9. Residencia Maunier, ¿dígame?

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Ashley Highbrook

—Tracey, cariño. Estás como una cuba... —coloqué mi brazo por encima de sus hombros— te llevo.

—Al final la que va a potar en mi maravilloso coche será esta tía —añadió Sophie mientras miraba de reojo a esta.

—Qué bochorno madre mía... ¿le habrá subido el ponche? —preguntó Troye llevándose las manos a la boca.

Charlotte se giró extrañada ante su comentario.

—¿El ponche lleva alcohol?

—Tony DiMaggio —eructa—, le puso litros de vodka cuando los profesores estaban bailando Thriller.

¿Y aún así bebiste? —preguntó Victoria extañada.

—¿Pues no la ves? Parece que en cualquier momento va a empezar a bailar country... —reprochó Troye.

—Chiquillos, mis padres no están en casa. Se supone que han ido a ver a mi tía a Santa Mónica —sonrió pícaramente—. Sólo está el servicio, se encargará de hacernos la comida a la mañana siguiente, pasad del jardinero... es irlandés y su fuerza es descomunal.

Vi como Victoria y Troye sonreían levemente.

—¿Están de acuerdo? —preguntó Mary girándose hacia nosotros y abriendo los ojos.

—¿Cómo no íbamos a estarlo? Nos vamos a quedar en la Residencia Maunier del siglo XIX... —respondió Andrew irónicamente.

—RT MASIVO, Dios... ESTOY MUY LIVING —comentó Vic tras dar unos saltitos de alegría.

Charlotte Smith

El camino iba siendo ameno, a muy pesar del sermón que me había echado mi madre horas atrás. Siempre se repetía el panorama, ¿qué podría hacer? No iba a dejar mi sueño de meterme en un laboratorio por una estúpida asignatura que se me daba mal y podría ser capaz de hundir mi carrera.

—Oye, no te preocupes —comentó Troye mientras acariciaba levemente mi hombro—. Estamos igual de jodidos, pero podremos con esto ¡anda! Pudimos con Beverly, ¿por qué no íbamos a poder con las derivadas?

—Esa pregunta tiene una clara respuesta...

Vaciló por unos segundos.

—¿Y si no fuera así? El profe de matemáticas parece amable, ¿no? Él te ayudará sin problemas —interrumpió Andrew.

—¿Y cómo ibas a saber eso? Ese viejo me odia —respondí tras secarme las lágrimas.

Vi cómo Troye miraba a Andrew intentando decirle algo sin palabras, algo como: no la cagues.

Sophie Brown

—¿Mary? —pregunté sin apartar la vista de la carretera.

—Dime, mon amour.

—No me dijiste que tu casa quedaba en Guantánamo.

Contemplé de reojo que Mary me miraba extrañada.

—¿Qué dices bobita?

—Que vives en el puto desierto de Mojave. A tomar por culo, vaya —amaba gesticular.

Troye se colocó entre los dos asientos con euforia.

—¡Es verdad, pero valdrá la pena! —exclamó— claro, si llegamos vivitos y coleando... porque este carromato...

—Pues bájate, fino de mierda —reproché golpeando levemente una de sus manos apoyadas en mi asiento.

Volvió a su posición inicial, entre Andrew y Charlotte.

Le rêve americainDonde viven las historias. Descúbrelo ahora