Una Noche

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Noche oscura y brillante; un cielo salpicado de pequeñas estrellas adorna la ciudad dándole un toque romántico y misterioso a la escena. Noche fría y ventosa, callada y nubosa. La Luna creciente ilumina cual reflector mientras me hallo tirada en este solitario escenario de frío ladrillo.

El ruido de la ciudad es casi nulo, apenas si se percibe algún auto surcar la larga avenida. El ruido de mis pensamientos irrumpe más que el eventual resonar de la calle, el sonido metálico del alcantarillado rebotando bajo los repentinos y veloces neumáticos.

Hace días que la Cruz en lo alto del monte ha dejado de brillar dando fin a las nada alegres festividades, sin embargo el frío invernal no ha abandonado la escena, es más, se ha adueñado del escenario y descaradamente se convirtió en el protagonista de ésta y otras noches.

Es una noche hermosa, serena, fresca, perfecta para ponerse melancólico y arruinar el ambiente relajante, ¿No? Pensar en los que se fueron y en los que se irán, en los que estaban bien y ahora mal, en ese futuro incierto que atormenta y hace estremecer poniendo los peores resultados por delante y masacrando la mínima porción positivista que uno posee contra la adversidad y lo desconocido.

Pensar en una ruleta rusa a la que estás obligado a jugar. No sabes quién se irá o quien se quedará. Existe el miedo por cada minuto que pasa, miedo en ser el último en la mesa, el último en irse o el único en quedarse. El primer golpe es duro pero no te gana el verdadero terror sino hasta el segundo, tercer o cuanto golpe donde ves que quedan cada vez menos jugadores y tú, desgraciadamente, sigues siendo uno de ellos.

Levantar la mirada en busca de respuestas. Siento como si la Luna se deslizara sobre el azul manto escarchado por el tenue movimiento contratante de las nubes al ser empujadas por el helado viento. De la nada, una pequeña luz surca brevemente el cielo. ¿Es real? ¡Debe de serlo! ¡No estoy soñando! ¡Tenía los ojos descubiertos en el momento!

Girar sobre si y dirigir la mirada al horizonte. Una densa sábana de blanco algodón se apodera ampliamente de la visión y refleja la cálida luz amarillenta de la ciudad. La linea del horizonte ha sido tapada, borrada. Los edificios se pierden tras la neblina siendo apenas posible distinguir las estructuras que se encuentran en las cuadras adyacentes.

El viendo sopla. Escalofrío. Las cortas prendas sucumben ante la baja temperatura, la piel se eriza produciendo una inesperada y contrastante sonrisa triste y satisfactoria. En el suelo ya no se proyecta sombra alguna, el reflector a sido cubierto por la gruesa sábana enrojecida por la luz artificial de la ciudad.

Mas de una hora, casi dos, navegando en pensamientos. Luces amarillas. Cielo azul escarchado. Nubes enrojecidas. Más frío, más viento, más silencio, más oscuridad, más... Incertidumbre.

EscritosWhere stories live. Discover now