3. Escondite

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Abrió los ojos lentamente, mirando directamente hacia el cielo. Estaba nublado, mas el sol podía verse entre varias nubes que allí había.

Lentamente, Lovino se incorporó sentándose sobre el mullido suelo cubierto con verde hierba y una sábana que había robado de su propia casa para echarse la siesta allí. No obstante, el frío de aquella tarde lo había sacado de su trance totalmente. Estornudó un par de veces cuando una fuerte brisa agitó sus cabellos hasta alborotarlos totalmente. Bostezó y se frotó los ojos para tratar de desperezarse. Teniendo tan sólo diez años, ya se sentía cansado hasta de respirar, y podía ser comprensible estando en época de cosecha, pero aún era demasiado cansado como para ello.

Se levantó y acomodó su peinado como pudo, pues los mechones rebeldes y largos comenzaban a cubrir sus ojos. Recogió la manta que había llenado de tierra y color verde, y volvió a entrar en casa con paso pesado. Su madre, mujer con poca paciencia y carácter agresivo en algunas ocasiones, agarró y tiró de la oreja del ítalo sin compasión cuando lo descubrió entrando por la puerta.

–¡A buenas horas aparecéis, gandul!

Lovino se quejó en voz alta, haciendo que su hermano asomase la cabeza por el hueco que la puerta entreabierta dejaba para observar. No obstante, Feliciano no dijo nada, pues cuando su madre se ponía de mal humor, no había quién la calmara al comienzo.

–¡Lo siento, madre!– Trató de liberarse de su agarre, mas lo único que consiguió fueron más tirones de orejas y más dolor de cabeza– No lo volveré a hacer, os lo prometo.

–Feliciano. Traedme la vara, niño.

Ese fue el momento en que le fue posible escabullirse del fuerte agarre de su madre, saliendo a toda prisa de la casa.

Sin dudarlo un segundo, se metió entre los matorrales de una de las casas inhabitadas del pueblo, escondiéndose tras estos mismos. Esperó en silencio, observando los alrededores por si su progenitora se acercaba o no.

Tras un par de segundos en silencio, notó que no estaba sólo allí. Un joven le observaba a tan sólo unos centímetros, entre sorprendido y curioso. Aparentaba ser un par de años mayor que Lovino, y sus ojos centelleaban a pesar de la oscuridad que los matorrales y las nubes hacían. El italiano se apartó lo más rápido que pudo por la sorpresa, pues lo que menos se esperaba era encontrarse a alguien allí mismo.

Lovino esperó un poco para volver a su sitio anterior, cerca del joven que se limitaba a observarle.

–¿Quién sois?– El ítalo se atrevió a preguntar cuando notó que su madre había vuelto a entrar en casa.

El otro niño se limitó a ladear la cabeza, como indicándole que no había entendido qué le estaba preguntando.

–¿Qué pasa? ¿Os ha comido la lengua el gato o es que sois tonto?

Sólo recibió un largo silencio, hasta que la mano del mayor cubrió su boca, mandándole callar. En un momento, pudo observar como la silueta de alguien pasaba cerca de ellos, en la otra parte de los matorrales. Cuando Lovino observó mejor quién era, vio a un adolescente, quizás algo mayor que el niño, pero muy parecido a este. El color de los ojos, cabello y piel eran prácticamente iguales, haciendo que el ítalo estuviera casi seguro de que ambos fueran parientes.

–¿Es vuestro hermano?– Susurró mientras apartaba la mano llena de tierra de su boca.

El niño asintió despacio. Eso al menos lo entendía.

Lovino rodó los ojos debido a la vaga respuesta y se señaló a sí mismo.

–Lo-vi-no– Dijo despacio, como si estuviera hablando con un perro.

Lazos del destinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora