Tres semanas antes: Mayo de 2018
Al abandonar su lugar de trabajo seguramente no imaginó que su día lejos de terminar, recién estaba comenzando.
Cuando Magda Müller arribó a su departamento en Ayacucho 325, corazón de Recoleta, se desmayó en el jacuzzi al compás de un viejo disco de boleros mientras los pétalos de rosa en el suelo surtían un efecto adormecedor, poniendo la mente en pausa y el cuerpo en total relajación; a la vez que la copa, sostenida con dos dedos de su mano derecha, explotaba de burbujas a la espera de un sorbo que se hacía desear.
Con su hija en la casa de una compañera de colegio, era la ocasión que había estado esperando para reconciliarse con su novio, de quién estaba distanciada debido a su poco tiempo para dedicarle a la pareja. Con una niña sufriendo las inclemencias de una extraña enfermedad que requería un costoso tratamiento, y un trabajo a tiempo completo que apenas si le alcanzaba para respirar un día más; había decidido que aquella noche de viernes era el momento justo e impostergable para volver a sonreír.
El plan era sencillo. Una buena comida, una buena copa y dejar que la melosa intimidad hiciera estragos en los corazones necesitados de cariño y sabe Dios qué más. Por eso, pese a no haber tenido tiempo para cocinar, y a decir verdad, nadie esperaba que lo hiciera; la amarga ausencia de una deliciosa comida casera, pensada y elaborada para la persona especial, quedaría en el olvido con dos copas llenas, buena música y una falda tan corta como su cuerpo resistiera; puesto que cuando de sexualidad se trata, no existía en su mente nada más desinhibido que derrochar sensualidad insinuando lo prohibido.
Conforme se movían las agujas del reloj, aumentaba su preocupación por alejarse lo más posible de la vulgaridad poniendo a prueba su escueto vestidor. Así, mientras probaba frente al espejo lo mejor del repertorio, oyó la puerta de entrada y aceleró los retoques finales para no hacerse desear más de lo necesario. En ese ínterin en el que se elige el zapato adecuado, podía oler desde la habitación el suave y penetrante perfume francés que Mauro derrochaba desde el living. Sin embargo, al hablarle, en un intento desesperado por romper el silencio disfrazado de calma, no recibió ningún tipo de respuesta lo que precipitó su salida de la habitación con un mal presentimiento que decantó en una desesperante angustia al no hallar lo que buscaba.
Era obvio que algo no estaba bien.
Pese a haber rastros de la presencia reciente de su novio, éste no aparecía por ninguna parte; y a la incertidumbre se sumaban un vaso lleno de agua y la puerta de la heladera todavía abierta que conspiraban contra los nervios de Magda.
Ni lerda ni perezosa tomó una cuchilla del cajón de los cubiertos y descalza, como estaba, caminó sigilosa hasta que el ruido de un portazo proveniente del otrora lavadero la hicieron pegar el salto de su vida acompañado por un grito interrumpido por su instinto de supervivencia, el mismo que la llevó a esconderse detrás de los sillones del salón; segura de que no estaba sola en su piso.
No tenía un teléfono cerca, su celular estaba en su habitación y el de línea la desafiaba desde la mesa ratona al otro lado del living. El riesgo de atravesar la sala era muy grande y las posibilidades de salir ilesa estaban por los suelos, más aún cuando aceptó que quién fuera que había ingresado ya estaba al tanto de su presencia. Solo le restaba descubrir su valor y entregarse a las puertas del destino.
—¿Quién está ahí? voy a llamar a la policía —amenazaba sin demasiada convicción.
—No llames a nadie, dame un minuto —contestó la voz de un desconocido desde el antiguo lavadero.
Al oírlo lejos, Magda apuró el paso, tomó el teléfono de la mesita y marcó desesperada el 911 mientras continuaba sujetando el Tramontina con la diestra temblorosa y los ojos llorosos, a punto de lagrimear.
ESTÁS LEYENDO
CAUTIVOS II Al límite de las tentaciones. (EN PAUSA)
ActionLejos de conformarse con su estridente irrupción en el mundo criminal; quienes han decidido llevar su vendetta hasta las últimas consecuencias, luego de haber probado la extasiante miel de la victoria, ya sin el inestimable factor sorpresa, necesita...