°Just shut the fuck up°

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Una semana había pasado desde aquel molesto encuentro. ¡Una semana aguantando a un egocéntrico y popular individuo! ¡En exámenes!

Ese día en particular, caía viernes. Después de una tediosa semana aguantando comentarios de todo tipo, Hamilton se dio el lujo de suspirar. El último examen acababa de terminar de aplicarse. Todos los alumnos salieron del edificio, y Alexander se encontró con sus amigos.

-¿Qué tal te fue?- Preguntó Laurens abrazando cariñosamente a Alexander, quien correspondió el gesto.

- Me imagino que bien.- Respondió.- El derecho agrario no es tan difícil como parece. Sólo es cuestión de pertenencia y antecedentes.- Siguió hablando mientras acariciaba la mejilla del pecoso.

-Blah blah blah.- Soltó John riéndose.- El examen ya pasó, cerebrito.- Le tocó la nariz

Alexander rio con suavidad y miró a sus amigos. Tenía muy buena suerte al haber encontrado tan buenas personas. Había conseguido a sus mejores amigos sin necesidad de buscar y socializar.

Caminaron tranquilamente por el campus mientras reían y compartían anécdotas del día. Lafayette –por suerte- se encontraba acompañándolos. Mulligan no lo soltaba, y la razón era simple. Thomas Jefferson.

El arrogante hombre no paraba de jalar al francés o entablar conversaciones en el idioma natal de su amigo. Se los estaba quitando, y los celos no se hacían esperar de parte de Mulligan.

Iban pasando por la cafetería cuando se toparon con la fuente de los malos pensamientos. Thomas se hallaba sentado en una banca, entablando una amistosa conversación con Madison –un chico conocido por estar enfermo casi todo el tiempo- El último mencionado sonreía mientras se tapaba la cara, tratando de evitar que el frío entrara a su organismo.

Hamilton y Laurens bufaron, Mulligan –un poco más salvaje- gruñó, y Lafayette suspiró cansado.

-Estoy cansado de esto.- Soltó

-¿Del que no lo aguantemos?- Dijo Hamilton

-¡No es tan malo como parece!- Respondió exasperado.- ¡Tiene sus razones!

- Y yo las mías

Para cuando terminó la oración, Thomas –y Madison- se encontraban frente a ellos. Un brazo cruzaba por los hombros del último mencionado, quien tenía la nariz y mejillas rojas.

-¡Laffy!- Dijo, ignorando olímpicamente a los otros tres.- Te presento a Madison. Un buen amigo.

Lafayette soltó una exclamación amistosa.

-¿Han sido amigos todo este tiempo?

-Así es.- Dijo el mayor pegando más a Mads.- Aunque no se le ve mucho por aquí.

Y entonces plantó su mirada en Alexander.

-Hamilton.- Dijo Thomas con voz melosa.- He escuchado el juicio oral que has presentado hoy, y debo de admitir que me sorprende tu talento como abogado del diablo.

-Uno debe de aprender a defender lo indefendible.- Respondió el mencionado encogiéndose de hombros.- Hay que ver más allá de la situación que se plantea para poder tener los elementos necesarios de un argumento válido.

Jefferson soltó una carcajada que sonó amarga a los oídos de Alexander. Y no dijo nada más hacia él.

Después de un par de minutos entre conversaciones, Thomas se retiró junto con Mads, dejando a los cuatro en la –ya cerrada- cafetería. Para ese momento, una lluvia torrencial amenazaba con caer.

Alexander no dejaba de pensar en la conversación que había entablado con Jefferson. No dejaba de pensar en sus palabras.

"Hay que ver más allá"

Thomas, a simple vista, parecía un niño rico con una infancia llena de lujos y gustos en bandeja de plata. Inteligente, sí, pero arrogante. ¿Por qué?

-¿Te encuentras bien?- Preguntó Laurens con voz preocupada.

Ya se encontraban en su casa.

-Sí.- Respondió Hamilton subiendo al pecoso en sus piernas.- No es nada

-¿Seguro?- Laurens se acercó a su boca y miró sus ojos con auténtica preocupación.

Su respuesta fue un dulce beso. Sus labios se movían con tranquilidad, creando una hipnotizante danza. El sonido húmedo de los labios chocando era el sonido que más resaltaba en la habitación. El aliento de Laurens sabía dulce, debido al té que habían terminado de tomar unos minutos antes.

Hamilton suspiró gustoso y recostó a John debajo de él. Lo miró con cariño y volvió a juntar sus labios, esta vez con un poco más de pasión. Las lenguas se juntaron y la ropa no tardó en volar.

Jadeos, gemidos, suspiros y humedad era lo que se presenciaba en la habitación. Amor era lo que se demostraba a la luz de la escondida luna.

...

El sábado transcurrió con tranquilidad. Laurens se quedó con Alexander en todo momento, y ambos se la pasaron viendo series y comiendo pizza. Era un día lluvioso y nublado, sin embargo ninguno de los dos se quejó por el frío. Estaban complementados.

Ya en la tarde-noche Lafayette y Mulligan se presentaron en la casa de Alexander con cartones de cerveza.

Hamilton los recibió con alegría y Laurence no tardó en unirse a la improvisada fiesta. Ninguno de los dos –Laffy y Herc- se sorprendieron al ver al pecoso ahí. Era de conocimiento común que a Laurence no le iban las mujeres y Hamilton daba a los dos lados.

-¿Pasaron buena noche?- Soltó el francés con un tono de picardía. John se sonrojó completamente y Alexander se carcajeó antes de responder.

-¿Qué no se nota?

La noche transcurrió en risas y bromas. Jugaron cartas, bebieron, comieron y hablaron. Ya por las 10 pm decidieron ver una película.

Se decidieron por "El conjuro". Juntaron cobijas y Mulligan y Laurence se acomodaron mientras los otros dos iban por palomitas.

Lafayette y Alexander se encontraban en la cocina, y mientras las frituras se preparaban, el francés veía el celular. Entonces, de este emergió una bella melodía de violín. Melancolía, dolor, desesperación, resignación; todo eso se sintió a lo largo de la pieza. Cuando esta paró, Hamilton volteó hacia su amigo.

-¿Cómo se llama?

-¿La pieza?

-Sí.- Dijo Alexander con obviedad.- ¿Es de algún famoso?

-¿Te gusto?

-La verdad me llamó la atención.

Lafayette rio con picardía.

-¿Sucede algo?- Preguntó Hamilton confundido.

- Se llama "Monticello"- Dijo Laffy al fín

-¿Y la compuso...?

-Thomas Jefferson.

Un silencio incómodo inundó la habitación, que minutos después fue roto por la estruendosa risa de Lafayette.

-¡Cierra la boca!- Gritó Hamilton con las orejas rojas. Y así inició una pequeña discusión.

Ya a la hora de la película, Alexander no paraba de tararear aquella bella melodía. Su subconsciente lo estaba traicionando. Hamilton se acercó sigiloso al oído del francés.

-¿Me pasarías la pieza completa?


Issues (Jamilton/Modern-Au)Where stories live. Discover now