cumpleaños le preguntó qué deseaba. Una moto, un coche, un yate, un apartamento en la playa... Todo eso y más habría podido darle. El dinero nunca fue un problema en la familia de la gran W, pero eso no era lo que ansiaba el recién convertido en hombre.

Él deseaba el pecado.

Él deseaba la perdición.

Quería perderse en esos fornidos brazos que apalizaban a los maleantes de Gotham al caer la noche, quería que le sostuvieran esos dedos hábiles, largos y fríos y que recorrieran su piel desgarrando su inocencia. Porque eso era Batman, un desgarro en la vida del joven Grayson. Un quebranto a la normalidad, extraordinario en todas sus facetas y tan receloso de todas ellas. Una grieta en lo más profundo de tu ser que te hacía obedecerle como un instinto primigenio, no por miedo, no por temor, sino por la inevitabilidad de decirle que no.

Tan solo pasar un día juntos, uno al amparo de la luz del día. Solo eso deseó.

Y el tan esperado día llegó. Pasearon en bicicleta y se bañaron al Sol. No importaba nada más, tan solo ellos dos, riendo y disfrutando, lejos de la guerra que libraba su otra gran amante, una que no perdonaba su ausencia y castigaba con muerte. Una a la que llamaban Gotham.

Dick cerró los ojos y acarició la hierba recién cortada. Inhaló el aroma y buscó la mano de Bruce hasta que sus dedos se entrelazaron. Se incorporó y le miró. Él entrecerraba los ojos cegado por la luz, como todas las criaturas nocturnas. Se echó suavemente sobre su pecho y él no lo apartó, porque poco a poco, aquel muchacho se había ganado el corazón inhóspito y fracturado del caballero oscuro.

Mis dibujos originales (hechos por mí) y las palabras que los inspiraronDonde viven las historias. Descúbrelo ahora