5. La casa de los Sellers

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Charles se encontraba en casa de Bermont, alistándose en su recámara frente al espejo. Emma había hecho notar mucho la diferencia de clases sociales, como si fueran de mundos diferentes. En realidad, jamás se había preocupado por la cuna de su prometida y seguía sin ser de su interés, pero, el problema de ir demasiado elegante o demasiado casual, lo estaban volviendo loco.

—Oh, mi querido muchacho —sonrió la envejecida abuela Violet—, uno no puede cambiar su esencia por mucho que se esfuerce en ello. Ocultar no evitará que esas personas se den cuenta que eres diferente.

Charles volvió la cara y sonrió hacia su abuela.

—No quiero hacerlos sentir incomodos. Es su fiesta, yo pedí ir, aunque ella no me había invitado.

—Eres su prometido, es normal que compartan cosas como estas.

—Abuela...

—Viste, habla y compórtate como el lord que eres.

—Muchos dirían que no lo soy.

La abuela rio y se adelantó a una de las sillas de Charles.

—En verdad te esfuerzas mucho porque la gente te vea así —la anciana guiñó un ojo y lo apuntó con su bastón—, pero te conozco, más que nadie, sé que no eres el bribón que quieres aparentar.

El pelirrojo dejó salir una bella carcajada y asintió, colocándose adecuadamente las prendas de su traje seleccionado y volviéndose hacia su abuela para una inspección general.

—Perfecto —asintió la anciana.

Charles se volvió hacia el espejo y acomodó sus gemelos.

—¿Tú que harás, abuela?

—No es como que pueda bailar —se quejó Violet—, pero Elizabeth y Katherine vendrán por la tarde, algo dijeron sobre unas damas de china.

—Es un juego de mesa abuela, no personas.

—¿Y por qué se llamarían Damas Chinas?

El hombre se inclinó de hombros, dio un dulce beso de despedida a su abuela y salió de la habitación. Charles debía aceptar, no estaba mucho en esa casa, su persona era requerida a casi cada fiesta que Londres celebraba y él, como un reconocido libertino, tenía que asistir a todas.

Pronto las cosas cambiarían, en cuestión de tiempo sería hombre casado.

¡No podía creer que fuera a ser hombre casado! Ni siquiera tenía el conocimiento si sería capaz de... negó con la cabeza, como fuera, la cosa estaba hecha. Una "mutua ayuda" había dicho Emma. Era una palabra muy adecuada a su situación.

Llegó con los Sellers pasadas las nueve de la mañana, quizá diez minutos tarde. La casa de su prometida, aunque de un tamaño grande, era simple, sin lujos, ni pretensiones, no es como que los Sellers se lo pudieran permitir. Pero Charles apenas lo estaba razonando.

Tocó dos veces a la puerta y esperó a ser recibido.

La chirriante puerta comenzó a abrirse con pesadez, Charles incluso creía que la dichosa planicie de madera podía pesar una tonelada, sobre todo, porque estaba siendo abierta por un mayordomo, sino por una pequeña niña de cinco años, quien había colado sus manitas y tiraba con fuerza de la puerta para dejar entrar al extraño.

—¿Quién es usted? —la pequeña habló increíblemente bien, pese a su edad.

—Charles Donovan, señorita.

La niña frunció el ceño y miró hacia el interior de su casa, compartiendo sus dudas con otras pequeñas miradas que luchaban por echar un vistazo al intruso.

Siempre fuiste tú (Saga Los Bermont 7)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora