II Diariamente

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------21 de Octubre 2010------

- ¡Robin! -grita Monique desde el otro lado de la puerta- ¡Te veo en la escuela!

- ¡De acuerdo! -respondo al mismo tiempo que sujeto mi cabello en una coleta alta. Inmediatamente escucho a mi mentora despedirse antes de cerrar la puerta tras de sí.

Es temprano, son aproximadamente las cinco y media de la mañana. Sin embargo, el sol ya ha salido, lo cual significa que un nuevo día ha de comenzar.

La rutina es bastante sencilla. Primero tomo una pequeña ducha con un sistema que, aunque arcaico, es bastante efectivo para quedar limpia. Luego me coloco algún vestido holgado que, además de evitar que sude, me da cierta comodidad indescriptible que agradesco al estar enseñando alguna materia.

Es increíble el tiempo que me lleva estar lista para ir a la escuela, y es que no son más de 10 minutos. Me cuesta creer que en San Francisco tardaba, en el mejor de los casos, a lo menos unos cuarenta. Ridículo ¿no?

Recuerdo que estaba, al menos, dos canciones dentro de la ducha y otras cinco cuando decidía lavar mi cabello. ¿Cómo podía derrochar tanta agua en una acción tan simple? Aquí me preocupo de cuidar cada gota que utilizo, y no solamente porque tenga tres litros para ello.

El agua que extraemos del pozo es purificada por una familia de lugareños que aquí vive. Ellos se la entregan a las familias y a la central de "Un Mundo Mejor", quienes la utilizan para cocinar y la reparten en botellas para beber. Te sorprendería lo preciada que puede ser una botella de agua cuando el termómetro marca casi 35 grados celsius.

Lo que no consumimos se recicla en tambores que se vuelven a filtrar las veces que sean necesarias para ser llamadas limpias, y es que he aprendido que cuando cocinamos solemos gastar igualmente una gran cantidad del recurso sin mayor justificación. Esa agua, es utilizada para regar aquellos cultivos que más tarde consumiremos.

Para lavar la ropa y nuestros cuerpos, solemos utilizar el agua proveniente de un río, el cual se encuentra a una distancia considerable de aquí, es por ello que, algunas mujeres de la localidad, suelen ir por ella cada mañana. Suelen tardar al menos una hora en ir y volver, no obstante, siempre se han negado a que vayamos a recogerlas en el automóvil, argumentando que no podemos perturbar la naturaleza de aquel lugar con huellas inertes. Lo respetamos. Sin embargo, me perturba la idea de sentir que no estoy ayudando, cuando en realidad podría hacerlo.

Monique suele decir que sus costumbres no son negociables. Dice, además, que es muy común que ciertas tradiciones nos hagan entrar en un conflicto interno, pero que debemos entender nuestra calidad de visitas en esta localidad, y que por más que se nos dificulte comprender, recordar que ellos saben lo que hacen, y que nosotros solo estamos para ayudar en lo que ellos nos permitan y que ellos no puedan solucionar por si mismos. Aún así, me cuesta asimilar todo el trabajo que les toma conseguir unos cuantos litros que, una vez sucios, van a parar a nuestro inodoro y a la vegetación del lugar, exceptuando aquellos árboles, arbustos o plantas que dan frutos comestibles o hierbas utilizadas para la medicina tradicional.

En San Francisco, podíamos gastar litros y litros de agua solo esperando a que saliera caliente, mientras que acá con un solo bidón se hacen maravillas. El agua aún no está sobrevalorada.

Cuando vamos a la ciudad más cercana, generalmente, procuramos comprar botellas de agua para el hospital y los enfermos. De esta forma, nos asegurarnos de que su organismo no la rechace a la hora de ingerirla. Es inevitable recordar los precios y no enfadarse, y es que, ¡son excesivos para un derecho universal y de primera necesidad! Sin agua no hay vida, entonces ¿por qué la hemos capitalizado?

DerekDonde viven las historias. Descúbrelo ahora