Capítulo final

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Michele estaba soñando. Lo sabía, pero se sentía tan real que no deseaba salir de su ensueño nunca.

Estaba él junto a Emil, ambos sentados en una banca del parque. Emil lloraba porque mientras jugaban se había caído y raspado la rodilla. Michele le regaló su paleta de helado de fresa para animarlo, a pesar de que era su favorita. De inmediato, Emil sonrió y comenzó a chupar la paleta, pero a la vez la compartía con él.

La imagen cambió. De nuevo apareció él, pero ahora en su versión de diecisiete años. Estaba jugando soccer, era uno de sus partidos más importantes de la temporada y si no hacían gol en los pocos minutos restantes, perderían. Michele estaba agotado, pero mentalizado. Sobre todo porque Emil estaba en las graderías apoyándolo al lado de su hermana, gritando su nombre con potencia. Con ello en mente, cuando le pasaron el balón, se movió con agilidad en medio de los jugadores y con la sangre bombeándole en la cabeza, pateó el balón con energía hasta meterlo en el arco, sin darle oportunidad al arquero de reaccionar.

En su siguiente recuerdo, estaba Emil también. Pero era un Emil reciente. Un Emil que se despedía con una sonrisa triste y le daba la espalda. Y a pesar de que él gritara e intentara alcanzarlo, una fuerza desconocida se lo impedía. Al final, Emil se marchó sin que Michele pudiera confesarle lo que sentía, sin que le pudiera decir que él era la persona a la que amaba.

No, no podía pasar eso. Era un sueño, solo un sueño.

—... pino!

¿Y si no era un sueño?

—¡Michele Crispino!

Diablos, debía despertar cuanto antes. Ya empezaba a escuchar voces del más allá.

—¡Michele Crispino, despierta! —gritó una voz conocida en frente de su rostro.

Michele abrió los ojos, perplejo. Parpadeó seguido, encontrándose con la mirada llorosa y preocupada de Emil.

—Emil, no te has ido —murmuró Michele con el tono ronco.

Los ojos de Emil lagrimearon hasta que las gotas saladas cayeron en la mejilla de Michele.

—Claro que no me he ido, tonto —dijo, abrazando a Michele con fuerza mientras sollozaba —. Eres un idiota, Mickey. No has comido bien, ya me lo dijo Sara. Por eso te desmayaste hace un rato. ¿Sabes lo preocupado que estaba? Tuve que arrastrarte hasta aquí y créeme, pesas demasiado. Mickey idiota, idiota.

Aunque aún estaba un poco mareado, aquello no impidió que Michele se sentara en la cama y correspondiera el abrazo de Emil. Lo apretó contra sí, aspirando su aroma a pino, a naturaleza, a Emil.

Realmente estaba aquí, era real.

—Ahora lo que debes hacer es atiborrarte de comida para subir el azúcar. Te preparé un sándwich de queso con jamón, limonada y te piqué unas frutitas —informó Emil, separándose y caminando hacia la cocina para traer una bandeja repleta de comida.

Ahora que Michele se percataba, estaba en el apartamento de Emil. Este era igual al suyo, solo que más desordenado de lo usual. La cama estaba deshecha y había ropa tirada en el suelo.

Su amigo puso la bandeja en sus rodillas, indicándole con la mirada que comiera. No obstante, Michele quería otra cosa.

—Emil, lo que dije hace rato es cierto —murmuró sonrojado.

Emil lo contempló serio y después suspiró.

—Come primero y luego hablamos —ordenó.

Michele en realidad estaba bastante hambriento, así que comenzó a comer con rapidez, cosa que Emil le regañó. Aunque lo que deseaba era resolver los problemas entre ambos, tampoco quería presionar a su amigo.

Enmendando un corazón |EmilxMickey|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora