Gabi aprobó con un puntaje moderadamente aceptable. Pero algo cambió para siempre en la dinámica entre ellos. Cierta complicidad, como un "Yo sé algo de ti y tú de mí".
Durante aquellas clases temporales habían acordado que sus reuniones serían encubiertas, así ambos se ahorrarían explicaciones ante los demás Mocoscos. Y aunque fue un tanto complicado al inicio, puesto que Gabi nunca le había ocultado nada a Nivia y la careta de Dazi ante sus amigos se estaba tornando más compleja, las peripecias que hicieron para encontrarse en secreto les aportó cierto entretenimiento. Y en lo sucesivo a partir de ese momento quedó entredicho que su interacción seguiría así.
—¿Tú ya sabes qué quieres ser de mayor? —le preguntó ella un día.
Habían tomado la costumbre de hablarse con naturalidad cada vez que los demás los dejaban solos.
—Nivia ya tiene todo un plan en la cabeza —continuó Gabi—. Y yo sólo sé que quiero estudiar algo que no sean matemáticas.
—A algunas personas les toma más tiempo decidirse —comentó Dazi, terciador—. Pero ya sabrás, eventualmente.
—Tú, en serio, debes dejar de hacer eso.
—¿Qué cosa?
—Sonar a que lo sabes todo —bufó ella, con una gracia admonitoria.
—Pero no lo sé todo. Nadie lo sabe todo.
—Bueno, y ¿has pensado qué quieres ser?
—Siempre he imaginado que podría seguir derecho. Los abogados parecen saberlo todo.
Gabi le lanzó una mirada apestada e inmediatamente después ambos rompieron a reír.
Con el tiempo, Dazi advirtió, no sin cierta complacencia, que Gabi se estaba convirtiendo en una suerte de confidente. De alguna manera, hablar con alguien que conociera sus secretos se sentía refrescante. Liberador. Y con eso, la fachada que habían montado, empezaba volverse problemática, pues a medida que se tenían más confianza era más complicado fingir que eran apenas cercanos. Sin embargo, no podían convertirse en excelentes amigos de la noche a la mañana ante los demás. Suscitaría las preguntas que él quería evitar.
Mientras duraba su dubitación, ese tiempo de inspección sirvió para conocerla mejor. Así como él, Gabi era también un mundo propio y vasto. No era buena con los números, pero le encantaba las lecturas profundas, se decantaba más por temas psicológicos o filosóficos. Comprendió que ella tenía sus propias inseguridades, pero no las exponía tan fácilmente. A diferencia de él, que esperaba dejar el pueblo para buscarse un futuro y luego regresar, ella temía dar ese paso. Sin embargo, llegado el momento, él sabía que lo haría. Pues si debía rescatar algo en Gabi por encima de muchas cosas, era que su determinación no admitía vacilación. A veces, le hacía recordar a un jabalí. Esos animales que, cuando les disparabas, arremetían contra ti a todo gas aunque les costara la vida.
Dazi llegó a esperar los espacios entre ellos dos tanto como el tiempo que compartía con el grupo entero. Y a veces, no estaba seguro cuál anhelaba más. Aquel fue su primer indicio.
Había días en que lo asediaba una disruptiva confusión, tenía la sensación de que había algo que había cambiado, que algo era diferente. Era como si su entorno hubiera cambiado de estación, pero él no supiera reconocerlo.
Se enlistó en el Taller de Debate de la escuela para poder salir al mismo tiempo que Gabi, que estaba en el de Periódico Mural. En las salidas en grupo, empleaba todo tipo de excusas para quedarse hasta el final y tal vez compartir un rato los dos, aunque a mayoría de esas veces casi siempre Gabi y Nivia permanecían inseparables. Y cuando empezaron a dejarse notas uno en el cuaderno del otro, Dazi supo que en definitiva, había algo anormal en su actitud.
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La doncella crepuscular
FantasyEn el pacífico pueblo de Trocanto existe una regla inquebrantable: Está terminantemente prohibido salir en las noches de otoño. Una regla que Nivia ha acatado sin falta, pues a pesar de esa curiosa prohibición, ella adora su hogar y siempre ha anhel...