Parte 1

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La mayoría del tiempo que me encuentro sola me pongo a pensar en lo que pasará o podría pasarme en un tiempo.

Y porque mi fuerte no es mentirle a la gente, les diré que la mayoría de esos pensamientos se basan en chicos.

Y de paso que ya me encuentro más suelta, les diré un pequeño secretito mío.

Saben, cuando era pequeña también pensaba en chicos, pero era diferente. Ya que todo el mundo que se encontraba en pareja en ese entonces, hablaba sobre que habían consolidado una relación cuando poseían alrededor de 16 o 17 año.

Y siempre creí que yo también lo haría. Pero nunca sucedió, en cambio encontré algo mucho mejor: la vida loca.

Borracheras, amigos, fiestas y...

¿A quién engaño?

Lo más lejos que había llegado era a la cocina de mi casa.

Ahora, estaba sola, sentada en mi habitación, esperando a que algo fuera de lo común sucediera. Pero eso nunca pasó.

Mis pocos amigos no eran de esos amantes de las fiestas y, aunque a mí me gustaría probar y aún conservaba la intriga de qué podría ocurrir, no tenía las suficientes agallas para presentarme sola en tales fiestas.

Si bien, a veces creía que esa era la única forma, que tenía de salir de lo rutinario y aburrido.

Pero, ¡Vamos! Aunque llegará a asistir a una de esas fiestas, ¿quién le prestaría atención a la chica fantasma del instituto?

Y, saben ya estaba harta. Harta, de vivir en las sombras de los demás, con la conciencia de que yo misma me empujé allí. Harta, de desperdiciar mi juventud en mi habitación, haciendo nada.

Desearía volver a empezar.

Pero luego de unos minutos de silencio, gracias a que mi lista de música había cambiado de canción, una idea fugas cruzó por mi mente.

Si nadie en mi instituto notaba mi presencia, nadie notaría el cambio. Solo me verían como una chica nueva.

Pero definitivamente, no podría hacerlo sola. Necesitaría un acesorador personal.

Costara lo que costara.

Y ese, fue el momento que cambió mi vida.

Enseñane a provocarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora