1. El demonio rojo

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—Oh, Charles Donovan, mi querido Charles, te he buscado durante toda la noche.

Era una mujer de unos treinta años, bonita, con varios hijos en su haber y un marido despreocupado, demasiado despreocupado, puesto que no estaba a más de dos metros cuando esa mujer había llamado al joven pelirrojo con un tono sedante e insinuante.

—Señora McLand, un gusto verla esta noche —sonrió galantemente el caballero—. No esperaba que dejara tan pronto a su hijo, ¿hace cuánto que nació?

—Oh, querido, de eso más de dos meses —se cubrió con su abanico—. No puedo creer que ni siquiera se haya percatado de cuánto tiempo estuve ausente.

—Lo lamento tanto, señora, he sido un tonto por no notarlo, pero, debo decir, que se ve mucho más radiante.

—¡Charles! —gritó de pronto una voz femenina y aguda para el gusto del hombre nombrado—. ¡Charles el charlatán!

—Emma —le dijo con la mandíbula apretada, mirando insinuante hacía la mujer que seducía—. Estoy ocupado.

—Me doy cuenta —miró rápidamente a la mujer y volvió a su amigo—. Pero tú abuela te busca y no puedo entretenerla más.

—Vamos, sé que puedes.

—No —se cruzó de brazos y dio un fuerte pisotón—. No pienso seguir cubriendo tus fechorías.

—¡Oh, señorita Sellers! —se alteró la señora McLean—. No pensará que estábamos haciendo algo inapropiado, ¿O sí?

—Por supuesto que no, señora McLean, quién pensaría que usted podría ser tan tonta cómo para hacer algo así con su marido tan cerca de aquí, ¿Cierto?

La mujer desvió su mirada hacía la figura molesta de su marido; parecía a punto de asesinarla por estar hablando con ese hombre en específico y era entendible, cualquier hombre se molestaría si viera a su mujer hablando con el demonio rojo.

—Con su permiso —la mujer agarró sus faldas y se marchó.

—Genial, me acabas de arruinar la noche, ¿Lo sabías, rubia?

—Sí —le asestó un buen golpe en el hombro, haciéndolo chistar—. ¡Debería darte vergüenza!

—¿A mí? —sonrió—. ¿A mí por qué? La que está incumpliendo todos los votos de su matrimonio es ella.

—Y a ti tampoco parece importarte demasiado —se cruzó de brazos, totalmente indignada con él—. Libertino.

—Vamos rubia —le dio un empujón—. Sólo era por diversión, jamás tendría algo que ver con ella.

—Ve con alguien que se trague esa historia, Charles, soy yo, a mí no me puedes engañar.

—Eso lo sé, ¿Quieres bailar? —Charles no esperó respuesta y la tomó de la mano y arrastrándola hacia la pista de baile—. Eres como mi consciencia, una hermosa, hermosa consciencia.

—Eres en verdad un tonto. Guárdate tus piropos.

Emma rodó los ojos y se acopló a la perfección al ritmo y al cuerpo de Charles. No era la primera vez que bailaban juntos, de hecho, era bastante común verlos entre la pista de baile, solían reírse mucho, secretearse y hasta se pisaban a posta.

—¿Sabes, guapa? —le dijo mientras bailaban. Ella lo miró con ambas cejas levantadas—. Creo que tú y yo seríamos una pareja perfecta, ¿A que sí?

—¿Qué? —ella se sonrojó—. ¿Por qué dices algo así?

—Bueno, me conoces mejor que nadie, eres casi parte de mí —se inclinó de hombros—. ¿No piensas que haríamos una buena pareja? Yo digo que sí, una excelente.

—Lo dices sólo porque piensas que te dejaría hacer lo que quisieras si fuera tu esposa —dijo ella—. Pero no, yo quiero casarme con alguien que me aprecie, que desee estar conmigo, no sólo que me vea como una salida fácil a un problema.

—Vaya rubia, en serio que te tomas todo de la peor manera.

—¿Qué quieres que piense? —lo miró a la defensiva—. ¿Qué me has amado desde siempre y ahora te has dado cuenta?

—Bueno, definitivamente eso no.

—¿Entonces? ¿Por qué me dices cosas tan... descabelladas?

—Digamos que soy un conde y los condes necesitan una esposa e hijos, creo que tú puedes cumplir ambas cosas.

—Qué halago.

—Lo digo en serio Emma, te quiero, eres mi mejor amiga, somos la mancuerna perfecta, deberías considerarlo.

—¿Estás loco?

—Un poco, pero eso ya lo sabías.

Ella entrecerró los ojos y ladeó la cabeza.

—¿Te ha amenazado tu madre?

—¡Demonios mujer! —sonrió—. ¿Cómo lo has sabido?

—De otra forma, no entiendo por qué quisieras dejar tu vida de libertino, cuando parece que la disfrutas tanto. Dime, ¿Qué no hay otras mujeres? Creo que tienes toda una fila esperando por ti.

—Amantes, mujeres de una noche, diversiones —negó—. Jamás me casaría con ellas. Contigo sí.

—En serio que estás loco, ¿bebiste de más? Seguro que sí, le hablaré a tu abuela, es hora de que te vayas a casa.

Emma lo soltó para salir de la pista de baile, pero Charles le tomó la mano con fuerza y la atrajo lentamente hasta él. La mirada azul de ese hombre era tan intensa como el fuego encendido, le hacía vibrar el alma a Emma desde que tenía diez años y nada había cambiado en su etapa de adultez.

—Piénsalo Emma, lo digo en serio. 

Siempre fuiste tú (Saga Los Bermont 7)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora