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No sé por dónde empezar...

Tuve una infancia normal, bueno, unos padres amorosos y una hermana con la cual compartir. Sin embargo, nuestros padres siempre trabajaban por lo que la mayor parte del tiempo estábamos solas. Todo era felicidad excepto cuando papá se enfadaba. El no nos maltrataba físicamente. Sus palabras eran lo que más me hacia daño y gracias a ello mi personalidad era cada vez más introvertida. Mi hermana, al contrario, creo una personalidad fuerte. Supongo que estos factores fueron llenando poco a poco mi mente con pensamientos negativos sobre mi.

Bueno, basta de mi infancia... Hasta ahí se podría decir que era feliz. A pesar de ser la niña ejemplar, siempre quería dar todo de mí para demostrarle a mi papá que podía ser su mayor orgullo, y aunque a veces lo lograba, las pocas ocasiones en las cuales lo hacía enojar me hacia dudar completamente de mi. Te preguntarás por qué te cuento todo esto, simplemente te lo digo para que te hagas una idea de mi personalidad.

Las cosas se complicaron más con la llegada de otra hermana. Por comentarios malintencionados de un familiar, del cual no quiero hablar, no pude desarrollar cariño hacia mi nueva hermana. Y es por ello que ella siempre me reclama el hecho de que no la quiero. Pero... ¿Como cree que puedo quererla si no soy capaz de quererme a mí misma?

Pasemos a hablar de mi. En estos momentos lo único que puedo pensar de mí es que me odio. Odio todo, odio mi vida, odio mi cuerpo, odio pensar así... Otra vez me adelanto a los hechos, volvamos a esa época de pre adolescencia en la cual mi segunda hermana nació. El año anterior a eso, sufrí de bullying en el colegio... Nada demasiado grave, pero si lo suficiente para destrozar la confianza en mí misma. Ahora que lo pienso, es probable que ella, la niña que me molestaba, nunca se hubiera detenido a pensar en todo lo que sus acciones probablemente causarían. El tiempo pasó. Mi estancia por el colegio estuvo lleno de logros académicos y reconocimientos por ser la estudiante ejemplar. Sin embargo como todos, tenía mis propios miedos e inseguridades. Para mi, tener que hablar en público era el peor castigo que podía recibir, aún así, intentaba afrontarlo siendo fuerte y con una sonrisa en mi rostro. Eso es lo más hipócrita que siempre he hecho, sonreír aunque esté sufriendo.

En mis últimos años del colegio, comencé a sufrir las consecuencias del estrés en mi vida. Mi salud no era demasiado buena pero a pesar de ello seguía siendo fuerte o al menos eso creía.

Gritos SilenciososDonde viven las historias. Descúbrelo ahora