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La última semana había sido una completa locura. La vida del chico había cambiado drásticamente desde que recibió aquel mensaje en la puerta de su casa. Tuvo que buscar a las mejores investigadoras privadas para que lo ayudaran de algún modo a salir de ese embrollo.

Todo por culpa de su padre. Si tan solo no se hubiera relacionado con las personas equivocadas, su vida seguiría siendo tan aburrida como antes. Pero al menos entonces, era segura. Había un mayor porcentaje de posibilidades que terminase vivo al final del día. Ahora, no sabía si estaría vivo unas horas o minutos más.

Sin embargo se debe destacar algo bueno de todo esto. Las pudo conocer. Las chicas más increíbles que jamás en su miserable vida imagino conocer. Ambas se habían ganado su admiración, pero solo una de ellas logro cautivar también su corazón.

Era un completo tonto. Tener ese tipo de pensamientos y sentimientos en una situación como aquella. Sacudió su cabeza para intentar alejarlos. Observo a su alrededor, tratando de concentrarse. Necesitaba encontrarlo, el muy cobarde no podía estar huyendo y escondiéndose por más tiempo. Se los debía. Ni su madre ni él merecían estar pasando en tales circunstancias por su culpa.

Cassie y Steph estaban cerca, sentadas en una mesa de café unos metros a distancia. Intentando mantener un perfil bajo. Cassie se entretenía con su computadora. Steph se encontraba alerta. Cruzaron miradas por un instante, el suficiente para permitir que una sensación de calidez se instalara en el pecho del chico, al observar esos ojos color miel. Se reprendió de inmediato y se dio cuenta de la mirada que la chica había mandado: Relájate, estas llamando la atención.

Trato de obedecerle pero ¿Quién puede estar relajado sabiendo que asesinos profesionales te persiguen? Suspiró y movió su cabeza para mirar al otro lado de la calle.

Escudriñó a las personas que transitaban, esperando ver entre la multitud aquel rostro que solo recordaba muy bien debido al parecido con el suyo. Pero más viejo, con marcas de la vida tan liberal que había llevado y por supuesto, con unos ojos oscuros y vacíos. No se sorprendió cuando no lo encontró. Su corazón se encogió y un ataque de pánico estaba emergiendo en él. Se sintió sumamente decepcionado del hombre.

Quizá fuese aquel niño pequeño dentro de él, que aún había mantenido la esperanza de que, por una vez, aquel hombre que debería ser su héroe se comportara como tal y se presentara para asumir sus consecuencias y, como último acto, salvar la vida de la mujer que alguna vez amó. Un disgusto amargo paso por su garganta. Pobre iluso. Después de tantos años y él aún guardaba esperanzas de que el hombre que debía ser su ejemplo se comportara de una manera admirable y noble.

El tiempo se había agotado. La semana que le habían dado para cumplir con las condiciones del trato se había terminado. No había nada que se pudiese hacer. Buscó una última vez entre las personas a su progenitor y ahora la ira se estaba calentando en su pecho al no encontrar nada. Era tan injusto. Pagar por los pecados de otros.

Miró su reloj, había pasado más de una hora desde lo acordado. Ya no podían esperar más. Giró su cabeza hacia las chicas, que tenían una mirada de compasión en sus rostros. Sentían lástima de Maxwell Gentry, quien en unas cuantas horas sería un huérfano.

Él se sintió molesto por esa mirada y por ese estúpido pensamiento que se coló por su mente. Él no quería morir pero tampoco quería que su madre lo hiciera. No dejaría que le quitaran a la mujer que le dio la vida y siempre estuvo allí para él, incluso cuando nadie estuvo para ella. Él no la iba a abandonar. Tenía que hacer algo para salvarla. Si su padre era un cobarde, él se aseguraría de restregarle en la cara que hasta su "vergonzoso" hijo mostraba kilómetros más de valor y honor que él en toda su asquerosa y patética vida ha mostrado.

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