Capítulo I: Background.

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¿Cómo empezar? La situación en la que acabé metida es lo suficientemente complicada como para merecer un buen marco histórico, pero a decir verdad mi vida fue demasiado corta y triste como para entrar en detalles. Solo digamos que no tengo casi familia en la actualidad, y hasta hacía un tiempo ninguna persona que me importara realmente. 

Hasta que llegó él. El segundo.

El primer amor de mi vida no vale la pena el esfuerzo de mencionarlo, pero aquí va: yo tenía quince años, él tenía diecisiete, yo estaba enamorada, él me trató como una princesa por un mes, me usó, tiró el preservativo y se pasó el resto del año burlándose de mi inocencia.

En fin, como digo, no vale la pena. El segundo, sin embargo, me cambió la vida.

A los veintiún años, mi patético intento de estudiar arte y sostenerme con trabajos de medio tiempo me llevó a encontrarme con él, de modo que tuvo un lado muy positivo. También él estudiaba arte por las noches, como yo. Era alto, delgado pero musculoso, y de una belleza casi sobrenatural. Su piel era blanca como la tiza, suave como la seda y dura como la piedra. No tenía una sola imperfección, y su rostro por sí solo te partía el corazón. Sus ojos, de un rojo como nunca he visto antes, estaban marcados por las ojeras que producían la clase de vida que llevábamos (aunque a juzgar por la suya a él le iba mucho peor que a mí), y su cabello rojizo le caía hasta la barbilla en unos rizos sencillamente encantadores.

Todos le miraban, no era solo yo (cómo no mirarlo). Por eso, casi no pude creérmelo cuando fue a mí a quien se dirigió su sonrisa perfecta de hoyuelos marcados y dientes impolutos.

Nuestro noviazgo duró cuatro meses, y fueron sin lugar a dudas los mejores cuatro meses que mi corta existencia me había proporcionado jamás. Estaba tan enamorada de Edmund (así se llamaba, con un nombre todo a la antigua) que él bien podría haberme pedido que cometiéramos un genocidio y yo le habría seguido entusiasta, maravillada por lo bien que lucía la sangre en la ropa. A ver, no era del todo superficial. Sí, su voz, aroma, toque, forma de andar y mirada eran tan fascinantes que bien podría haber sido un vampiro salido de los cuentos de hadas, pero iba más allá de eso. Cada vez que se reía, cada vez que hacía uno de sus chistes estúpidos e ingeniosos y cada vez que me traspasaba con la mirada... mi corazón se hinchaba. Sí, también galopaba a lo loco, pero se hinchaba de... sí, por qué no, amor. Y plenitud.

Por eso me dolió tanto perderlo.


Íbamos rumbo a un pequeño pueblito llamado Forks. Edmund había estado bastante sombrío últimamente, si no mal recordaba desde aquel día en el que yo me había cortado la mano cocinando y él tuvo que abandonar la habitación porque no soportaba la vista de la sangre (aunque no entiendo por qué iría eso a ponerlo tan sombrío). Según me había dicho, tenía unos conocidos en Forks que podían ayudarlo con un pequeño problema familiar, pero la última parte apestaba a mentira.

Por supuesto, yo no dije nada. Edmund era bastante reservado acerca de su pasado, pero yo era igual, de modo que ninguno nunca molestaba al otro con esos temas. Si esa gente podía ayudarlo con lo que sea que necesitara, yo no era quien para meterme. 

Cuando bajamos del avión, Edmund condujo un auto alquilado por cerca de tres horas hasta se detuvo en medio de la carretera, rodeada a ambos lados por una intensa vegetación verde brillante. Confundida, no dije nada cuando me tomó de la mano y me condujo a través del bosque durante un buen rato hasta llegar a un pequeño claro. Entonces se paró, tomó mis dos manos entre las suyas, gélidas, y me miró a los ojos. La aprensión brillaba en los suyos, oculta tras una capa de falsa tranquilidad que pretendía tranquilizarme a mí.

 - Escúchame, Liz, tengo que pedirte un favor, ¿de acuerdo? - su voz, grave y sedosa, me distrajo la mitad de mis embelesadas neuronas.

 - ¿Qué necesitas? - respondí en voz baja. En sus ojos rubíes brilló el agradecimiento.

La Tercera es la Vencida · [Carlisle Cullen x Tú]Where stories live. Discover now