Capitulo 1

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¿Quién decide que es lo correcto?

Era un día soleado de marzo, el viento soplaba con fuerza y hacia que las hojas de los árboles volaran sin reparos por el cielo. A la lejanía se podía apreciar el humo del tren local que se acercaba a toda velocidad recorriendo las viejas y coloridas montañas; junto con las nubes negras de carbón se acercaba también una nueva esperanza para el pueblo, se trataba del hombre prometido a la sociedad, aquel hombre que sería capaz de ayudarlos e iluminarnos, el padre Erwin Smith.

Un chillido metálico y abrumador avisó que el tren había llegado por fin a la estación. Los poblerinos no hacían más que elevar sus cabezas, chsimorreando sobre la llegada del padre. -Nos han prometido mucho, ¡pamplinas! Apuesto que será otro de esos que se alimentan con las limosnas y se embriagan con nuestros vinos- Espetó una mujer entre la multitud y los bullicios, más no todos eran comentarios malos, pues la mayoría de las personas estaban alegres sin remedio alguno.
Las puertas del tren se abrieron y junto con los pasajeros y maletas bajó un hombre alto, de complexión ancha, con piel perfectamente bronceada, ojos azules cual manantial y perfecta cabellera rubia. En los labios del hombre se mostraba una sonrisa y en su mirada la dedicación y entrega que estaba dispuesto a darles, miró con detenimiento a cada una de las personas por un par de segundos antes de impartir su breve viaje hasta la iglesia.

El rubio no podía creerlo, era un sitio tan diferente a lo que el estaba acostumbrado, pequeñas casas poco estilizadas y bellas zonas arboladas, sentía como su corazón brincoteaba de la emoción y rugía por la espera, estando perdido en sus pensamientos puedo escuchar una voz tembloroza que entre hippadas le dijo. -Bienvenido, padre Smith, le eh estado esperando, permitame- dijo mientras tomaba sus maletas. Era un hombre viejo, con una calva terriblemente reluciente, tenía un bigote tupido con canas y apenas el rubio miró al contrario pudo entender el comentario de aquella señora escéptica en la estación, ¡estaba ebrio! ¿Como es que un cura podría estar ebrio? ¿Seria cierto que se embargaba con el vino para consagrar? Sin palabras y un tanto incomodo, el rubio siguió los pasos del anciano hasta llegar a la tan esperada iglesia.
Era sin dudas el lugar más bello que jamás había visto, era colosal, al menos en comparación al resto del pueblo dejó viajar su mirada por las paredes, deleitando sus ojos con la estructura barroca que poseía el lugar. El aroma a incienso y anís que abundaban ahí lo dejaron sin palabras, hasta que el hombre viejo retomó la palabra. las personas por aquí son muy devotas, jamás quedan mal con el diezmo y ni hablar de la limosna jaja, son encantadores, pero no se deje llevar, hay gente muy atroz por estos rumbos.- dijo mientras subía las escaleras para entrar a la iglesia, siendo seguido por el rubio.

-Soy Pixis, Dot Pixis, para lo que se ofrezca padre. Mi habitación está justo delante de la suya, no dude en hablarme si necesita algo- a pesar de su gran estado de embriaguez, el señor Dot era todo un caballero, educado y formal. Apenas dejó sus pertenencias en su cómoda y minimalista habitación recibió un tour completo por todo el lugar, que aunque era inmenso, el rubio no tuvo problemas para memorizar cada rincón, era un hombre inteligente.

-Gracias por su ayuda- respondió el rubio mientras tomaba un duplicado de las llaves que le había entregado el señor Dot. Volvió sin mucha prisa a su habitación y desempacó sus maletas; no es como si tuviera muchas cosas, solo tenía un par de libros, fotografías, tintas y papel viejo, algunos cambios de ropa y su traje de hábito.
Finalmente llegó la oscuridad nocturna que se apoderó del entorno, el viento hacia crujir la madera y burlaba con gracia las débiles cerraduras de las ventanas, el frío era insoportable, y el cantar de los grillos y aves nocturnas hacían un perfecto coro. Tras darse una amena ducha y en punto de descansar vino a la mente del rubio una figura delgada y pequeña, de ojos grisáceos y cabellos oscuros, el semblante de aquella persona era frívolo, casi expresivo. Forzando su memoria a recordar donde había visto a aquella persona recordó que ese chico estaba también en la estación, había sido el único que lo había mirado directo a los ojos, "quizá otro escéptico que no me quiere aquí " pensó el hombre antes de dormir plácidamente.

Llévame a la condena eterna Donde viven las historias. Descúbrelo ahora