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Después de su asombroso cumpleaños, su madre no dejó de preguntarle por Hoseokie cada puta vez que llamaba, y por más que Yoongi le dijese una y otra vez que no, ellos no eran novios, ella insistía e insistía, y él terminaría repitiéndole la misma mentira sobre su noviazgo.

Pero no contaba cosas irreales; solía contar sobre los lugares que frecuentaban, los padres de Hoseok -que eran la viva imagen del pelirrojo-, entre demás trivialidades; lo cierto era que el azabache no le platicaba que pasaba más de la mitad de su tiempo con Jung.

Y bueno, él no lo admitiría nunca, pero Hoseok lo sacaba de sus casillas.

No entendía qué ocurría exactamente, pero sabía que no le gustaba cómo se sentía. No le gustaba sentirse mareado, ni sentir que en cualquier momento podría explotar; no gustaba del dolor facial que sufría después de sonreír todo el día, ni la familiaridad que sentía cada que quedaban de ver una película y el más alto le abrazaba o lloriqueaba si se trataba de un filme de terror.

No le gustaba lo que sentía al estar a su lado, porque temía que fuese lo que ha estado evitando todo el tiempo.

Él lo sabía, estaba seguro que todo ello terminaría y si se acostumbraba, si dejaba que todo eso que ha evitado durante sus veintiséis años de vida se asentara en su día a día, cuando terminase sufriría; y lo peor de todo es que ese pensamiento le atormentaba cada noche, cada que veía a Hoseok a su lado, cada que lo veía platicar con Jeon Jungkook, cada que se encontraba a sí mismo en un bloqueo mental.

Quería reprochárselo a sí mismo, pero vamos, que... eh... sentirse de esa manera hacia Hoseok era lo más sencillo del mundo.

Hoseok lo hacía sentir tan vulnerable y querido al mismo tiempo; era extraño, lo hacía sentir como un niño otra vez. Como si lo que atacaba su pecho cada vez que lo veía fuera lo más inocente del mundo, lo más bonito, lo más torpe e infantil del mundo; irracional, extraño, hermoso, adictivo.

Hoseok era todo eso y más, podía manejarlo a su antojo, podía hacer lo que quisiese con él; pero era tan bueno, tan, tan bueno, que de pensarlo hacía sentir enfermo al mayor. Porque no notaba que haría hasta lo impensable por él, y si lo hacía, si tenía conocimiento sobre ello, no había intentando nada aún.

Y fuera de la pequeña broma con sus padres, nunca lo obligó a nada; no le pidió que dejara sus estúpidas ideas, no le dijo que su mayor temor existía y que era el propio Hoseok, no le pidió nada; pero ahí vemos a Yoongi, invitándole a comer, a pasar el fin de semana, a saludar a sus padres e incluso amigos fuera del trabajo.

Porque Yoongi era incondicional a Hoseok y eso le atemorizaba.

Después de tanto, el azabache podía clasificarse a sí mismo como alguien recto, inteligente, objetivo, fuerte, ¿por qué ya no?, ¿por qué quería correr a los brazos de Hoseok cada puto segundo del día?, ¿por qué sonreía como idiota cuando decía cualquier estupidez?, ¿por qué puso su mundo de cabeza? Lo consideraba injusto, porque aunque sabía que Hoseok tenía sentimientos por él, no podía. No él.

Si se dejaba doblar, su vida no tendría sentido. Era el escritor más cruel de todos, el más polémico, ese era su sueño desde la infancia. Le gustaba crear revuelo, le gustaba sentirse inteligente, idolatrado, aclamado por las pobres mentes que no podían llevar su pensamiento más alto.

Pero todo cambiaba con Hoseok; con él no sentía la necesidad de pisotear a cada persona debajo de él, ni de intentar convencerlo, porque con todo y sus diferencias, Hoseok era bellísimo, su mente era preciosa, y Yoongi disfrutaba de escucharlo divagar sobre por qué deberían agregar el color verde en la bandera nacional, o cómo corrigió una enorme cantidad de artículos en dos noches y había salvado la imagen de Gfriend, o cómo su madre hizo un escándalo cuando su padre no recordó su color favorito.

Tres [Yoonseok]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora