IX.

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Cuando Katsuki despertó, sus manos estaban hundidas casi un palmo bajo la masa liquida de lo que él no podría denominar nada más que oro, era un líquido pesado y viscoso. El pequeño pozo que se había formado a su alrededor brillaba fulgurante como la lava y el hierro ardiente.

Izuku, recordaba, era el nombre que le había dado, y él era a quien había tocado esa noche... También era la figura que vio antes de caer rendido, pero Katsuki no dejaba que su cabeza cayera, estaba aturdido... Ese hombre, no, eso no era un hombre, gruñó una parte primaria en su cerebro.

Era un Dios.

Un Dios prendado de un humano, un Dios durmiente con muescas de colmillos en los hombros, y el líquido que se anudaba en su cuello como un collar, como grilletes en sus manos. El Dios que había sentido algo que podría denominarse como amor.

Sus párpados estaban cerrados, y el cabello era una masa ruinosa entre el agua resplandeciente.

No hubo figura más bella, e incluso si intentase mirar arriba, al cielo sin estrellas, a las flores resplandecientes que crecieron alrededor del pozo en el que estaban hundidos, Katsuki desearía pelear. Debería haberlo hecho.

Peros sus ojos se sentían pesados, húmedos y distantes...

Katsuki dejó que su cabeza se apoyara pesada en el hombro de Izuku.

Si Izuku alguna vez despertó y volvió a ver el atardecer en los ojos del contrario, si le apretó contra su pecho y la sensación se volvió ruinosa, y si Katsuki se removió y gruñó y se agitó como un gato arisco... Si Deku dejó a su cabeza bamboleándose entre las marañas de oro y cristal, si rio aturdido desde el fondo de su corazón...

Si alguna de esas cosas realmente sucedió...

No es para mortales como nosotros el averiguar.



FIN.

Lacrima AureaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora