7. Castigos, sueños y Halloween.

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Beverly Taylor

—Muy buenos días Señorita Hills —intenté aprovechar mi carisma.

Me senté con gran indiferencia en uno de los sillones de cuero del despacho. Davis era un gran decorador, realmente tenía sentido del arte, poseía cuadros de alguien como... ¿Vargas?

—Acabamos de ver el vídeo donde agredes verbalmente a varios estudiantes. Imagino que sabrás de la gravedad de tus actos, ¿no?

Mi estómago se encogió y se formó un enorme nudo opresor en mi garganta, la había cagado pero bien. Aunque en principio me había gustado demostrales mi poderío a esas frikis bastardas. Intenté disimular mi miedo demostrando indiferencia y luciendo altiva.

—Bueno, supongo que ellas se lo merecían, ¿no?

—¿Quién merece ser tratado de esa manera señorita Taylor? —interfirió el director Davis.

Lo miré atónita, no estaba sorprendida, simplemente no podía combatir contra eso... pero debía decir algo rápido.

—¡Empezaron ellas!

La señora Hills decidió acercarse a mí, cara a cara. Tan cerca de mi cara que pude notar su aliento, y sobretodo... su maldito perfume barato.

—El vídeo no demuestra eso querida.

—Ellas subieron un vídeo sin mi consentimiento, ¿no es eso probablemente ilegal?

Ambos se miraron y el señor Davis dio un paso adelante mientras respondía.

—No

—¿No?

—Efectivamente —interrumpió Hills—, nuestra pequeña legislación escolar recoge a ese acto como delictivo.

Sonreí triunfante.

—Pero no si se trata de algo repulsivo destinado a dañar a otros alumnos —continuó.

Me levanté de mi asiento mientras recogía mi chaqueta con el escudo de la escuela, me dirigía hacia la puerta.

—Beverly, esa chaqueta ya no la necesitas. —Hills tendió su mano hacia mí.

Solté la que ya no era mi chaqueta y salí como pude, sin mostrar un ápice de arrepentimiento... al fin y al cabo, el instituto no me debe de ver débil. Y si esas mamarrachas piden guerra... juro por Dios, que Beverly les puede dar guerra.

Sophie Brown

Sonó el timbre, madre del amor hermoso ¡ese timbre hacía un ruido tan horrible! Maldecía cada lunes por eso mismo, tener la clase de français a última hora justo al lado del timbre era un coñazo. Eso y ver a los idiotas de clase intentando una frase tan fácil como je ne sais pas. Mi francés no era obviamente comparable al de Marie (le dimos ese nombre por el parecido de su acento al de la mismísima Curie) pero mi tía Sandra LaVay me había enseñado un poquito antes de mudarse a Nueva Orleans, creo que trabaja en una tienda de vudú en el French Quartier, por eso, mi familia me intenta alejar de ella. Mi familia es muy tradicional en el tema de la magia negra, claro, vienen de algún país extraño de la costa oeste de África. Pero ese no era mi mayor temor, ¡ni de coña! Mi mayor temor era estar metida de lleno en el barrio negro de Tranquility Woods, tener un cadillac rojo heredado y no salir a vivir aventuras. Quería un novio poderoso y criminal, alguien que me protegiera y me metiera en líos, ¡ojo! No confundir con un pandillero puertorriqueño de Landungo.

—Sophie, ¿me llevas en tu mierdillac al Mama italiana? —me dijo Troye cabizbajo.

—¿Tú pidiéndome que te lleve en coche? ¿Estás enfermo?

Le rêve americainDonde viven las historias. Descúbrelo ahora