Tengo que reconocer que soy demasiado tímida. Nunca me habría imaginado que, pese a todo lo que tenía pensado decirle (como que le admiraba, que soñaba en irme con él en uno de esos increíbles viajes... en resumen lo que le quieres decir a la persona que más admiras en el mundo), me limitase a decirle ÚNICAMENTE: "¿Me puede firmar el libro?" después de llevar esperando cuatro horas de cola para que me firme el libro "Misteriosos misterios de la Antigüedad con Roberson" y con unos señores y señoras demasiado elegantes, que me miraban con cara de que parecían que me iban a decir: Niña, creo que te has equivocado de sala. Por lo que sé, Justin Bieber está en la sala de al lado. Y lo que más me molesta es que no es verdad. Sí, no lo voy a negar que el hecho que haya una adolescente de quince años en una conferencia llamada "El Maravilloso Milenio de la Antigüedad" es muy raro, y no les culpo por mirarme así, pero la verdad es que yo no soy una adolescente como las otras. Podría decir que las otras adolescentes piensan que soy "rara de narices", pero me importa un pimiento.
Aquella exposición en la que mi vida cambió...
Me llamo Raquel y tengo quince años, vivo en Madrid y adoro la historia. Todo empezó cuando tenía cinco años, que mi maravillosa profe de infantil, llamada Bárbara, nos empezó a hablar de los egipcios, y yo me quede maravillada con lo que me contaba. Cuando acabó aquella primera clase de historia, dicen que me puse a llorar desesperadamente y que le dije a la profe: Señu Bárbara, cuéntame más histodias de los egicios, ¡porfis! Desde aquel momento me convertí en una loca de la historia, pero, sobre todo de la antigüedad y de los egipcios.
Después de aquel disgusto con el arqueólogo al que más admiraba, Andrew Roberson, me fui a la sección de egipcios de aquella conferencia. Los egipcios siempre me han encantado, porque es una maravilla que tan antiguamente y con tan pocos avances, fuesen capaces de hacer tantas maravillas. Una vez viendo exposiciones, hace dos años, el guía me enseñó a leer jeroglíficos y yo por fin logré entender muchas cosas, por ejemplo, leer papiros. Me he entrenado mucho para poder leerlos, ya que soy capaz de escribir algún mensaje en jeroglífico y de leer los papiros con mucha facilidad.
Bueno, por donde iba... estaba mirando las maravillas de aquella sección y de repente, mis ojos fueron a un papiro que estaba en medio de la sala. Era un papiro del tipo faniano (de buena calidad), encontrado en el templo de Edfu (localizado en la orilla occidental del río Nilo). Por lo que ponía era de gran valor y que nunca se había podido descifrar, porque era muy difícil y no estaba en buenas condiciones. No sé por qué lo hice, pero me puse a leerlo (jeroglífico por jeroglífico) y a apuntar su contenido en una hoja de papel, tan concentrada que no me di cuenta de que había mucha gente mirándome a mi alrededor. El jeroglífico era algo difícil de traducir, pero era traducible. Cuando terminé de traducirlo ponía: "En general, los hombres juzgan más por los ojos, que por la inteligencia, pues todos pueden ver, pero pocos comprenden lo que ven". Al principio no sabía de qué me sonaba esa frase, pero en aquel momento alguien me toco el hombro diciendo: Muchacha, no sé cómo te llamas, ni de dónde vienes, pero sé que has descubierto uno de los misterios de la historia. Nadie hasta ahora ha podido descifrar ese papiro, y los has descifrado. Además, acabas de descubrir que Nicolás Maquiavelo no fue quien escribió esa frase, sino que fue alguien anónimo de Egipto. ¡Enhorabuena!
La persona que me había dicho eso era el mismísimo Andrew Roberson.