EL JUEGO MACABRO DE MORFEO

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Siempre que Rubén dormía terminaba en realidades opuestas. Se acostaba y soñaba que era un niño de nuevo, que corría bajo la lluvia, pero de repente se encontraba con una niña y a medida que se le iba aproximando, se comenzaba a transformar en algo realmente maligno, tenebroso, terrorífico, y traumatizante.

Se le caían los ojos, ella los recogía y volvía a ponerlos en su sitio; y si volvían a caerse, se llenaba de sangre el lugar en donde estuviese parada, tenía una sonrisa que sobresalía de su cara. De pronto Rubén se despertaba maldiciendo aquel sueño o por él llamado el juego macabro que Morfeo le había soltado. 

No podía conciliar el sueño de manera placentera y menos si Morfeo le venía a saludar. cuando su sueño tenía un buen aspecto, comenzaban a pasar cosas bastante fuera de lo normal; no podía despertarse tan fácil como quería, sudaba, temblaba, sentía que algo le impedía volver a la realidad o que quizá esa era su realidad ahora. Siempre fue así, cuando lograba vivir  una buena realidad alternativa, se despertaba y se deprimía, pues sabía que aquella realidad era total y eternamente opuesta a la que siempre vivía, que no duraría mucho inmerso en ella. Se sentía solo, necesitaba algo que diese fe de que estaba vivo, que podía ser normal.

Cierto día  tomó la  decisión de sumergirse en pastillas, causando una sobredosis que le dejó en coma Para su infortunio quedó atrapado en un mundo paralelo al que conocía, la diferencia y casi maldición era que no podía tener contacto con ninguno de los seres vivientes que estaban observando sus ojos, era evidente que él aún no sabía que se encontraba en el famoso limbo. Pasaron años y nada parecía tener promesa de cambiar, su cuerpo aun seguía atrapado en un sueño profundo.  Aceptando que jamás volvería, subió a una montaña con una soga en mano, decidido a cambiar de realidad, se colgó. 

Se despertó en una cama enorme, rodeado de peluches. Se sentó rápidamente, mientras intentaba averiguar en que lugar estaba. Salió de la cama y se asomó por la ventana, pero en vez de visualizar un barrio o un bosque, solo encontró una pared. Una pared blanca, simple y cruel. Una pared que le dijo en la cara que estaba encerrado. Buscó con sus ojos otra ventana, y se acercó para abrirla, pero el resultado fue el mismo. Por sus piernas comenzó a subir una sensación de frío que terminó abrazándole el cuerpo por completo, dejándolo inmóvil.  La muerte había decidido visitarle y darle un regalo que no olvidaría jamás, pues estarían juntos nuevamente. Un espejo apareció justo enfrente de él y pudo ver el rostro de la muerte, la niña, sin ojos una vez más aparecía detrás suyo, pero esta vez los ojos que se deslizaban por el suelo no eran los de ella. 

Lo desconectaron al tiempo en el que él se encontraba abrazando su mayor miedo, mientras que en la vida real lo preparaban para darle un último adiós.


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