Prólogo

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------9 de Noviembre 2007------

Sabía que lo amaba, aunque nunca me había enamorado, la forma en la que mi pecho se oprime con cada paso que da para alejarse de mí, me lo demuestra.

No está solo... eso lo sé.

El sol brilla, el viento sopla, y él se aleja... ¿Su destino? Pues el final del camino. Allí donde lo perderé para siempre. El mismo lugar en el que hablamos por primera vez...

- Me gusta sentarme aquí para ver el atardecer -había contestado cuando me preguntó a que se debía tanta soledad.

- Debe ser una vista impresionante -murmuró mientras parecía hesitado sobre la situación.

Pero no lo culpaba, nos habíamos visto antes, aunque sin cursar ninguna palabra.

No teníamos nada en común, o al menos eso creía hasta ese entonces. Ya no lo hago más. Lo conozco. Me conoce.

En ese momento me parecía un tipo raro, o más bien normal. No combinaba con mi lugar predilecto. La escarpadura.

- Si quieres sentarte... hazlo -ofrecí con timidez aunque imperante. Tenía ganas de que lo hiciera. De que me acompañara. Sería interesante. Jamás había compartido aquella sensación de libertad y de poder que solo se podía sentir al sentarse en el borde, al dejar los pies colgando en el vacío...

Muchas veces pensaba en lo fácil que era caer, y ahora me pregunto qué tan difícil es lanzarse. No quiero perderlo.

No le temo a la muerte, no como él lo hace, o hacía. Lo leo en sus ojos. Aquella duda existente, tan común y humana, la misma que tuvo cuando lo invité a sentarse a mi lado. La pregunta de si un atardecer valía la pena para tal riesgo.

- Es seguro -mentí como siempre para animarlo a tomar una decisión. Como siempre. Y lo hizo. Se sentó con sumo cuidado a unos pocos centímetros del borde.

Él estaba asustado, al igual que ahora. Pero así aprendió a confiar en mí y yo en él. Así nació la amistad, nuestros rituales sagrados, nuestro cariño, nuestro vínculo. Aquel que con solo una mirada puede comunicarnos.

Me gustaría hacerlo ahora. Con él a pocos pasos del final, aunque es inútil. Imposible. Me busca entre la multitud, como lo hacía aquella vez entre los débiles rayos del sol. Sin embargo, no me encuentra. Me duele. Se me desgarra el pecho. Se me oprime la garganta. Quiero gritar, quiero detenerlo. Quiero decirle cuanto me importa. Pero no puedo. Algo no me lo permite, o más bien, alguien. Ella. Aquella mujer vestida de blanco que se propone acompañarlo por la eternidad. La que nos separó sin importarle nada. Sonríe. Está feliz. ¿Y cómo no estarlo? Es ella la escogida, ella se ganó el privilegio de besarlo frente a todos. De expresar su amor.

Se ve segura, tal vez demasiado. Ha olvidado que hace unas horas él se me ha declarado. Ha ignorado el hecho de que en cualquier momento me puedo oponer a su unión eterna.

Ultima oportunidad. Ultimo intento.

Grito con todas mis fuerzas. Y un sonido débil escapa de mis labios. Ella lo nota. Da una señal y los violines que están junto a ella comienzan a tocar "La marcha nupcial" "Su marcha nupcial".

Que tonta. ¿Cómo fui capaz de creer que impediría la boda? Si apenas puedo hablar o moverme. Me han detenido sus guardias, me ha callado la amigdalitis. He recordado que debo tomar la pastilla para mejorar de la enfermedad. Debo abrir los ojos para continuar mi vida. Debo dejarlo ser feliz junto a la mujer que no lo abandonará al despertar.
Recordatorio: Debo cambiar la alarma del teléfono para no volver a sufrir tal impotencia, tal decepción. Para no volver a enamorarme.

DerekDonde viven las historias. Descúbrelo ahora